El discurso de la derrota
La derrota suele ser una buena forma de diagnosticar el alma de los hombres. Especialmente del político.
Lo mostró el discurso de ayer del presidente, el último de su último mandato. Una sala despojada de público fue un buen escenario para el sobrio dramatismo del momento.
Es cosa de recordar las circunstancias que han rodeado su gestión para entender su significado. Hace apenas tres años había obtenido un triunfo resonante (el primer presidente de derecha del Chile moderno electo por dos veces) que lo encumbraba como un líder de la derecha continental, un mediador incluso entre grandes potencias (recuérdese su papel en el conflicto entre Brasil y Francia por la Amazonía). Chile era el oasis de la región, el país más pujante bajo cualquier respecto. Y vino entonces el llamado estallido (una denominación que esconde la idea que Chile era un globo al que se infló en demasía), más tarde la porfiada sombra de la pandemia y luego el desorden total en sus propias filas.
Y de pronto el presidente triunfante (hasta el 18 de octubre habían transcurrido menos de dos años desde su triunfo) quedó convertido en una figura transferencial, una especie de pararrayos que atraía todos los malestares.
Ese hombre convertido en pararrayos, esa figura transferencial (los psicoanalistas llaman así al terapeuta en quien los pacientes reviven sus emociones más ocultas) fue la que habló en la cuenta de ayer.
En medio de esa situación tenía dos alternativas: una de ellas era intentar recomponer sus filas maltrechas elaborando un programa atractivo y popular para lo que resta del mandato, cediendo a la solicitud de sus propias fuerzas políticas; la otra alternativa era seguir siendo fiel a si mismo, reconociendo lo obvio e insistiendo en sus ideas fundamentales, e incluso subrayando aquellas que en su propio sector -infectado de conservadurismo- podrían sacar roncha, mirando más al debate constitucional que a lo que resta de gobierno.
Optar por la primera alternativa -esta es la verdad- habría sido simplemente ridículo luego de los resultados del último evento electoral. A pesar de que los resultados de esa elección se han exagerado (en realidad sigue habiendo una fuerza de centro esperando guía) abandonar a estas alturas las propias ideas, allanarse sin más a programas universales en los que la derecha nunca creyó, y que el presidente no cree todavía, habría sido algo así como consentir que no habría hecho lo obvio por porfía o cicatería.
En vez de eso, si se atiende a sus palabras, se observa la reiteración de ideas que son propias de la derecha ¿cómo llamarla? ¿cultural? No son muchas; pero son ideas que tendrán extrema importancia no en los meses que le restan de mandato, sino en el debate constitucional.
Desde luego, entrecruza todo el discurso la idea de la libertad individual, concebida como el dinamismo secreto de las sociedades. Una libertad que obliga a que cada uno tome también, siquiera en parte, el coste de los infortunios de la vida. Suena duro, es cierto; pero esa es la idea que está tras el rechazo o la resistencia a políticas puramente universalistas.
Se suma a lo anterior, la neutralidad del estado frente a las diversas formas de vida que coexisten en la sociedad chilena. Su apoyo al matrimonio igualitario (un anuncio que sorprendió a sus propias fuerzas) es muy importante no tanto por la novedad, puesto que un proyecto semejante ya existía, sino por lo que significa para un cierto sector de la derecha que por estos días parece languidecer. En esto hay un gesto de Piñera semejante al que ya hizo alguna vez al denunciar a los "cómplices pasivos", una forma de decir que las fuerzas que lo respaldaron no son, en verdad, sus verdaderas fuerzas.
Y está la idea de diálogo y de acuerdo que reiteró hacia el final. Cuando el presidente reitera esa idea está mostrando cuál es su más profundo ideal del yo, esa figura hacia la que inconscientemente quiso a veces, malamente hay que decirlo, estirarse: la de Patricio Aylwin.
Sí, es una idea que hoy tiene mala prensa; pero será clave en el debate constitucional. Piñera sabía que a veces las palabras de un político deben esperar su momento para ser oídas. Y es seguro que con ese ánimo escribió y leyó su discurso, el discurso de la derrota.
"Si se atiende a sus palabras, se observa la reiteración de ideas que son propias de la derecha ¿cómo llamarla? ¿cultural? No son muchas; pero son ideas que tendrán extrema importancia no en los meses que le restan de mandato, sino en el debate constitucional.