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Veinte años enviando cartas al librero de Marks&Co

La pasión por la literatura entre una lectora neoyorkina y un librero inglés es lo que recopila "84, Charing Cross Road", entrañable volumen epistolar basado en las cartas que sostuvieron Helen Hanff y Frank Doel.
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La librería Marks&Co. ubicada en Charing Cross Road inspiró un libro, una película y miles de cartas.

El libro "84, Charing Cross Road" alude en su título a la dirección de Marks & Co., una pequeña librería londinense hoy desaparecida, que vendía libros antiguos. Allí la curiosa y vivaz autora Helene Hanff calmó su sed de saber.

Nació en Filadelfia en 1915, en un modesto hogar judío sostenido por el trabajo de su padre que fabricaba camisas. Algunas de ellas las cambiaba por boletos de cine que Helene aprovechaba, encandilada en su butaca. Veía películas de un Hollywood dorado, muy ajeno a la triste realidad que se vivía en los días de la Gran Depresión.

Igual que la protagonista de "La rosa púrpura del Cairo" de Woody Allen, encontraba allí cierto alivio a su miserable trabajo en una fábrica de motores. Solo alcanzó a ir un año a la universidad, ya que tuvo que dejarla por falta de dinero, pero en cuanto pudo se mudó a Nueva York para escribir piezas teatrales. Nunca pudo encontrar el éxito en las tablas y tuvo que conformarse con escribir guiones televisivos que no la enorgullecían.

Buscando pulir su educación y tener un vínculo real con lo anglosajón, descubrió en la biblioteca de Nueva York un compendio de lecturas sugeridas por un profesor de Cambridge, Sir Arthur Quiller-Couch. El listado le sirvió de guía para profundizar su amor por la literatura inglesa. Pronto se dio cuenta que en Estados Unidos no estaban esos libros y, azarosamente, llegó por el aviso de una revista a la librería inglesa ubicada en el número 84 de Charing Cross Road.

Dos décadas

El breve volumen "84, Charing Cross Road" agrupa la correspondencia que sostuvo la autora entre 1949 y 1969 con el librero Frank Doel y desde el comienzo la pluma de Hanff desprende humor: "Su anuncio publicado en la Saturday Review of Literature dice que están ustedes especializados en libros agotados. La expresión 'libreros anticuarios' me asusta un poco. Porque asocio 'antiguo' a 'caro'. Digamos que soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares".

Veinte días después, el flemático Frank Doel atiende con pulcritud y buenos precios sus peticiones y envía sendos ejemplares a Nueva York. Muy pronto la relación se vuelve amistosa y fraterna, con una Helene Hanff complacida en mandar al equipo de trabajadores de la librería algunos alimentos muy bien recibidos en el Londres de la postguerra, bajo racionamiento. Piernas de jamón, latas de carne y apreciados huevos, tanto en polvo como en su natural envase, son muy bienvenidos por los ingleses.

Por otra parte, en su destartalado departamento de Nueva York, los hermosos libros comprados a razonables precios empiezan a lucir su esplendor en las estanterías. "Los libros llegaron bien, y el de Stevenson es tan bello que hasta abochorna un poco a mis estanterías hechas con cajas de naranjas. Casi temo tocar esas páginas de tacto tan suave que semejan el pergamino", le escribe gozosa a Doel, contemplando sus ediciones de Catulo, Chaucer, Tristram Shandy y Virginia Woolf.

Los libros usados la estremecen, la encuadernación y la edición física es una experiencia casi mística: "Me encantan esos libros de segunda mano que se abren por aquella página que su anterior propietario leía más a menudo" y con la llegada de la primavera exige poemas de amor: "¡Nada de Keats o Shelley! Envíeme poetas que sepan hablar del amor sin gimotear… Wyatt o Johnson o alguien por el estilo: lo dejo a su criterio. Pero que sea una edición linda y preferiblemente de pequeño formato, para poder metérmelo en los bolsillos de los pantalones y llevármelo a Central Park".

Algunos libros que le consiguen vienen sin abrir y debe usar un cuchillo para separar las páginas. "¿Te he dicho que por fin he dado con el cortapapeles perfecto? Es un cuchillo de postre con mango de nácar", le confiesa a Frank Doel, a quien también le cuenta que tiene la impresión de que al poeta John Donne hay que leerlo como a una fuga de Bach y que es "una apasionada de los libros escritos por testigos oculares". En otras cartas las minucias y complicidades de una amistad de años asoman, como cuando ella le pide que rece porque los Dodgers de Brooklyn ganen el campeonato de beisbol, a lo que Frank Doel le pide de vuelta que ella haga lo mismo por el Tottenham Hotspurs en la liga de fútbol británica.

