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Hebe Uhart, un largo viaje mirando por la ventanilla

La fallecida escritora argentina, Premio Manuel Rojas, privilegió en sus últimos años la crónica de viaje: sus dos últimos libros son sobre comunidades indígenas y animales que visitó por el mundo.
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El reconocimiento más amplio no le llegó sino tardíamente a Hebe Uhart. Aunque valorada en acotados círculos por ciertos escritores, publicó gran parte de su obra en editoriales pequeñas o pequeñísimas. Sus dos primeros libros, de comienzos de los años 60, pasaron de incógnito y sólo el tercero, que recogía varios de los cuentos previos y era prologado por un autor entonces célebre, Haroldo Conti, le dieron mayor presencia. Eran relatos directos, sencillos, que podían rozar la candidez: "Es tan simple que por momentos parece infantil", señaló Conti. Los libros siguientes, cuentos o novelas cortas, gozaron o no del don de la invisibilidad por razones azarosas.

Uhart era, por tanto, una autora más o menos secreta y podía decirse de ella lo que se ha vuelto la descripción más común de los escritores: que era rara o excéntrica. Sin embargo, Fogwill la llamó "la mayor cuentista" contemporánea de su país y Piglia la incluyó entre los autores con "narradores inciertos". Leila Guerriero dijo que durante décadas fue "el secreto mejor guardado de la literatura argentina".

Lo cierto es que con los años, Uhart empezó a recibir algunos premios y en 2010 apareció la recopilación de sus "Relatos reunidos" en una editorial importante, Alfaguara. Y también se publicaron, en la editorial Adriana Hidalgo, documentando su paso del cuento a la crónica, recopilaciones de estas últimas: "Viajera crónica" (2011), "Visto y oído" (2012), "De la Patagonia a México" (2015) y las dos más recientes: "De aquí para allá" y "Animales". La misma editorial ha publicados sus "Novelas reunidas" (2018) y promete hacer lo propio con sus cuentos y crónicas, en otros dos volúmenes. En 2017, Uhart recibió el Premio Manuel Rojas en Chile. La fama relativa que ganó, con todo, no alejó a la autora de su pequeño departamento bonaerense ni de sus labores de siempre.

Uhart nació en Moreno, el año 1936. Estudió Filosofía y fue profesora de colegio y luego en la universidad. En su última década, ya jubilada, viajó y escribió crónicas, e impartió un muy requerido taller. Liliana Villanueva participó en él por más de una década y en "Las clases de Hebe Uhart" (Blatt y Ríos, 2015) dejó un registro de sus dichos y enseñanzas.

Cronista ilustrada

Como agotada de la ficción, Uhart se dedicó en sus últimos años a los viajes que alimentaban sus crónicas. Siempre le gustó viajar, seguramente, porque suele referir travesías juveniles. Son traslados por poblados y países: la Patagonia, Ecuador, Bolivia, pueblos de la provincia de Buenos Aires. Suele tomar un bus y dedicarse a conversar con la gente que pasa. Parece despistada, ingenua, pero en realidad se dedica a observar los pormenores, recopilando maneras de hablar y de ser. De "Las clases de Hebe Uhart": "Los temas de la crónica pueden ser detalles, menudencias, mundos parciales, sucesos de un día cualquiera. Esto puede parecer banal, simple y cotidiano, pero la literatura no es lo general, como supone quien comienza a escribir. Yo soy más amante de las particularidades".

Los último libros que Hebe Uhart publicó en vida fueron de crónicas: "Animales" reúne aquellas sobre algunos de sus animales favoritos (como los monos) y la relación con las personas; el anterior, "De aquí para allá", está dedicado a sus visita a comunidades indígenas. A veces ambos temas se unen, como cuando cuenta los nombres que le daban al colibrí en distintas tribus y cómo ha provocado la simpatía de todos menos de los mapuches, que lo consideraban un animal maléfico. O que el oso hormiguero, según una leyenda toba, es una transformación de una viejita encorvada y con los dedos doblados que desobedeció a la divinidad.

Si en sus primeros libros de crónica se notaba que viajaba a la suerte, en los más recientes se advierte el viaje preparado con lecturas previas. En el libro sobre comunidades indígenas refiere lecturas como las de George Masters, "Vida entre los patagones", Carlos Sarasola, "Nuestros paisanos los indios", del antropólogo Eduardo Viveiros de Castro o la correspondencia de Calfucurá, el cacique más importante de toda la zona sur de Buenos Aires en el siglo XIX.

