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Faro de evangelistas

Adelanto del libro "Qué nos ha dado con Kafka". Por Enrique Lihn
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Leo en una boleta de pago, bajo mi nombre, el de una calle extravagante solo en cuanto al suyo: Faro de Evangelistas. Era el lado que me correspondió de los cuatro que flanqueaban el cuadrado de una plaza, orgullo de la comunidad. Las casas, todas iguales, competían por diferenciarse, en la originalidad previsible de sus antejardines. Un ambicioso había disfrazado el suyo de japonesada, con pagoda y todo. Otro -mi vecino de inmediato- iluminaba toda la noche la fachada de su casa con focos de luz mercurial, que brotaban en su antejardín de un prado de pasto que parecía artificial, verde-encendido.

El zumbido de los helicópteros se escuchaba a toda hora. La comisaría del barrio se aprontaba a repeler el ataque de peligrosos delincuentes extremistas. Yo había empezado a vivir mis problemas en uno de esos mediocres paraísos de clase media que tanto se parecen, de pronto, en su tozuda cuadratura, a un infierno.

Cometí, enseguida, un pecado mortal. Descuidé mi antejardín ostentosamente. Porque, encima de todo, lo regaba para ver qué brotaba de él por sí mismo.

Una noche una amiga me llevó en auto a esa casa. Un Fiat se estacionó delante nuestro. Retrocedió, nos chocó, reanudando ese operativo una y otra vez.

Mi hija increpó, desde una ventana, al energúmeno. Fue, luego, valerosamente en busca de los carabineros. Inútilmente, es claro.

El agresor y yo nos bajamos de los vehículos.

Tenía enfrente mío a un colorín atlético de verdes ojos vidriosos, de mentón mussoliniano. Que se proponía destruirme a puñetazos.

Le hice ver, con una especie de serenidad, que el combate era desigual. Había diferencias de edad y de peso a su favor. Por lo demás yo estaba recién operado. Solo lo contuvo, al final, la aparición de su mujer que lo hizo bajar del ring con súplicas y amenazas.

Un señor amable, mi vecino inmediato, el del jardín iluminado, presenciaba discretamente la escena. La recapituló diciéndome que era a él a quien ese campeón se proponía golpear. Nos había confundido.

Al día siguiente (¿los hijos del vecino?) me incendiaron un galpón de madera donde guardaba algunos libros. En represalia: mi jardín era antiestético. El vecino fue demasiado parco. Las suyas no parecían explicaciones. Me estaba indisponiendo, seguramente con el matón número dos.

Empiezo a escribir, al parecer, la Microhistoria de Chile. [1987]


¿Qué nos ha dado con Kafka?

Overol

Enrique Lihn

346 páginas

13 mil

"Cometí, enseguida, un pecado mortal. Descuidé mi antejardín ostentosamente (...) lo regaba para ver qué brotaba de él".