Lo bello y lo macabro según Mariana Enríquez
La escritora argentina acaba de recibir el Premio Herralde de Novela por "Nuestra Parte de la noche". Es la primera mujer latinoamericana en recibir este reconocimiento. Su obra la fraguó escuchando a David Bowie, leyendo manuales de brujería y cargando con el peso de una infancia marcada por el terror solapado. Adelanto del libro "Nuestra parte de la noche" Por Mariana Enríquez.
La argentina Mariana Enríquez se sumergió en varias lecturas mientras escribía el libro con el que ganó el premio otorgado por Anagrama.
Hace un poco más dos semanas la editorial Anagrama informó que la novela "Nuestra parte de la noche", de la periodista y argentina Mariana Enríquez, era la ganadora del Premio Herralde de Novela 2019, un galardón que, durante más de treinta años, lo han recibido autores como Javier Marías, Roberto Bolaño o Enrique Vila-Matas. Desde hace ocho años que el premio no recaía en América del Sur. Y esta es la primera vez en la historia que una escritora sudamericana lo obtiene.
El premio, uno de los más importantes de la industria editorial en español, viene a confirmar el ascenso de la obra de Enríquez, que ha sido denominada por la crítica como "romántica y macabra" y que ha recibido elogios tanto en España como en el mundo anglosajón.
"Nuestra parte de la noche" cuenta la historia de un padre y un hijo involucrados en una secta secreta llamada "la Orden" -llena de rituales y liturgias sexuales- durante la dictadura argentina. Ese mundo fantástico y aterrador ya se encontraba en varios de sus relatos, incluido el libro "Cuando hablábamos con los muertos" (2013), que la escritora publicó en Chile con la editorial Montacerdos. A días del lanzamiento en las librerías españolas -lo que ocurrirá en marzo del próximo año en Chile- conversamos con Mariana Enriquez sobre su oficio de escritora y el proceso de creación de "Nuestra parte de la noche".
-¿Qué tan importante fue la formación periodística para tu trabajo como escritora?
-No fue determinante. En mi opinión, son dos trabajos muy distintos. El periodismo exige responsabilidad, la conciencia de que se está comunicando, la claridad para con los lectores, el manejo de los datos. Nada de eso es necesario en la literatura y, de hecho, creo que la literatura debe ser irresponsable. En lo que sí me influyó y ayudó es en tener una cierta disciplina y desconocer problemas como "la página en blanco" y demás. Puedo escribir páginas horribles que descarto, pero tengo la capacidad de sentarme y obtener algo; eso es un efecto de la profesión de periodista.
-Desde hace un tiempo publicas para una editorial española, pero, a su vez, también has publicado en Latinoamérica en editoriales más chicas. ¿Qué te parece el movimiento editorial en el Cono Sur?
-Muy interesante y muy rico, teniendo en cuenta sobre todo las dificultades económicas del continente. Trato, en la medida de lo posible, de tener editores locales de mis libros, no de todos, pero sí de algunos para los que Anagrama sea menos exigente con los derechos. Para mí es importante participar de la escena de editoriales independientes latinoamericanas, creo que es importante estar en catálogos con escritores contemporáneos.
-La literatura argentina tiene una tradición muy asentada y heterogénea, sobre todo en el relato. ¿Cuánto influyó en ti esa tradición?
-Mucho, es inevitable. Leemos a Borges y Cortázar desde chicos, en la escuela. Es una tradición de la que no se puede escapar y me parece normal. A mí, además, me gustan mucho Bernardo Kordon, Silvina Ocampo, Miguel Briante, Arlt y otros no tan canónicos. Entre mis contemporáneos me parecen cuentistas buenísimos Federico Falco, Luciano Lamberti, Samanta Schweblin, Flavio LoPresti y muchos más.
- ¿Crees que "lo fantástico" es un género? ¿Te sientes parte de él?
-Si claro que es un género. ¡Y mi favorito! Me siento parte con algunos textos, no todo lo que escribo es fantástico. Me interesan muchas cosas: la capacidad para pensar sobre lo real sin intentar una mímesis, la imaginación, el juego, la inquietud que produce y cierta belleza particular que posee.
-¿Cómo escribiste "Nuestra parte de la noche"?
-Fue un proceso de varios años y bastante interrumpido: comencé la novela en 2016, cuando se publicó "Las cosas que perdimos en el fuego". A ese libro le fue bastante bien y estuve un poco exigida. Me pude dedicar más en 2017 y 2018. Trabajé con un editor en los últimos tramos (creo que cada vez son más necesarios en la literatura y lamento que sea un oficio algo perdido) y por primera vez el texto fue leído por bastantes amigos escritores (o bastantes para mí, que soy una escritora muy privada: lo leyeron unas cinco personas, algo inédito). También hubo investigación, sobre todo de magia y medicina, que finalmente no usé del todo, pero me sirvió para la obsesión que hace falta en una novela de este largo y estas características. Tiene 700 páginas y es un mundo bastante delimitado. Fue una inmersión.
-¿Qué libros, u otras obras, recuerdas haber leído o visto mientras la escribías?
-Leí muchos textos de magia y mitología y antropología. Desde John Dee hasta Zora Neale Hurston o Alan Moore; Joseph Campbell, Oliver Sacks, Yeats, Patrick Harpur, cuentos de hadas. También escuché música: Suede, Led Zeppelin, los Stones de los 60, Nico, Mercedes Sosa, Black Sabbath, David Bowie, The Handsome Family, Mirel Wagner, Nick Cave, Silvio Rodríguez... y leí bastante poesía, uno de los personajes lee mucha poesía y lo acompañé en eso: desde Elliot hasta Keats o Rimbaud, Watanabe, Ida Vitale, Pizarnik, Elena Anníbali. Me encantan las influencias y las citas: mi trabajo está directamente relacionado con mi curiosidad y con las obras de las que me enamoro.
