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Un cronista de ciudad observa a sus "tiuques"

El escritor Roberto Merino es un hombre de ciudad: de cafés, vitrinas, barrios y de gente que pasa. Sin embargo, en su reciente libro "Por las ramas" se explaya sobre aves, perros, vida de campo, aldeas y árboles. Bajo estas sombras discurre el autor de las mejores crónicas del último tiempo.
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Le han dicho a merino que cuando un tiuque se asoma en sus escritos, éstos mejoran considerablemente.

Solemos creer que las ciudades son los lugares donde la naturaleza ha sido vencida, al menos domesticada, pero la naturaleza casi nunca pierde. A cada momento, sin que lo notemos, nos está dominando. A veces es la lluvia, a veces es el calor, a veces son los perros callejeros que nos ladran, otras son los pájaros que nos despiertan, la maleza que tenemos que cortar, las polillas que matamos porque alguien les teme. Incluso, aunque ganemos, anhelamos a veces irnos de la ciudad para recobrar la naturaleza perdida. Es esa paradoja la que explora el escritor Roberto Merino -columnista habitual sobre la vida en la ciudad- en su último libro de crónicas "En las ramas": un conjunto de observaciones tan sagaz como ilustrativa sobre la flora y la fauna de nuestra ciudad. Conversamos con Roberto Merino sobre la publicación de su libro y su relación con la naturaleza y la ciudad.

-Cuento en el libro que con mi amigo Antonio de la Fuente tenemos cierta convergencia con respecto a los tiuques. Él decía que cada vez que salía uno en mis crónicas ellas mejoraban instantáneamente. Tuvimos varias conversaciones con ellos, pero, realmente, fue la editora Cecilia Gajardo quien me dijo que había un tema en mis crónicas que era recurrente en el tiempo, del que yo no me había dado cuenta. Me parece interesante, de todos modos, que la crónica semanal fuera una manera de ir haciendo varios libros a la vez. Este, en definitiva, uno de ellos.

-En esa crónica reclamaba contra la arrogancia de estos tipos de que creen que sus convicciones deben primar. Y los ateos, o quienes fueren, consideraban intolerable que un lugar laico como La Moneda se mantuvieran símbolos religiosos. Sin embargo, el pesebre representaba la religiosidad de los funcionarios y era una tradición para ellos. Las tradiciones no son cuestionables. Y por último, ¿por qué tengo que dictaminar, según mis creencias, las inclinaciones religiosa de los demás?

- Y en Por las ramas reclamas sobre una decisión municipal de talar unos árboles para poner un jardín infantil.

-Lo que pasa es que, en general, hay una inclinación hacia la destrucción en la ciudad chilena. Por ejemplo, en su momento hubo que hacer la Biblioteca Nacional. La hicieron donde está ahora, y para eso tuvieron que demoler el Convento de Santa Clara. El convento era precioso, sería una maravilla que estuviera ahora y que la Biblioteca Nacional estuviera en otra parte. Pero hay espíritu o prurito en Chile por destruir lo antiguo.

-Dices que es en Chile en general, no solo en Santiago.

-Hay una especie de tendencia compulsiva a la destrucción. Por ejemplo, en el camino entre Pichilemu y Rangue un tipo hizo un mirador para el valle porque la vista al lado de la carretera era sublime. Pero con el tiempo lo transformaron en basural y se volvió una cochinada. Pasa algo parecido en las protestas. Hay un excedente de destrucción que no tiene sentido. Si fuera una guerra, y estuviera luchando contra algo, tiene sentido destruir al otro. Pero esta es la misma ciudad que uno vive. ¿Estaremos en una guerra, entonces? Quizás es una cuestión psicológica profunda que no entiendo.

- ¿Te pasa lo mismo con los rayados de la ciudad?

-La verdad es que siempre han habido rayados, pero no entiendo la elevación a la categoría de arte de los rayados. Es una cuestión que tiene que ver con la mente política, del tipo "estas son expresiones que hay que admitir", pero son muy feas. Incluso cuando están bien hechas son ordinarias y kitsch. Nunca he visto un arte en la muralla que sea mejor que la muralla.

-Notamos mucho más los cambios de la ciudad que de la naturaleza que nos rodea. ¿Crees que algo ha cambiado? Mucha gente se queja de que ya no llueve como antes.

