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El día que Armando Uribe por fin bailó con Cecilia

Murió el poeta que odiaba lo que odiaba y amaba más que a nada en el mundo a su mujer, Cecilia Echeverría, musa de sus memorias, fallecida el 2001. Este texto es el comienzo de su "Vida viuda".
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«Hola, hola…». Son las últimas palabras que oigo de quien maneja la grabadora a través de la cual -de manera hablada- recordaré los años postreros desde que regresé a Chile. Distintas personas -amigas, claro- me han dicho que debería continuar mis Memorias para Cecilia, un mamotreto de casi seiscientas páginas publicado hace algún tiempo y que también fue grabado con la fortuna de tener a una persona que me ayudase.

Esa primera vez fueron cuarenta días. Ahora no sé qué título ponerles a estas nuevas memorias. Lo que creo es que pasaré por el «desierto de hablar» durante un número menor de días, a pesar de que con los años me he puesto parlanchín, aficionado a los soliloquios y monólogos. De hecho, desde 1990 he grabado y aun registrado en película o video una serie de monólogos sin asunto predeterminado, sin tema, sin recurrir a libros, utilizando la memoria y también la capacidad de inventar el pasado para volverlo presente.

Cuando iba a publicar mis 'Memorias para Cecilia', una señora -madre de una persona relacionada con el texto- me preguntó si tenía derecho a editar dicho volumen, pues al cabo yo no era ningún personaje. Le encontré toda la razón, pero me dije que a veces las memorias, como los diarios de vida de personas que no son ni personalidades ni personajes, tienen interés porque muestran la vida común y corriente de la gente. Es la excusa para hacer este libro, al cual concibo como un suplemento de las Memorias para Cecilia de acuerdo con una vieja costumbre literaria, que consiste en reunir todos los recuerdos personales o históricos que no cupieron en el primer libro y ponerlos en un apéndice.

Yo he sido muy apasionado de las memorias, las autobiografías y los diarios de vida. Recuerdos que distintos escritores y aquellos que creían no serlo -como es el caso de cierto número de personas públicas- atesoran, con la idea, o sin ella, de que pasado el tiempo desde que se dictan o se escriben, alguien pueda interesarse por sus rememoraciones. Reminiscencias que para el lector se transforman en un doble pasado.

Hasta ahora he publicado muchas más páginas y palabras en prosa que los libros en verso y selecciones de ellos convertidos en volúmenes. Aquello que otros llaman poesía, pero a lo que no me atrevo a designar con ese nombre tan alto y bello, porque solo cuando esté muerto -si es que dura algo de lo que he escrito- las nuevas generaciones podrán decir o creer si esos libros llamados de poesía verdaderamente lo son.

Palabras cargadas de energía, emoción y sentido hasta el extremo. A uno le consta que ha escrito y escribe versos, pero no que sean realmente poesía. Poesía cargada hasta el máximo de vigor, del sentimiento más profundo y de un sentido que a veces también incluye los sinsentidos, las insensateces. Sentimientos que provienen del inconsciente personal y también de la participación que uno tiene en el inconsciente colectivo.

¿Por qué se escriben versos? Es casi imposible saberlo. Yo diría que «para fregar la pita», citando sin saber a quién. Pero, al mismo tiempo, me complazco en tener una versión para el público: a los catorce años (el año cuarenta y ocho) pasé a escribir poesía en verso o verso que quiere ser poesía. La explicación es ésta: cuando tenía dieciséis, en octubre de 1950, apareció un domingo en El Mercurio un largo artículo firmado por quien era en esa época, y desde hacía tres años, mi profesor de castellano en el colegio Saint George, al que nosotros llamábamos San Jorge.

El autor se llamaba Roque Esteban Scarpa. El artículo, para mi sorpresa, se titulaba «Poesía de Armando Uribe Arce». En dicho escrito, Scarpa comentaba lo que nunca me había dicho directamente, ni en los recreos o después de clases, ni tampoco en la Academia Literaria que él asesoraba en el colegio. En realidad, me puso por los «cuernos de la luna», o más bien puso lo que escribía a gran altura. A las pocas semanas yo cumpliría los diecisiete años de edad.

Scarpa citaba un poema, más largo que lo habitual entre los míos, titulado «Los sábados nocturnos». Él tenía los originales escritos a mano, en papel de cuadernos de colegio. Comencé a entregarle papeles originales o copiados el año cuarenta y ocho, a los catorce años, en reuniones que hacíamos durante los últimos cursos de Humanidades, como se llamaba entonces a los estudios que ahora denominan media o medios. La palabra Humanidades era más noble y correcta, o al menos lo era en esa época. El primer texto que escribí en verso tenía ocho breves líneas y solo lo publiqué en 1998, o sea, cuando ya estaba en Chile después del destierro. El libro que lo contiene se llama Odio lo que odio, rabio como rabio.

Cuando se hizo esta publicación, cincuenta años después de haber escrito el texto, desafié a algunos amigos a que descubrieran cuál era entre todos los poemas que aparecen en el libro. Nunca pudieron determinarlo. Lo anterior es un índice de la majadería que he tenido durante toda mi vida, por lo menos desde los catorce años. La porfía de continuar y continuar escribiendo textos que podrían ser indistintamente de mis catorce años o de mis veintiocho, como de los cuarenta o los veinte.

"vida viuda" es la Continuación de las "Memorias para Cecilia" que escribió uribe.

Armando Uribe Lumen 340 págs.

$15 mil.


"Vida viuda"

Por Armando Uribe.

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