-Este año ha sido particularmente agitado en Latinoamérica y tu último libro, de algún modo (al centrarse en los años de la junta militar) rememora el trauma de la dictadura, que probablemente aún nos afecta. ¿Cómo fue vivirla para ti?
-Sólo una de las partes se centra en los años de la dictadura: la novela llega hasta los años 90 y, antes, también tiene episodios de los años 60. En realidad la parte de la dictadura es breve, sucede que impregna todo, como suele suceder en nuestros países. Yo era muy chica durante la dictadura, que coincidió con mi infancia. Tengo un recuerdo de terror solapado y secreto, de mucha angustia en mi casa, de una infancia gris y tensa. Supongo que lo viví como un trauma de baja intensidad.
-¿Y qué impresión tienes de los cambios políticos en Latinoamérica estos últimos meses?
-Es un momento horrible para el continente; espero que Chile consiga los cambios que la gente reclama y que el gobierno de Argentina, en el que confío, pueda revertir al menos un poco el desastre de Macri.
-¿Qué haces cuando no escribes? ¿Tienes alguna afición que te haga olvidar la literatura?
-Escuchar música en primer lugar, leer en segundo lugar y, cuando puedo, viajar.
-¿Tienes alguna rutina a la hora de escribir?
-No. Solamente trato de hacerlo a la mañana porque es mi momento del día más tranquilo.
-Si tuvieras que hacer un canon de obras de arte (desde libros, o películas o cuadros), ¿por cuál empezarías?
- Por Cumbres borrascosas de Emily Brönte.
Nuestra parte de la noche
Mariana Enríquez
680 páginas
Marzo en Chile.
Las garras del dios vivo, enero de 1981
Tanta luz esa mañana y el cielo limpio, con apenas alguna mancha blanca en el azul cálido, más parecida a un rastro de humo que a una nube. Ya era tarde y tenía que salir y ese día de calor iba a ser idéntico al siguiente: si llovía y llegaba la humedad del río y el agobio de Buenos Aires, jamás iba a ser capaz de dejar la ciudad.
Juan se tragó sin agua una pastilla para evitar el dolor de cabeza que aún no sentía y entró en la casa para despertar a su hijo, que dormía tapado por una sábana. Nos vamos, le dijo mientras lo sacudía apenas. El chico se despertó de inmediato. ¿Otros chicos también tendrían ese sueño tan superficial, tan alerta? Lavate la cara, dijo, y le sacó con cuidado las lagañas de los ojos. No había tiempo de desayunar, lo podían hacer durante el viaje. Cargó los bolsos que ya tenía preparados y dudó un rato entre varios libros hasta que decidió agregar dos más. Vio los pasajes de avión sobre la mesa: todavía tenía esa posibilidad. Podía acostarse y esperar la fecha del vuelo, en unos días.
Para evitar la pereza, rompió los pasajes y los tiró a la basura. El pelo largo le hacía transpirar la nuca: iba a resultar insoportable bajo el sol. No tenía tiempo de cortárselo, pero buscó las tijeras en los cajones de la cocina. Cuando las encontró, las guardó en la misma caja de plástico en la que llevaba las pastillas, el tensiómetro, la jeringa y algunas vendas, primeros auxilios básicos para el viaje. También su cuchillo mejor afilado y la bolsa llena de ceniza que finalmente iba a usar. Cargó el tubo de oxígeno: iba a necesitarlo. El auto estaba fresco, la cuerina no había absorbido demasiado calor durante la noche. Subió la heladera de pícnic, con hielo y dos sifones de soda fresca, al asiento delantero. Su hijo debía viajar en el asiento de atrás aunque él hubiese preferido tenerlo a su lado; pero estaba prohibido y no podía tener ningún problema con la policía o con el ejército, que custodiaban brutalmente las rutas. Un hombre solo con un chico podía ser sospechoso. Los represores eran impredecibles y Juan quería evitar incidentes.
Gaspar, llamó, sin levantar demasiado la voz. Como no obtuvo respuesta, entró en la casa para buscarlo. El chico intentaba atarse los cordones de las zapatillas.
-Te hacés un lío bárbaro -le dijo, y se agachó para ayudarlo. Su hijo lloraba pero no pudo consolarlo. Gaspar extrañaba a su madre, ella hacía esas cosas sin pensar: cortarle las uñas, coser los botones, lavarle detrás de las orejas y entre los dedos de los pies, preguntarle si había hecho pis antes de salir, enseñarle cómo hacer un nudo perfecto con los cordones. Él también la extrañaba, pero no quería llorar con su hijo esa mañana. Llevás todo lo que querés, le preguntó. No vamos a volver a buscar nada, te aviso.
Hacía mucho que no manejaba tantos kilómetros. Rosario siempre le insistía con que al menos manejara una vez por semana, para no perder la costumbre. A Juan el auto le quedaba chico como le quedaba chico casi todo: cortos los pantalones, tirantes las camisas, incómodas las sillas. Comprobó que la guía del Automóvil Club estuviese en la guantera y arrancó.
-Tengo hambre -dijo Gaspar.
-Yo también, pero vamos a parar para desayunar en un lugar genial. Dentro de un rato, ¿está bien?
-Si no como, vomito.
-Y a mí me duele la cabeza si no como. Aguantá. Es un rato. No mires por la ventanilla que te mareás más todavía.
Por Cristóbal Carrasco
"Tengo un recuerdo de terror solapado y secreto, de mucha angustia en mi casa, de una infancia gris y tensa. Supongo que lo viví como un trauma de baja intensidad".