-Sí, pero también han habido otros años en que no llovió nada, como el año 69. En el año 69 que andaban aviones tirando bombas a las nubes, como Lavín en los noventa. A fines del siglo XIX también habían épocas de sequía tremenda. Realmente no sé, yo no noto que haya cambios.

Es muy extraño porque si uno se fija bien, uno tiene una idea de un invierno prototípico, que corresponde al de la experiencia ideal, muy lluvioso y de mucho frío y que por algún motivo uno proyecta en el recuerdo. Recuerdo que le decía a Neil Davidson, cuando llegó a Chile el año 95, que aquí llovía mucho. Vino en invierno y no llovió nada. Estaba desesperado, pero cuando se fue, esa misma noche, empezaron las lluvias.

-¿Qué recuerdas de tus veraneos en Punta de Tralca?

-Mi papá tenía la fantasía de vivir en un pueblo chico donde no pasara nada. Y a mi me parecía horrible la posibilidad. Tampoco me gustaba Valparaíso. Me molestaba mucho llegar a una ciudad que parecía similar pero era completamente distinta. Me daba una sensación de inestabilidad.

-Hay, de todos modos, algunas crónicas en que anhelas irte de la ciudad.

-Eso es un tópico literario, el menosprecio de corte y alabanza de aldea. En las crónicas, realmente, puede estar ese tópico o el contrario, la alabanza de corte y menosprecio de aldea. Lo que sucede es que siempre uno tiene el anhelo de que lo otro funciona mejor, y tengo ese anhelo muy vivo. De repente me gustaría sumergirme de lleno en el campo. Tengo que ver con el campo por cuestiones familiares, pero no lo he experimentado directamente. Por otro lado, lo que me impedía irme al campo era el temor al aburrimiento, de quedar atrapado en un lugar donde no hay nada. Pero yo ya no me aburro, no me aburro nunca, entonces no tendría problemas.

-¿Te pasaría con la playa también?

-Ojalá ambas cosas juntas. Esos lugares de Santo Domingo para el sur, en los que hay humedales me gustan mucho más.

-¿Qué te gusta de los pájaros?

-Siempre he sido observador de pájaros, no un conocedor de ellos. Nunca lo he cientifizado, porque desde chico me interesaban los pájaros, oír cantos diferentes, sobre todo cuando me aburría. Una vez traté de matar uno que estaba parado en una rama muy alta con una flecha. Y la flecha pegó muy suavemente a la rama, así que el pájaro ni siquiera consideró necesario arrancar. En esa época, en que era niño, uno consideraba que era normal matar a un pájaro, pero a mi me molestaba un poco. Era invasivo e innecesario. Uno como niño tiene un remanente salvaje que arranca y persigue, como los perros, pero a mi me quedaba un vacío Solo maté una vez un pájaro y me sentí pésimo.

-¿Y el tiuque es tu favorito?

-Si, me gusta ese canto, me gusta cuando aparece y todos los otros pájaros arrancan. Frente a mi edificio caminaban muchos. Mi mamá me informa mucho sobre los pájaros. Habían unas tórtolas que entraron en confianza con ella y que incluso entraban a su pieza. Ella les daba comida, hicieron sus nidos, llegaron los mirlos y botaron los huevos. Fue impresionante, todo eso pasó en el balcón de su casa.

-¿Cuánto interactúas con los enclaves de la naturaleza de la ciudad?

-Mucho. Es cuestión de mirar un poquito el horizonte. Ahí se ven los conjuntos de árboles de otras casas, o las palmeras grandes de mi edificio. Me contaron que después de la inundación del 82 brotaron esas palmeras, las trajo el río. Siempre hay enclaves. Se notaba mucho en las demoliciones, en esas casas en las que quedaba la pura fachada. Ahí uno observaba como la naturaleza había retomado su lugar y crecían arbustos, enredaderas y maleza. Hay un libro muy lindo que se llama Los Pazos de Ulloa de una naturalista española del siglo XIX. En ese libro aparece una escena similar, de la casa en la que la naturaleza la invade frente al abandono.

-En Por las ramas también se repiten los perros callejeros.

-En Valparaíso y Santiago existen al menos. Sucede por una mezcla entre la tenencia irresponsable y una protección, que siempre ha existido, al perro callejero. El perro callejero es sagrado, tan sagrado que hasta les hacen reportajes. Estaba, por ejemplo, el "Dientes de sable", que se ponía a morder los neumáticos al frente de La Moneda, los perros de las protestas, o los que cuida la gente y les ponen chalecos.