La amistad epistolar va ganando confianza con otros miembros de la librería que le escriben diciéndole que la imaginan una mujer sofisticada, a lo que ella contesta con desparpajo: "Mi aspecto es casi tan elegante como una mendiga de Broadway. Visto jerséis apolillados y pantalones de lana, porque donde vivo no encienden la calefacción durante el día".

A su vez, y para agradecer sus apetitosos regalos, los ingleses le mandan un bonito mantel de hilo bordado a mano que de inmediato pone orgullosa en su pequeña mesa plegable. "Me muero de ganas de agitar por encima de él una flotante manga victoriana y alzar graciosamente mi brazo para servir el té desde una imaginaria tetera georgiana", les cuenta.

La pelicula

Por cierto, el cine y el teatro hicieron versiones de "84, Charity Cross Road", convirtiendo al libro en éxito de ventas, lo que de paso posibilitó que Helen Hanff pudiera viajar finalmente a Londres en 1971. Pero Frank Doel, su amigo librero, ya no estaba vivo.

Con sus recorridos londinenses escribió "La duquesa de Bloomsbury Street", un delicioso relato donde le explica a un barman cómo hacer un verdadero martini o visita la universidad de Oxford tras las huellas del poeta John Donne, o la casa de Charles Dickens en Doughty Street.

La película es de 1987 y está protagonizada por una dupla de fuste: Anne Bancroft como una vivaz y aguda Helen Hanff y Anthony Hopkins como el reservado y flemático Frank Doel. En el mercado anglo se la conoció como "The final letter" y la dirigió David Hugh Jones, mientras que a los cines de Hispanoamérica llegó con el dulzón nombre de "Nunca te vi, siempre te amé".


"84, Charing Cross Road"

Helene Hanff

Anagrama

128 páginas

$10 mil

Por Amelia Carvallo

"Digamos que soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí."

La mujer que se hizo monja para poder pensar

Sor Juana Inés de la Cruz creó su obra en una "celda" de dos pisos con cerca de 4 mil libros. Allí escribió, prácticamente, de todo. "Si los riesgos del mar considerara" (UDP) es una amplia muestra de su poesía.
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La escritora total de la etapa colonial de nuestro continente fue Sor Juan Inés de la Cruz (1651-1695), nacida como Juana Inés de Asbaje y Ramírez, hija de una madre criolla analfabeta y de militar español, en lo que hoy es México. Aprendió a leer muy joven. A los catorce años era dama de honor de la esposa del virrey. Antes de cumplir dieciocho años ingresó al Convento de la Orden de San Jerónimo. Como su biografía es un misterio parcial, hay quienes dicen que fue monja por una decepción amorosa, otros por no tener vocación de matrimonio y crianza, la obligación de la época, y otros porque no era una mujer acaudalada.

Como sea, escribió. No solo poesía, también prosa, autos sacramentales, teatro y hasta obras musicales. Ítalo Calvino definió a un clásico de la literatura como una obra que "nunca termina de decir lo que tiene que decir". Y los poemas de Sor Juana tienen mucho que decirnos hoy.

"Si los riesgos del mar considerara" (UDP) es una selección de su poesía lírica hecha por la joven poeta Milagros Abalo, quien ha publicado "Hábitat" y "Esto es" (ambos en Hueders). Además lo acompaña la "Respuesta a Sor Filetea de la Cruz", escrito en prosa, una explicación autobiográfica, defensa y justificación de la posibilidad de acceder al conocimiento más allá del género de nacimiento, lo que la convierte en una precursora del feminismo.

"Volví (mal dije, pues nunca cesé); proseguí, digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros. Ya se ve cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y explicación del maestro; pues todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras".

Este es un texto de gran interés porque permite acercarse a cómo una mujer que vivió su vida ligada a la Iglesia pudo leer en aquella época de forma autodidacta. La información completa su biografía. Esta establece su aprendizaje de la lectura de seguir a su hermana a la escuela, también solicitarle a su madre disfrazarla de hombre para poder asistir a la universidad. Sus penitencias de cortarse el cabello por no aprender las lecciones de latín, o el examen de decenas de las luminarias de la época antes de ser reconocida intelectualmente por la corte.

"Respuesta a Sor Filetea de la Cruz" fue hecho en polémica con el Obispo de Puebla, enmascarado en el nombre de Sor Filietea de la Cruz. Desarrollando su escritura encerrada en el convento, eran esperables los conflictos con la institución religiosa. Fue hostigada hasta esperar que sus protectores de la corte se debilitaran, pese a que el reconocimiento de su obra alcanzaba hasta España.