Su libro sobre los animales también está atravesado por lecturas: desde la "Historia de los animales" de Claudio Eliano, la recopilación de hechos, anécdotas y fábulas sobre el reino animal del siglo II, generalmente con contenido moral (es "el Animal Planet de su época", dice Uhart) o la biografía de los naturalistas del siglo XIX hasta los estudios del primatólogo Frans de Waal. Pero también está "Walden" de Thoreau (que se hizo amigo de un ratón), un libro del naturalista Clemente Onelli, director de zoológico de Buenos Aires entre 1905 y 1910, "Fantástico aviario" de Sir William McCrow, quien viajó durante 50 años por el mundo buscando el pájaro de los mil cantos o del etólogo Konrad Lorenz, quien convivía con distintos animales, e incluso empolló personalmente algunos huevos.

Humanos y casi

El interés por las comunidades indígenas ya estaba presente en libros previos, pero en "De aquí para allá" la autora se centra en ellas y visita varias (mapuches, guaraníes, toba, wichis, quom, wayuu) en toda América del Sur, desde la frontera de la Patagonia, hasta la costa que une Colombia y Venezuela, pasando por Tucumán, El Chaco, las comunidades de Otavalo en Ecuador o de Iquitos en Perú. Incluso va a las comunidades bolivianas en Argentina, en la ciudad de Morón: cuando le pregunta a alguien si pertenece a la comunidad, todos lo niegan.

"Cuando tengo una inclinación, primero la sigo y después me pregunto por qué", señala la autora, respecto de estos viajes. Entre sus destinos estuvo Rosario y un centro cultural donde toman y dan talleres miembros de la comunidad toba; Maciá, cerca de Concepción del Uruguay, donde se encontró con una cacica charrúa; Tucumán, en medio de un conflicto intracomunitario entre los quilmes. En lugares así ve el juego de la chueca (que dice haber visto jugar en Pucón, Chile) o habla con una profesora cuyos alumnos no tiene consciencia de que descienden de la población nativa ("El insulto favorito es 'qué indio que sos'"). Cuenta cómo los incas bautizaron despectivamente a las etnias preexistentes: a los guaraníes los llamaron "estiércol frío" y a los wichi, "animales de poca monta"; toba quire decir "frentón" porque se depilaban la frente antes de la pelea. Refiere el enclaustramiento durante la menarquia de las niñas, que se repite en muchos de los pueblos o reitera los consejos medicinales, difíciles de seguir: para la bronquitis, hervir un pedazo de caparazón de quirquincho, y grasa de rana para el dolor de cabeza.

El libro de los animales, por su parte, está lleno de detalles y observaciones sobre el comportamiento de ciertas especies: aves a la hora de aparearse o regresar a un lugar; la suricata (el animal que más la intriga, dice); los monos, a los que dedica mucho espacio y atención. Una fuente importante es la televisión, pues hace referencia a lo visto en programas como "Animal Planet" y sus rarezas como los elefantes o rinocerontes pigmeos de Borneo, o las lagartijas aladas.

Pasea por zoológicos y recuerda varios, incluyendo el de Santiago ("pero como estaba acompañada no recuerdo qué bichos vi"). Le gusta visitar zoológicos porque los animales y los letreros muestran las características de cada país. En Lima, un letrero acompaña a un animal: "Yo tengo una dieta, si me das alimento me puede hacer daño", mostrando la diplomacia limeña, pues los de Buenos Aires dicen: "No arroje comida a los animales".

Pero también se encuentra con personajes más o menos curiosos (un pordiosero que cuelga letreros con máximas de vida y vive acompañado de perros) además de biólogos, veterinarios, ornitólogos, guardaparques, paseadores o simples dueños de mascotas: una mujer piensa que no es obligatorio tener un solo nombre por lo que el perro que pasea tiene dos y otros tienen perros que se llaman Néstor (por Kirchner) o Fidel, Sandino o Lennon.

Hebe uhart, Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, nació en moreno el año 1936 y murió el 11 de octubre del año pasado a los 81 años.


Mi historia con los animales

A mi papá le gustaba confundir a los chicos y cantaba: "De las aves que vuelan, me gusta el chancho". Ese canto fue recibido por mí primero con desconfianza y después con fastidio. Cuando yo tendría unos seis años me llevaba a caminar por los alrededores de Moreno, que a las ocho cuadras del centro ya era campo, y estaban las vacas lo más orondas paradas detrás de los alambrados. Me decía:

-Saludá.

