Cynthia Rimsky: seis meses a dedo hacia una utopía
En 1985 la escritora chilena tenía 22 años y se largó a Nicaragua para conocer de cerca la revolución sandinista. Ahora, con 57 años, recluida en el campo, revisa los diarios que llevó en su juventud.
La nueva novela de Cynthia Rimsky se llama "La revolución a dedo" y es el examen, brumoso y distante, de algunos cuadernos de viaje, donde anotó experiencias y rumbos en dos momentos de su vida.
Rimsky, que vive actualmente en un caserío en el campo cerca de Buenos Aires, estuvo en Santiago presentando el libro. Alcanzó a viajar de vuelta a Argentina un poco antes que se suspendieran los vuelos.
"Podría decir que he seguido con mi rutina, pero no es tan así. Ha ido creciendo una sensación -que el virus ha vuelto muy potente- de que tenemos que cambiar el sistema. Y que es algo de vida o muerte", reflexiona Rimsky.
El libro abre con un epígrafe de Palito Ortega, una estrofa de la canción "La felicidad". La puso -dice- de pura rebeldía al canon de los epígrafes serios.
"Fue una canción muy popular en mi infancia y me parece que abre un camino para leer la revolución sandinista desde la ironía", anotó.
La obra se divide en dos partes: la primera se llama "El vacío". En ella registra la extrañeza que le producen las notas que la joven periodista -ella- tomó en un cuaderno de marca Universal.
La segunda parte es "La salvada" y son los apuntes que hizo en un cuaderno marca El Arte a los 45 años, visitando nuevamente los mismos lugares donde supuestamente buscó la utopía.
En ambas secciones, Cynthia Rimsky -hoy de 57 años- toma distancia irónica de ese otro tiempo con un relato que afina el ojo en lo pequeño y sus epifanías. Este es su viaje por el pasado. Y por los tiempos que vivimos.
-¿Con quién está, cómo es su rutina?
-En lo cotidiano la cuarentena no ha cambiado tanto mi rutina, excepto para ir a comprar a la ciudad cercana; vestirse, desvestirse, ducharse, guantes, etc. Mi vida en casa en el pueblo ya era bastante solitaria. Lo que sí, es que como todo el sistema editorial está caído por lo que he vuelto a escribir como cuando era niña: para pensar, aprender, entretenerme, sin ningún fin, meta o sentido.
-Qué apuntes ha tomado de todo lo que pasa?
-No tomo apuntes, no hago diarios de cuarentena, hay suficientes personas haciéndolo, y bien. Hay una intensidad, una cercanía con la finitud, con el fin de las formas conocidas, con la posibilidad de pensar otras nuevas, que se mete en la escritura y en la vida.
-¿Cómo ve que ha cambiado el mundo en estos días?
-No te sabría decir, me queda grande el mundo. Por acá hay más pájaros e insectos. En términos del colectivo, hay barbaridades, individualismos, pero también gestos de solidaridad, de amor, que habíamos olvidado en lo social. Estar siempre repitiendo: cuídate, cuídense, genera algo amoroso con los otros.
-¿Qué le hace falta?
-A mí nada, nunca he sido consumista y siempre me he arreglado con poco. Pero a muchísima gente le falta de todo y eso significa que tienen que salir a la calle y arriesgarse a enfermar. Por eso evito hablar de mi cuarentena, me parece obsceno.
-¿Con quién habla periódicamente?
-Con mi sobrino que se quedó en capital, con mi pareja, con Andrea Goic, con mis compañeros de cátedra de la universidad para organizar las clases virtuales. Y siempre hay sorpresas.
-¿Quién le preocupa?
-Me preocupa lo que está pasando en Chile de anteponer la riqueza al cuidado de las personas. Eso me preocupa muchísimo.
-¿Qué habilidades nuevas adquirió con su encierro?
-Lavarme las manos.
El viaje a dedo
-¿Cuál es la historia de la escritura de este libro?