Dos años después de esta respuesta, vende sus libros, da el dinero a los pobres y firma con sangre su abandono de la vanidad, incluyendo la literaria. Siembra muchas dudas aquel abandono, si fue efectivamente una conversión o una forma de evitar la Inquisición, posible para una mujer con poemas eróticos. Un año y medio después fallece producto de una fiebre tifoidea, enfermedad de la que se contagia al atender a sus hermanas de congregación afectadas por el mismo mal. "Yo, la peor de todas", es parte de su testamento.

Letras de sangre

"Si los riesgos del mar considerara" recupera un texto escrito en la década del noventa por Adriana Valdés, ensayista de larga trayectoria, integrante de la Academia Chilena de la Lengua. Adriana Valdés escribió "Tinta en sangre" como un homenaje a Sor Juana Inés y hoy actúa como prólogo de "Si los riesgos del mar considerara". El texto nos sitúa frente a la poesía y la vida de esta "mujer cuya erudición y talento conquistaron y desorientaron a la corte virreinal de México".

Las citas que incrusta Valdés en su texto muestran hasta qué punto es una figura fundacional y mítica para la literatura mexicana e hispanohablante, también para la escrita por mujeres. Octavio Paz, Premio Nobel mexicano, define a la monja como "hija legítima de la iglesia", por ser hija natural.

Valdés nos permite acercarnos además a la forma del pensamiento bajo el metro (la medida silábica de la poesía) que cultivó la hermana: "Paradojalmente, las estrictas reglas de la poesía de entonces (la formalización extrema, por ejemplo, del soneto, con sus catorce versos endecasílabos, sus rimas fijas) no parece haber sido sentida por Sor Juana como una restricción". Dominó el español. Porque, a diferencia de hoy, que nuestra lengua se dinamizó en el argot de cada país y cada uno tiene su literatura, la escritura de la poeta es considerada como parte de la misma poesía barroca española, en su Siglo de Oro.

"Feliciano me adora

y le aborrezco;

Lisardo me aborrece

y yo le adoro;

por quien no me

apetece ingrato, lloro,

y al que me llora tierno,

no apetezco"

En otro de los aportes fundamentales de su texto introductorio, Valdés descarta que los poemas de Sor Juana sean personales. "No son tiempos de sinceridad, sino de artificio". La intelectual explica que funcionan como las máscaras del teatro. La conexión entre las artes la ejemplifica mencionando a William Shakespeare, que ocupaba los sonetos que escribía en sus obras dramáticas, explicando que la imagen de la obra como una proyección de la vida es propia del Romanticismo, tendencia posterior. En la contraportada de "Si los riesgos del mar considerara", se recoge una cita de nuestra Premio Nobel Gabriela Mistral, quien afirma "su Musa es el intelecto sólo, sin la pasión".

Lo anterior no deja de ser un punto de polémica. En los últimos años se han hecho selecciones de su poesía que sugieren amores lésbicos platónicos, y que colocan en duda su vocación. Escribir bajo el manto de la iglesia era una posibilidad. Los poetas españoles Lope de Vega y Góngora eran sacerdotes, malos sacerdotes lujuriosos, algo que no le perdonarían a una mujer. A Sor Juana ingresar al convento le permitió dedicarse a la escritura, cuando no había mercado literario, editoriales ni premios. Como señala Octavio Paz, "se hizo monja para poder pensar".

Eligió, entonces, la beca de dios. Según Paz "Su vida religiosa es absolutamente mundana: su celda (en realidad, dos pisos con una impresionante biblioteca, música y tertulias) es un centro de encuentros desde donde ella escribe poemas eróticos y comedias". Se afirma que llegó a tener cuatro mil ejemplares que combinaban conocimientos de teología, astronomía, pintura, lenguas, filosofía, y que era visitado por lo más alto de la corte para celebrar reuniones intelectuales. Esas amistades se preocuparon de publicar sus obras y hacerlas llegar a España. Incluso contaba con dos sirvientas antes de abandonar todo.

"Si los riesgos del mar considerara" son los versos de una adelantada, hoy enterrada bajo la Iglesia del Templo San Jerónimo. Allí mismo se realizan hoy cursos de escritura dados por la universidad que lleva su nombre, en un bello presente para tan gigantesco legado.

El Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz realizado por Miguel Cabrera en 1750.


Si los riesgos del mar considerara

Sor Juan Inés de la Cruz

Universidad Diego Portales

304 páginas

$15900

Por Cristóbal Gaete

'Su celda (en realidad, dos pisos con una impresionante biblioteca, música y tertulias) es un centro de encuentros donde escribe poemas eróticos y comedias'.

museo de arte de san diego