Y yo decía:

-Buen día, vaca.

Si alguna mugía, él me decía:

-¿Ves? Ahora saluda.

Por la misma época íbamos los domingos a comer al recreo de mis tíos en Paso del Rey, donde estaba mi abuela. El recreo era enorme pero más rústico que mi casa. Había indicaciones de cosas que no debía hacer allí: no correr a las gallinas, no sentarme en unas sillas de un patiecito que podrían estar un poco sucias y no tocar demasiado al perro Milonga. Ese perro no era de nadie, era del lugar, iba y volvía con total autonomía, sin que nadie lo mirara. Pero a mí me gustaba acariciarlo, yo me sentaba en el suelo y él se paraba a mi lado, quieto.

-¡Es un perro de la calle! -me decían.

No entendía la diferencia entre perros de la calle y de la casa, como no entendía la diferencia entre flores silvestres y cultivadas; para mí esas florcitas chiquitas que son iguales a las margaritas eran de la misma familia; mi mamá las llamaba flor de bicho colorado. Dos años después, como a los nueve, mi mamá me mandaba a Paso del Rey en colectivo a visitar a mi tía María, que tenía su casa al lado del recreo de los tíos; ellos le llevaban la comida. A María yo le llevaba desde Moreno lo que ella pedía: polvo Rachel, hebillas para el pelo y jabón de rico olor. Para qué pedía esas cosas, no sé; llevaba el pelo blanco y largo más allá de los hombros, un vestido totalmente raído y encerraba a los pollos en un cuartito como para trastos, los dejaba salir muy de vez en cuando, cuando se le antojaba, para que no se juntaran con los pollos del gallinero de mis tíos y esos pollos cuando salían caminaban mal, chuecos y vacilantes. A algunos los bañaba y se le morían pero ella no parecía acusar recibo del hecho. Yo sabía desde siempre que ella estaba loca, estaba acostumbrada a esa idea, pero alrededor de los siete años pensaba que cómo era que a ella siendo loca las plantas le brotaban igual que a los demás. Ella tenía un buen parque, hasta rosa mosqueta tenía, pero nunca la vi regar nada. Allí las plantas estaban un poco más descuidadas que las de otros jardines, pero yo pensaba que si ella era así, tan particular, debía tener plantas adecuadas a su estado, plantas raras. Allí llovía normalmente y yo pensaba que le debía corresponder una lluvia distinta. Eso de ir a llevarle polvo y jabón tenía un toque desconcertante para mí, porque a veces me recibía bien y otras me echaba y me decía "cuentera" y eso era cierto porque volvía a Moreno y contaba a mi mamá lo que pasaba allá. Pienso ahora que me mandaban como espía.

Por más desconcertante que fuera ese mandado, tenía su lado bueno ir sola en colectivo a Paso del Rey. Pero antes de entrar en la casa de María había una puertita de madera rústica y detrás de esa puerta estaba el chajá. El chajá es como un tero gigante que tiene grandes púas; siempre estaba echado junto a la puertita. Yo tomaba mis precauciones antes de pasar por la puerta, hacía un rodeo, nunca pasaba cerca, no fuera que se activaran sus púas. Ahora sé que vuela, menos mal que en ese tiempo no lo sabía porque no hubiera pasado por ahí. Como llegó ese bicho ahí, no lo sé, ella nunca lo miraba ni lo nombraba porque era indiferente ante el parque y las plantas. De todos modos, siempre pensé que el chajá era un animal adecuado para mi tía; no podría haber estado en mi casa. Mi tía María al perro Milonga le decía milord, como encumbrando su nombre y es muy raro que lo llamara así porque pienso que ella no conocía la existencia de los lores.


De aquí para allá

Hebe Uhart

Adriana Hidalgo, 2016, 184 pp., $15.290

Hebe Uhart

Adriana Hidalgo, 2017, 206 pp., $17.590


Animales

Por Patricio Tapia

CRISTIAN carvallo

Extracto del libro "Animales"

de Hebe Uhart

Como agotada de la ficción, Uhart se dedicó en sus últimos años a los viajes que alimentaban sus crónicas. Siempre le gustó viajar.

"Si en sus primeros libros de crónica se notaba que viajaba a la suerte, en los más recientes se advierte el viaje preparado con lecturas".