- Un día abrí una página nueva en la computadora y empecé a pensar qué poner. El año pasado tuve un accidente en un brazo que me tiene la mano temporalmente insensible y por ahí pensé en este guerrillero chileno que pierde el brazo combatiendo contra Somoza y luego la vida en un incendio por salvar a una mujer. En ese momento en Chile muchas personas estaban perdiendo sus ojos por la represión y me puse a pensar en eso: en dar la vida por otro o por una idea, en qué pasa cuando esa persona o esa idea ya no existen.
-¿Cómo fue trabajando y descifrando esos cuadernos?
-Tardé más de un año, ensayé muchos y variados procedimientos. Uno fue contrastar los nombres de personas y lugares del cuaderno con la actualidad a través de Internet, teniendo claro que Internet también es una ficción, en el sentido de que es un recorte arbitrario. Me interesa jugar con las representaciones, cómo se van borroneando.
-¿Y las tachaduras que aparecen?
-Las tachaduras son parte de lo que es escribir a mano. Hubo una época en la que los arrepentimientos, los errores, los cambios, quedaban marcados para siempre en el texto.
-¿El tono irónico es a propósito?
-Sobrevuela la novela. Gracias a él se suspenden algunas maneras de leer los acontecimientos que ya están fosilizados; se intentan otras lecturas que tienen humor, cariño, horizontalidad, sin cercar con juicios, son lecturas que abren y no que cierran o que imitan la realidad, la tuercen, hay que pararse de cabeza para leerlas. Todo está en Raúl Ruiz.
Lo improbable
Además de los cuadernos de este viaje de 1985, también conservó unas pocas fotos que dudó hasta el último momento incluirlas. Tanto en "Poste restante", como en "Ramal" y "En obra", algunas de sus novelas anteriores, había puesto algunas fotos de esos momentos vividos, pero esta vez decidió que no. "Mi trabajo es abrir espacios en lo biográfico, en la llamada vida real, para hacer entrar lo improbable y que eso improbable contamine todo, casi una alegoría de este momento. Y esas tres fotografías, pienso ahora, pertenecen al orden de lo probable", explica.
-¿Hay algo en Usted de esa muchacha que fue?
-Esa fue la inquietud que dio comienzo a la historia: leía a esa joven de 22 y me era tan extraña. Puedo recordar algunas cosas que menciona que ocurrieron, pero no sé lo qué pensó, cómo las vio, lo que sintió. El punto de partida para escribir fue acercarme a esa joven y a esa época, a esas decisiones, a esa mirada. Lo más fácil hubiese sido juzgar, meterlo en una cajita ideológica, ponerle adjetivos. Lo que quise construir fue un puente, una relación entre esas dos mujeres y las dos utopías que le tocó vivir. No conservo a la una ni a la otra, pero construí un camino para visitarlas.
-¿Qué fue lo que más le enterneció de la chica de 22 años que fue?
-Que se haya ido a dedo a conocer una revolución y que no tuviera ninguna conciencia de lo que estaba haciendo. Simplemente fue.
-¿Le envidió algo?
-Le envidio esa facilidad para desviarse y conectar con las personas que va encontrando en el camino. Su valentía de andar sola.
-¿Qué significaba para ella la revolución sandinista?
-Ella lo dice en el libro: es la utopía. Así como ahora el horizonte son los emprendimientos, la riqueza, la fama, los pos doctorados, en ese momento histórico lo que se quería alcanzar era una utopía. La revolución era un camino para eso.
-¿Cómo encajó la decepción a su regreso a Chile?
-No diría que se decepciona. Va a la revolución porque desconfía del concepto, necesita tener una experiencia utópica. Por eso me demoré más de 20 años en escribir el viaje para no caer en el facilismo de la decepción. Ella necesita la experiencia, ir hacia las cosas, vivirlas, por sobre la ideología. Y se da cuenta de que la experiencia es múltiple, contradictoria, azarosa, improbable, vital. No totalizadora y mesiánica como el concepto.
-¿Por qué es facilista la decepción?
-La decepción es como la respuesta de un contestador automático. Son emociones que se usan hasta en los comerciales: ¿decepcionada de tu champú? Mi trabajo es salir del sentido común, inventar otras asociaciones.
-¿Cómo cree que miraría ella el mundo de este año 2020?
-Con desconcierto y perplejidad, no solo ella, creo que todos y todas las que tenemos como horizonte un sistema justo, igualitario, empático, estamos en la misma perplejidad.
