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El escritor que le cede los aplausos a su perro Tobías

Jorge de Cascante demoró ocho años en sacar a la luz "Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo" (Blackie Books). Este libro con 60 historias de personas que "no conectan el cerebro con la boca" son la guinda de un autor que partió su torta primero en La Vanguardia, El País, Vanity Fair y GQ.
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No hay ninguna foto del escritor Jorge de Cascante en Internet. Tampoco dentro de su último libro "Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo". Hay, en cambio, una foto de su perro, Tobías, con una pequeña justificación: el escritor "gusta en todo momento de no aparecer jamás en ninguna parte".

Puede resultar extraña esa decisión viniendo de un autor de 36 años, que sube siempre a sus cuentas de Instagram y Twitter gran parte de lo que ve. Pero, al mismo tiempo, no es tan extraña si uno comienza a leer los relatos del libro, recientemente publicado por Blackie Books: en los cuentos no aparece ni la sombra del autor. Por el contrario, lo que se lee son las voces de otras personas que resultan maliciosamente cercanas: una mujer joven se queja de sus compañeras de departamento mientras habla de hacerse vegetariana "como parte necesaria del camino de perfección que empecé a transitar hace un tiempo". También asoman unos padres que, con toda la buena voluntad del mundo, no logran hablar con su hijo pequeño que come hasta llegar a los noventa kilos. Con un humor excepcional "Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo" es -según la crítica española- uno de los mejores libros del año y se puede encargar por Amazon.

-En el libro decidieron usar la imagen de tu amigo perro Tobías en vez de la tuya. Al mismo tiempo, da la impresión de que no hay tantos elementos autobiográficos en el libro, o al menos no parecen resaltados. ¿Te interesa algo la idea de anonimato?

-Lo de la foto de Tobías lo decidí yo. No me gustan las fotos, y menos con internet. Nunca me gustaron. La gente se ríe con las historias de los indígenas rechazando un espejo como obsequio de Cristóbal Colón o de cualquier conquistador porque sienten que el espejo les roba el alma, pero yo creo que tenían razón los indígenas. Todo el mundo está del lado de ellos menos con eso, como si no querer mirarse fuera de tontos. Tengo una cara normal, soy normal, no hay una pintura en mi frente, ni el mapa del vellocino de oro, no necesito mirarme ni que la imagen mía pulule por los sitios. Además me gusta que la gente lea mis cuentos sin tener mucha idea previa de quién soy yo. Cuanto menos sea yo, mucho mejor, menos ego, más estar presente en lo que haces ahora. Si pudiera desaparecer por completo, lo haría.

-¿Podrías contarnos qué recuerdas de tu infancia y la escritura?

-Recuerdo inventarme historias antes de saber escribir, cambiarle el final a los cuentos, explicar las aventuras de mis muñequitos de He-Man a mi abuela como si hubieran sucedido de verdad. Luego, ya sabiendo escribir, creo que tuve clara la vocación desde muy niño. Igual lo vi más cerca cuando gané un premio en el colegio, con 12 años, escribiendo un cuento sobre los nazis. Fue un premio absurdo pero que me hizo pensar que a alguien le podían interesar mis tonterías. También inventaba episodios de Dragon Ball durante el verano, cuando no emitían el animé, para llenar esos espacios vacíos, y se los contaba a mis amigos del barrio, que luego se cabreaban conmigo porque pensaban que eran episodios reales. Hacía fanzines (entonces no los llamaba fanzines, eran folios blancos doblados) con esos episodios inventados y los regalaba. Me viene a la cabeza uno en el que Gokú hacía una entrevista de trabajo y fracasaba.

-En alguna parte tus editores cuentan que pasaron ocho años desde que entregaste la primera versión del libro hasta que se publicó. ¿Qué sucedió en eso ocho años?

