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Una nueva vida en medio de la pandemia

"Lo que hoy pienso, es que mientras más global es el alcance de esta pandemia, más personales se vuelven las reflexiones sobre lo que somos y si efectivamente lograremos ser mejores personas después de esto". Paola Mendizábal Mardones, Periodista
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Llegamos a Estados Unidos el 7 de febrero, una semana después de que se presentara el primer caso de COVID-19 en USA, mientras en China ya llevaban casi 400 infectados. La cobertura de los medios se centraban en los dichos de Donald Trump, que le bajaba el perfil a la pandemia, la tildaba de una simple gripe y culpaba a los demócratas de querer interrumpir el proceso eleccionario.

Con mi pareja (Andrés Correa) estábamos recorriendo San Francisco antes de instalarnos definitivamente en San José, California. En ese momento nadie preveía cómo iba a evolucionar el tema y paseábamos tranquilos en bicicleta el Golden Gate Park, el Distrito de Castro, el casco histórico de la ciudad, galerías de arte como el Moma SF y el Centro Cultural Yerba Buena.

El 26 de febrero llegamos a San José a instalarnos en nuestro nuevo apartamento para comenzar la rutina laboral de Andrés y mis estudios de inglés el 2 de marzo. Para ese momento se había expandido fuertemente el virus por Italia con 380 casos, mientras que el presidente norteamericano aseguraba que se estaba "desarrollando rápidamente una vacuna" contra el coronavirus, lo que días después fue desmentido por el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci. Las inconsistencias en los anuncios a nivel central eran brutales.

Nosotros ya empezábamos a preocuparnos porque recibíamos noticias directas de amigos que viven en Italia y la situación se ponía cada vez más difícil. Para la primera semana de trabajo de Andrés, en su oficina, ya habían implementado cosas básicas, como no saludarse de besos, el uso de alcohol gel en cada puesto y el lavado riguroso de manos. Por mi parte aplicaba la misma lógica y, por ejemplo, en vez de sentarme dentro de los cafés de la ciudad, lo hacía afuera para mantener una distancia prudente.

Para la segunda semana de marzo, comenzábamos a ver el cierre de los restoranes y la cancelación de importantes eventos, como el famoso Festival de Cine de San José, al que habíamos pensado asistir. En ese sentido, a diferencia de lo que ocurría a nivel central, el Estado de California, donde está ubicado San José, se adelantó a las medidas preventivas. A comienzo de la tercera semana de marzo, el gobernador de California, Gavin Newsom, ordenaba a sus 40 millones de habitantes quedarse en casa. Desde esa fecha no hemos salido y llevamos casi un mes encerrados, en medio de una ciudad paralizada.

De todas formas fue necesaria la ordenanza. Si bien California es considerada la quinta economía del mundo, tiene el mayor índice de pobreza de Estado Unidos (18%) y un drama feroz de indigencia. Por ejemplo en San Francisco, una de cada 100 personas vive en situación de calle. Honestamente eso ha sido lo que más me ha sorprendido de acá, es fuerte y doloroso. Entonces había que actuar rápido. Por una parte hacer que las personas se quedaran en sus casas, pero también generar un plan para los indigentes considerados como el principal foco de propagación del virus. En este último punto no han tenido mucho éxito. Es un drama social que tiene muchas variables.

Lo que más nos ha llamado la atención es la coordinación de California en la entrega de la información respecto a las medidas adoptadas. Nos notifican por teléfono, a través de llamadas y mensajes de texto de alerta lo que tenemos que hacer y cómo, los números a los que debemos llamar en caso de emergencia y de cualquier novedad en la toma de decisiones. No tenemos incertidumbre y eso nos ayuda a estar bien preparados. Hasta el momento la orden de quedarse en casa se extendió hasta la primera semana de mayo. Hemos coordinado las compras básicas por internet para abastecernos, aunque acá, como en todo el mundo que está en el peak de letalidad del virus, estamos complicados para conseguir papel higiénico, carne, leche, huevos y harina.

Honestamente no ha sido fácil, sobre todo porque solo alcanzamos a tener dos semanas de rutina normal en San José. En el encierro tratamos de ser creativos y jugamos bachillerato, cantamos y bailamos. Tenemos harto espacio en la casa porque no alcanzamos a comprar muchos muebles con todo esto. Hacemos yoga para mantenernos saludables y personalmente he incursionado bastante en la cocina, algo que no me imaginé nunca hacer. Estoy leyendo libros antes abandonados por falta de tiempo, escribiendo, trabajando en la empresa de secado de muros que tenemos en Chile y estudiando inglés. A veces no hago absolutamente nada y me quedo en la cama viendo Netflix o hablo por video llamada con amigos, primas, mis padres que están en Calama y mis hermanas que están en Arica e Iquique. Andrés trabaja de 09:00 a 17:00 horas desde la casa y también se mantiene comunicado con su familia y amigos. Lo que hoy pienso, es que mientras más global es el alcance de esta pandemia, más personales se vuelven las reflexiones sobre lo que somos y si efectivamente lograremos ser mejores personas después de esto. De verdad espero que así sea, sin esperar que venga otra pandemia, que nos remueva tan fuertemente, como lo ha hecho ésta.