-¿Lo escrito en 2007 también le causa extrañeza o se sientes más cercana a esa otra que también fue?
-También me causa extrañeza. "Poste restante", mi primer libro, se relaciona con la búsqueda de la identidad. Ahora no creo que exista la identidad, las personas, los actos, son discontinuos, nos transformamos todo el tiempo, y es un alivio. Lo que uno puede hacer es mantener en contacto a esos puntos discontinuos, tenerlos conversando. A lo que me siento cercana es a esa conversación entre la joven de 22, la mujer de 45 y la de 57.
-¿Dónde fueron a parar los diarios de viajes del baúl?
-Los tengo en un alto de papeles sueltos arriba de un mueble. Seguramente algún día voy a perderlos y podré escribir una nueva versión.
Rimsky es autora de "Poste restante", "Los perplejos", "Ramal" y "Fui" entre otros libros.
EL VACIO
De mis viajes siempre regresé con uno o más cuadernos en los que dejé consignados los alojamientos en los que pude haber dormido, personas a las que no llegué a conocer, gastos, situaciones que me ocurrían u observaba, y de vez en cuando, un intento por ir hacia las cosas que no se mostraban o quedaban sin vivir. Me satisfacía llevarlos en la mochila, ponerlos sobre la mesa de un bar. Nunca me preocupé de conservarlos, no los volví a leer, no los ordené en cajas o al fondo de un armario. Ahora que busco el certificado de mis estudios en la escuela de Periodismo de la Universidad de Chile entre 1980 y 1983, los encuentro y no parece que los haya escrito yo, especialmente no este cuaderno Universal.
camino a nicaragua, agosto 1985
Por razones extrañísimas estoy varada en Tegucigalpa sin poder seguir viaje a Nicaragua aunque solo 200 kms me separan de la ilusión. La embajada nos exige un pasaje de entrada y otro de salida y no tenemos ninguno de los dos. Tampoco nos dan la visa para ir a Costa Rica, donde la prima de Pablo tiene guardada la mitad del dinero para que continuemos viajando. Contamos con que encontrará pronto una forma de enviarlo. Nos quedan US$70 y no sabemos hasta cuándo estaremos aquí, en septiembre es mi cumpleaños y quiero pasarlo en Nicaragua, voy a cumplir 23 años, ¿no te parece que estoy grande? Llevamos seis meses viajando, siempre a dedo, pasamos por Perú (en Lima nos robaron los pasaportes y a Pablo, las zapatillas), de ahí cruzamos a Ecuador en un camión cargado de cebollas después de pasar dos días varados en la frontera; recorrimos Colombia durante tres meses, cruzamos a la isla de San Andrés en un barco petrolero y de ahí a Tegucigalpa en un avión correo. Me siento como un juglar del siglo XX, viajando a dedo y escribiendo. Llevo seis o más cuadernos repletos de notas, cayéndose páginas por las pesadas explicaciones. Yo misma metida en las páginas en blanco.
La caligrafía de la joven de 22 es distinta a la mía pero ella hace como yo a los 52, de aburrida llena con tinta los huecos de las letras. Sobre el cartón de la tapa del cuaderno, un niño o niña que está aprendiendo a escribir dibujó algunas palabras y no le importó ponerlas boca arriba, de costado, al revés, como si fueran cuchillos, tenedores, platos, vasos, y la página, una mesa. En la contratapa, una mancha de aceite sigue la forma de una isla más grande y otra más pequeña. Al abrirlo, en la primera página encuentro una carta sin destinatario. Si continúa aquí, la joven de 22 se arrepintió de enviarla o la copió en un papel más liviano para abaratar el costo del franqueo. En ese paso debió repensar algunas cosas y el destinatario leyó una carta distinta a la que yo leo ahora.
Por Amelia Carvallo
María Aramburú
"Ha ido creciendo una sensación -que el virus ha vuelto muy potente- de que tenemos que cambiar el sistema. Y que es algo de vida o muerte".
"A muchísima gente le falta de todo y eso significa que tienen que salir a la calle y arriesgarse a enfermar. Por eso evito hablar de mi cuarentena, me parece obsceno".
María Aramburú