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¡Te aplaudo, Rubén!

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Con un dejo de amargura e impotencia termino de leer el libro "Desaparecidos en tiempos del Beagle", escrito por el colega, periodista y amigo, Rubén Gómez Quezada. Ciento cincuenta páginas de relatos en que combina los paisajes de su añorada María Elena, salitrera donde templó su coraje como pampino y la bella ciudad de Salta, donde los cobardes de siempre -como los hubo en Chile- se esforzaron por truncar sus sueños.

Bellas son las imágenes que se descuelgan de las riberas del majestuoso Loa: los paseos de antaño, la modestia de los veraneos, con 40 grados de calor y la amenaza de los tábanos. Gratos los recuerdos que hace de sus amistades, algunas perduran hasta hoy.

Otro cariz toman los relatos acaecidos en Salta, la linda.

Dura realidad vivida en suelo argentino, en la anónima oscuridad de un recinto clandestino, con sicarios a sueldo que -al igual que en nuestro país- hoy deben estar recibiendo jugosas pensiones del Estado. Un Estado cómplice de tales barbaries, en concomitancia con una justicia vendida al mejor postor. Cruda descripción de los apremios y torturas a la que fue sometido y cómo pudo sortearlos, aún hallándose al límite de su resistencia. Es impactante la manera en que los apremios, presiones y amenazas se hicieron extensivos a su familia. Con dolor, relata la suerte que no tuvieron algunos de sus colegas. Un escenario que tuvo como telón de fondo el halo de muerte que rondaba en territorio argentino, cuando la amenaza de guerra con Chile, por las tres islas del estrecho de Magallanes, obligó a chilenos y trasandinos a empuñar las armas.

Rubén fue víctima de la represión ejercida contra los chilenos, ante la ira que el dios Marte pudo desatar entre países vecinos. Acusado de espía, fue raptado en Salta y abandonado cerca de Jujuy, luego de dos semanas de incesantes torturas. Pero esos maltratos no doblegaron su pluma, que narra -con detalles conmovedores- lo sucedido. Tales hechos, fueron la antesala de su partida al exilio a Bélgica, que le devolvió la honra y encendió las luces de la esperanza.

¡Aplaudo tu coraje, Rubén…! ¡Y la valentía de tu pluma, para describirlo con tanta realidad…!