El impostor
El Impostor es el título de una novela de Javier Cercas -un relato real, como él prefiere llamarla- donde se relata la increíble peripecia de un mentiroso insigne: Enric Marco.
Enric Marco el personaje de cuya vida se ocupa esa novela, es un falsario y un embustero increíble que a punta de mentiras, fabulaciones y medias verdades, se las arregló para convertir su vida de trabajador de la España Franquista, enviado a colaborar con la Alemania nazi, en la de un sobreviviente de las mazmorras del Tercer Reich. A punta de falsedades se convirtió en una especie de tábano de la transición española encargado de aguijonear la memoria y mantenerla así alerta ante los hechos que él, Enric Marco, con su elocuencia de víctima memoriosa y testigo insobornable, relataba una y otra vez para evitar se repitieran.
El caso es real.
Gracias a ese embuste, y hasta que fue descubierto, se convirtió en un reputado dirigente de memoria española y de sus víctimas del nazismo, y todavía se le puede ver en registros de youtube perorando acerca de Auchwitz y derramando lágrimas cuando recuerda a sus compañeros caídos y muestra las barracas ¿Es Enric Marco un personaje inmoral que teje y trafica mentiras para ensalzarse a sí mismo, la muestra de una patología minoritaria y marginal, o hay en él algo que también habita en el fondo de cada uno de nosotros? ¿Es Enric Marco, como sugirió Vargas Llosa, alguien que hizo con desmesura lo que todos secretamente anhelamos, a saber, inventarnos una vida mejor de la que vivimos? ¿O acaso Enric Marco es, como tituló Claudio Magris el artículo que le dedicó, un mentiroso que dice la verdad?
Esas mismas preguntas pueden ser formuladas a propósito de este otro impostor, Rodrigo Rojas, quien simuló ser un moribundo herido por el cáncer, calvo, atravesado de catéteres como si fuera un San Sebastián contemporáneo, arruinado por las clínicas y quien, gracias a ese espectáculo mentiroso, se convirtió en líder el 18 de octubre y más tarde en convencionista, hasta que unos periodistas -que, fieles a su oficio de desconfiar y sospechar de las apariencias, no le creyeron e investigaron- lo obligaron a confesar la verdad: no tenía ni había tenido cáncer, sino otra enfermedad que, según dijo, lo avergonzaba y que decidió tapar con esta mentira ¿Es Rodrigo Rojas un enfermo de un raro narcisismo que encontró en la mentira la forma de financiarse y ganar la fama? ¿Se trata, en cambio, de un mentiroso que dice la verdad?
En el caso de Enric Marco los actores del espacio público hicieron esas preguntas y se dieron a la tarea de intentar comprender lo que allí había ocurrido y no se ahorraron el juicio crítico. Pero en el caso de Chile quizá lo más llamativo que ha ocurrido es que en la esfera pública no se ha ido más allá de la obvia condena moral y la reflexión ha escaseado.
Y en el caso de los convencionistas y su presidenta no ha habido ni la una ni la otra: ni condena, ni reflexión.
Se han desperdiciado así las lecciones de este caso.
La primera es la importancia de un periodismo desconfiado e inquisitivo, que fue capaz de ver debajo del agua (o de los catéteres) y darse cuenta que todo esto era un embuste. La segunda es que hoy en Chile la condición de víctima desplaza fácilmente a las ideas (Rojas exhibió catéteres, dolencias y así pudo mantenerse abstemio de ideas). Y la tercera es que los convencionistas tan sensibles para detectar mentiras y corrupciones de la élite, no fueron capaces de detectar el fraude que estaba ante sus propias narices (y en vez de eso insinúan que es la prensa la que no es capaz de advertir no lo relevante).
"¿Es Rodrigo Rojas un enfermo de un raro narcisismo que encontró en la mentira la forma de financiarse y ganar la fama? ¿Se trata, en cambio, de un mentiroso que dice la verdad?