-El editor me contactó en 2011 y me pidió que escribiera una novela. Había leído cuentos míos en revistas y fanzines y quería que le entregara algo más extenso. En esos ocho años escribí tres novelas (ya tenía otras dos escritas de antes) y no entregué ninguna. También publiqué mi primer libro en otra editorial porque en Blackie Books preferían esperar a la novela. Al final vieron que seguía escribiendo cuentos y no entregaba ni media novela (por falta de convencimiento propio, me parecen muy malas) así que optaron por publicar un libro de cuentos míos. Entre medias también me dieron trabajo como editor, traductor, etc., todo viene como consecuencia de lo lento que soy y de las muchas vueltas que le doy a todo. Tardo siglos. Me gustaría ser otra persona diferente, juro que estoy trabajando en ello. ¿No estamos todos trabajando en ello?

-¿Consideras un trabajo ser editor?

- Es un trabajo, pero uno que me gusta y que elijo yo. Siempre trabajo en proyectos relacionados con personas o criaturas que me caen bien. Como editor seguiré con las antologías -como la de perros y gatos- pero en un camino con un tema muy distinto, lejos de los animales, pobrecitos ellos pero mejor dar un volantazo a tiempo. No quiero acabar armando El Gran Libro de las Lombrices, aunque ahora que lo acabo de decir suena incluso bien y me han entrado ganas de ponerme a buscar cuentos sobre lombrices, imposible que Chéjov no tenga un cuento que se llame "La lombriz".

-¿Qué tan importante es para ti el humor en tus historias?

-No se me ocurren cuentos míos que no incluyan ningún tipo de humor, aunque sea leve. La gravedad se me hace bola en la garganta. Si algo es demasiado serio... ya es gracioso de por sí, pero gracioso para mal. Hay que tomarse las cosas con calma, no existe nada tan solemne, ni la muerte ni nada. De hecho, casi todo en la vida, si lo miras durante suficiente tiempo, parece directamente una broma poco trabajada.

-¿Son los personajes de tus relatos similares entre sí? ¿Podrías definirlos de alguna forma?

-Tiendo a escribir sobre gente perdida que tiene graves problemas para comunicar sus intenciones a través del lenguaje. Muchos de mis narradores utilizan un lenguaje roto con palabras mal puestas o giradas que cambian el significado de lo que pretenden decir. Su cerebro no conecta bien con su boca. A veces me escribe gente indignada corrigiéndome cosas de éstas, o el uso de las comas y los puntos (que también suelo alterar para decir algo más allá de la historia que se supone que estoy contando), y pienso que ellos también son personajes de mis cuentos queriendo decirme algo pero diciéndome otra cosa. Al final todas las personas quieren que las quieran de alguna forma, que las hagan caso, y no es fácil decir eso sin dar muchos rodeos o simular que buscar lo contrario.

-Algunos relatos expresan la distancia que hay entre la generación de los padres y los hijos ¿Qué tan distintas son esas generaciones en España?

-Una generación vivió la dictadura franquista. Otra vivió la transición hacia la democracia. Otra nació en democracia y total desahogo (mi generación)-Otra nació con internet ya por todas partes y en medio de la crisis económica. Cada generación tiene sus señas de identidad y luego ya cada persona es su propia persona. Lo que más me interesa del choque generacional es el lenguaje: cómo te cambian el lenguaje una noche y a la mañana siguiente es como si tus hijos hubieran venido de Saturno y no tuvieras forma humana de hacerles entender por qué te gusta ir al parque por las tardes.

-Los relatos de "Hace tiempo que vengo al taller" suceden en Madrid. ¿Cómo describirías la ciudad para alguien que no la conoce?

-Es una capital grande europea y como tal está llena de gente que no ha nacido allí. No es lo normal haber nacido y vivido siempre en Madrid, como me sucede a mí. La gente viene de otros lugares, y los que han nacido aquí se marchan. Es un lugar complicado, sobre todo si no tienes dinero, pero en fin, hay que procurar manejarse con poco, no tener apetitos desquiciados. A mí me encanta vivir en Madrid, con tantos recuerdos a mi alrededor. Quizá estoy enfermo, ya he leído que el cambio es algo aconsejable, que hay que cambiar constantemente. Pero yo no quiero cambiar, yo quiero seguir siempre igual, estoy bien donde estoy, que nadie me saque de la cama, por favor.


