64 años y un minuto de silencio
"Muchos de los que hoy más sufren a consecuencia de la pandemia son migrantes de Colombia, Bolivia, Perú y el sur de Chile".
En nuestra región más de 700 personas enfrentaron la cuarentena en la calle. Muchos fallecen sin que exista un registro oficial de ellos; como si no hubieran existido. Algunos, inclusive, no cuentan ni siquiera con certificado de nacimiento. Como transeúntes de paso, yendo de una calle a otra, de un rincón a otro, invisibles para el resto, sin un lugar donde pasar la cuarentena.
¿Y dónde está el resto de los muertos? Bueno, lejos de nosotros… Pero están. En nuestros recuerdos, en la memoria, en el silencio… Por eso, el aniversario número 64 del Hogar de Cristo en la región no tiene chaya ni fanfarria.
Más que celebrar, queremos conmemorar esas vidas guardando silencio. Sus muertes nos obligan a trabajar para que esa indefensión y abandono no se repitan, y lo hacemos con la ayuda de personas que lo dan todo por el resto, como Carolina Alcaide dirigente de una de las ollas comunes más grandes, ubicada en Villa Los Chañares, que ayuda más de 300 personas diarias, o Luz Castillo, dirigente social de La Chimba, el icónico campamento de Antofagasta. En ese árido lugar hemos levantado jardines infantiles, campañas en ayuda de los vecinos y cientos de mediaguas.
Los discursos grandilocuentes no logran nada, por eso, prefiero que el silencio de aquellos que han partido nos ayude a conectarnos con quienes viven la cuarentena hacinados, cesantes, encarcelados, drogados o borrachos buscando en la evasión alguna esperanza, y empaticemos con ellos, buscando soluciones creativas y permanentes, porque como hemos repetido como un mantra este año: nadie se salva solo, y quizás la pandemia sea una oportunidad de mejora.
Muchos de los que hoy más sufren a consecuencia de la pandemia son migrantes de Colombia, Bolivia, Perú y también del sur de Chile; hombres con larga, mediana y escasa experiencia en calle; jóvenes excluidos de la educación o que este año aciago lo serán; adultos mayores dependientes y profundamente golpeados por un virus que los recluyó, los deprimió y los deterioró.
Por ellos y tantos otros, guardamos silencio, reflexionamos y nos ponemos en acción, tal como hizo hace 64 años un grupo de antofagastinos con sensibilidad social que quisieron tener parte del milagro cotidiano del padre Hurtado en esta preciosa y contradictoria ciudad, creadora de riqueza y de pobreza con el mismo ahínco, y donde el Hogar de Cristo sigue luchando por acortar esa distancia.
Andrea Cox García
Hogar de Cristo Antofagasta