Alejandro Ahumada R.
Claudio Latorre, paleoecólogo e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad y profesor titular de la Universidad Católica, es uno de los más destacados investigadores del desierto de Atacama. Una mezcla de azar y curiosidad le llevó, hace veinte años, a rastrear entre madrigueras de hasta 40 mil años de antigüedad.
Los resultados de sus inéditas investigaciones abrieron un campo de conocimiento insospechado, que permite hoy en día, conocer no solo la evolución y adaptación de la vida al desierto de Atacama, sino también, las grandes fluctuaciones climáticas a través del tiempo.
Por éstas y otras contribuciones Latorre, doctor en Ecología y Biología Evolutiva, fue recientemente distinguido con el Premio "Farouk El-Baz" que cada año entrega la Geological Society of America (Sociedad Geológica de Estados Unidos de América).
Con ello Latorre se convierte en el primer latinoamericano en recibir este galardón, uno de los más prestigiosos del área, denominado así en honor al científico Farok El-Baz, un destacado geólogo egipcio-americano que participó en el programa espacial Apolo y fue clave en el estudio de la luna y los sitios más adecuados para el aterrizaje de la misión espacial.
¿Cómo toma este reconocimiento que algunos denominan el "Nobel del Desierto"?
-Farouk El-Baz es una persona importantísima y reconocida en el mundo de las ciencias de la tierra. En la serie Star Trek hay hasta una nave que tiene su nombre. Se estableció este premio para inspirar a las nuevas generaciones para estudiar ambientes desérticos. Y una vez al año se premia a aquellas personas que destacan en el estudio de estas áreas. Estoy súper sorprendido de ser el primer latinoamericano en ganarlo. Es un reconocimiento al hecho que Atacama es un lugar que, previamente a los aportes que hemos hecho a lo largo de los años, no era tan tomado en cuenta a pesar de lo espectacular que es desde el punto de vista del conocimiento de frontera. Y ahora encuentras muchos investigadores, no solo geólogos, sino gente que estudia el clima, la flora y la microbiología, entre otros muchos.
Hoy el Desierto de Atacama es un espacio de alto interés pero hace 20 años no era así. ¿Cómo surgió ese interés?
-Partí trabajando cuando empecé el doctorado. Antes de eso tenía poco conocimiento del desierto. Fueron dos casualidades. Una de ellas tuvo que ver con el Instituto Interamericano que había seleccionado el proyecto de un colega que conocí haciendo el magister en la Universidad de Arizona. Me contó que trabajaba en Argentina con el estudio de madrigueras y le dije que por qué no mirábamos en Atacama. Y efectivamente encontramos las paleomadrigueras más antiguas de América. Eso de entender la historia ecológica del desierto de Atacama resultó algo realmente novedoso porque no sabíamos nada. Las historias ecológicas se reconstruyen con registros lacustres y estudios de polen preservado con sedimentos, pero en Atacama no hay lagos. Y cuando se sacaban registros resultaban muy difíciles de datar. Y con la paleomadrigueras había una verdadera mina de oro.
¿Y la segunda casualidad?
-Regresé a Chile a terminar el doctorado y comencé a trabaja con Carolina Villagrán, que es investigadora y paleoecóloga, y estaba en un proyecto para estudiar la etnobotánica del norte de Chile. Para entender el uso natural de la flora nativa de los pueblos originarios. Gracias a ese estudio pionero pude entender mucho sobre la flora de Atacama, su estructura y la geografía. Y combinándolo con lo que aprendí con las paleomadrigueras, se abrieron este tipo de estudios. Para mí fue impresionante reconstruir esta historia del desierto en los últimos 50 mil años, utilizando paleomadrigueras que era algo completamente novedoso en ese momento.
Me imagino que fue como abrir una puerta a una biblioteca...
-Exactamente. Fue descubrir un registro nuevo. Enorme. Y con algo tan humilde como restos de una madriguera. De hecho ahora estamos llegando a otro nivel con la paleogenómica. Extraemos material genético de estos depósitos y eso nos da una información mucho más precisa del ecosistema completo de hace 20 o 30 mil años, incluyendo genes de parásitos, los hongos, los patógenos.
¿Cuáles son las principales investigaciones en las que trabaja hoy en día?
-Estuve 19 días en la costa de Pisagua. Estamos trabajando en un proyecto Fondecyt para estudiar los conchales arqueológicos. Estamos tratando de entender las variaciones ambientales asociadas a los sistemas de afloramiento de aguas profundas. Esa información está preservada en los conchales de la misma forma que están en las paleomadrigueras para entender la variabilidad ambiental. A la vez estoy colaborando en un trabajo de la pampa Tamarugal con el profesor Calogero Santoro de la Universidad de Tarapacá que trata de entender si la variabilidad ambiental y cultural están íntimamente ligadas. Es bien sorprendente eso. Habla de la adaptabilidad y resiliencia de la personas que habitaban el desierto en la prehistoria.
¿Luego de todos estos años, que es lo que más le sigue asombrando del estudio del desierto?
-Una de las cosas extraordinarias de Atacama es la preservación increíble de casi toda forma orgánica. Para alguien que se entrenó como biólogo, encontrar este tipo de evidencia es algo bien asombroso. Con semillas, flores o restos orgánicos disecados que tienen 13 mil años es algo simplemente extraordinario. En mi laboratorio tenemos un archivo de casi 1.500 paleomadrigueras. Y hemos logrado datar casi mil de ellas que van desde Arica a Santiago, incluyendo de Argentina.
"Estoy súper sorprendido de ser el primer latinoamericano en ganarlo. Es un reconocimiento al hecho que el desierto de Atacama es un lugar que, previamente a los aportes que hemos hecho a lo largo de los años, no era tan tomado en cuenta".