Hace un tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

Jorge de Cascante

Editorial Blackie Books/252 págs.

"Casi todo en la vida, si lo miras durante suficiente tiempo, parece directamente una broma poco trabajada".

shutterstock

Au pair

Por Jorge de Cascante
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Siete semanas de au pair en Londres y ya me quiero volver a Cullera. ¿Por qué tiene hijos la gente? Cuido de una niña de tres años, la madre es blanca y el padre negro. La niña es blanca y no habla conmigo, me tira ceras de colores, trozos de pan a la cara, clínex mojados en Nesquik hechos una bola que me manchan las blusas, como en el insti cuando me puteaban. Hace mucho frío pero no estoy triste, me gusta no entender casi nada de lo que dice la gente, cuanto menos sabes más feliz eres, menos vueltas le das a las cosas. No quiero ver la cara de mi padre, no voy a volver, pienso aguantar hasta el verano.

Como parezco rusa por los ojos y el pelo nadie me pregunta por el secreto de la paella. Cuando hablo con la niña intento poner acento ruso. «Vat ar yu duing estil in yor payamas, litel guerrrl?» El otro día, yendo a comprar el café, un pakistaní mayor me preguntó que si yo era modelo. Era muy feo pero me hizo sentir guapa, no es que yo quiera ser modelo, ya sé que no soy para tanto. Cada mañana me tomo la Jalea Real Intelecto para estar más despierta pero no sé si funciona. La niña se lo hace todo encima, vomita en el salón y yo lo tengo que limpiar todo, preferiría no hacerlo, es como unos váteres de aeropuerto que funcionan al revés. Duermo la siesta con ella abrazada a mi muslo y pienso «¿esta niña es mitad negra?», no me cabe en la cabeza, parece polaca. Lavo las sábanas con el producto turquesa que me recomendó mi madre y pienso mucho en mi hermano Carlos. Me acuerdo de sus amigos llamándole Carlitros y de la vez en el parque comiéndonos las pipas que me dijo que si al final no podía ir con la Carol a recoger la nota de sociología que le gustaría ir conmigo, le daba miedo suspender. Una vez se dejó abierto el chat de Gmail en la sala de ordenadores y leí que le decía a la prima que valoraba mogollón a la gente que se iba a trabajar fuera de España. Otra vez le escuché decir que le gustaban las chicas con mucho culo y muchas tetas y no supe qué decir ni qué pensar, sólo me sentí mal por él. O quizá por mí, no estoy segura.

Cuando vivía en Madrid, en la calle Magallanes, iba los viernes al Pequeño Cine Estudio y veía alguna peli. Siempre ponían de las buenas. Ahora sólo veo cosas de Netflix en mi cuartucho inglés y siento que alguien me está engañando. No es que me sienta sola, es que pienso que no hay nadie como yo. Si no te lo dices tú, no te lo dice nadie. En Madrid trabajaba en una copistería y tenía amigas. Era medio feliz, ahora me doy cuenta.

Estoy siendo de lo más valiente y me merezco todo lo bueno que venga. Me he apuntado a una academia de idiomas que hay a tres calles para aprender alemán mientras vivo aquí. Quiero escribir un mail a Carlos para contárselo pero no me atrevo. Me da rabia que él tampoco me escriba pero lo echo de menos de todas formas, con todos sus defectos, aunque él no lo sepa. Es mi hermano y le quiero. En mi cuarto de Cullera tengo las paredes con los recortables pero aquí en la pared del cuarto de los invitados no hay nada, no hay ni gotelé, son lisas, es como mirar a la nieve. La nieve es una limpieza de mentira porque debajo está sucio, pero no hay nada mejor que mirarla en silencio. Para mí no hay nada más bonito que la nieve.