"El perro callejero es sagrado, tan sagrado que hasta les hacen reportajes", dice Merino.

Por Cristóbal Carrasco

-¿Cómo nació el interés de publicar Por las ramas?

-En este libro se repite la voz de alguien que está en contra de lo nuevo. Recuerdo que en una crónica contabas que te molestaba que hubieran quitado un pesebre de La Moneda.

"Mi papá tenía la fantasía de vivir en un pueblo chico donde no pasara nada. Y a mi me parecía horrible la posibilidad".

miguel angel larrea

"De repente me gustaría sumergirme de lleno en el campo. Tengo que ver con el campo por cuestiones familiares".

elde gelos

"La verdad es que siempre han habido rayados, pero no entiendo la elevación a la categoría de arte de los rayados".

Al puma Santiago

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De los profesores que me tocaron en la universidad a fines de los años 70, recuerdo con afecto intelectual a aquellos que eran criticados por irse por las ramas. Esto significaba que para ellos era fácil desviarse del tema planteado y luego irse perdiendo en sus ilimitadas conexiones. De esta manera podían, por ejemplo, empezar hablando de Ibsen y terminar con Bernardo O'Higgins.

A mí esa modalidad me mantenía despierto, probablemente porque me producía la sensación de asistir a un proceso de pensamiento, a un ensayo oral. Me daba cuenta de que los elementos que articulan una digresión siempre son impredecibles y a la vez pertinentes.

No estamos hablando de una simple metáfora que opera por analogía. En el caso del pensamiento -y su espejismo, la escritura- la ramificación parece ser una figura estructurante. Hay otras, por cierto, como la visión de túnel o la superposición en la experiencia de categorías distantes en la realidad, pero tengo la impresión de que el impulso literario se articula por extensión como si finalmente todos nuestros esfuerzos estuvieran orientados a develar mapas inminentes.

Entonces, irse por las ramas tiene que ver, en primera instancia, con la digresión, ese modelo que está en el origen del ensayo y de su derivado, la crónica. Pero al margen de estas consideraciones, las ramas mismas, las reales, son también una especie de refugio ideal, un lugar de ocultamiento y observación particularmente propiciado por los niños (justo en esa franja de edad anterior a que el conocimiento del amor les acelere el pulso y el paso por el mundo). Uno no es nadie cuando gasta las horas sumergido en las abovedadas alturas de los árboles. Juega simplemente a estar ahí, como un maestro zen de patio santiaguino. Su propio nombre, su misma cara no son aún motivos de cuestionamiento. Uno es casi un animal a quien a cierta hora llaman a comer o a ducharse.

Ramas prendidas de flores, ramas oxidadas, ramas petrificadas, ramas de plomo en la semiopacidad de unos vitrales, ramas espesas que tamizan la luz del poniente en el Parque Forestal, ramas desmañadas de palmeras frente a mi ventana, ramas del ilang-ilang en la tumba de Rodrigo Lira que es tributario de los ilang-ilang de Cristián Huneeus, ramas de ombúes, de paulonias, de olivos de bohemia, de ceibas, ramas del acer japonicum del viejo Pedagógico, hacia el cual la profesora Olga Lolas nos instaba a avanzar mentalmente para vivir un "encuentro interior".

Uno de los inventos benéficos del ecoturismo han sido esas pasarelas que -destinadas a la observación de pájaros- se internan en las copas de los árboles y permiten pasear a una altura desacostumbrada. Las hay en Huilo-Huilo y en Dinamarca. En todos los casos restituyen la atávica condición del observador emboscado. Se trata de un tipo de experiencia que une la fantasía infantil a la seriedad epistemológica.

Las crónicas reunidas en este libro son sobre el paisaje tal como puede considerarlo el habitante de las ciudades: como una dimensión de la memoria, de lo segmentado, de lo fronterizo, de lo distante. Muchas veces no hay ni siquiera proximidad real con los paisajes o los animales de los que se habla sino que se los ha tomado de documentales de la televisión. Si a alguien está dedicada esta compilación es al puma Santiago, que perdido en la ciudad hace unos años, tras una cadena de infortunios pudo huir de sus captores y regresar a la cordillera por la ribera del río Mapocho, en dirección opuesta a la de la corriente.


"Por las ramas"

Roberto Merino

Editorial Hueders

112 páginas

Prólogo del libro "Por las ranas"

Por Roberto Merino