En estos últimos meses has comparado la situación que afecta a nuestra selección de fútbol con el panorama político chileno. Te acostumbraste a ver jugar a la generación dorada y te parecía normal ganarle dos finales seguidas a Argentina. Lo mismo te sucedió con el país. Como eres una persona que sabe de historia y te informas por los diarios y no por el vocerío de las redes sociales, reconoces que esos denostados treinta años de la transición constituyeron un período único en la historia de Chile. Con limitaciones y muchísimos errores, fueron unas décadas doradas.
Hoy ves con angustia que aparecen en el vocabulario nacional términos que estaban relegados al pasado: inflación, déficit fiscal, odio y polarización. Sabes que se trata de palabras peligrosas, en especial para los más pobres, esos que están completamente ausentes en el día a día de la Convención, o en las discusiones parlamentarias sobre el aborto o el retiro del 10%. Todo lo anterior es verdad y te tiene desanimado. Sin embargo, pareces olvidar que ese corto periodo de esplendor, ya sea futbolístico o económico-social, no surgió de la nada: fue precedido de un trabajo largo y paciente. Lo mismo tendrá que suceder ahora. ¿O piensas que los desvaríos que presenciamos constituyen un fenómeno fatal, imposible de revertir? La pregunta no es si estamos mal, eso ya lo sabemos, sino si se están sentando las bases para una futura reconstrucción. Y aquí hay buenas noticias.
Es verdad que me embargan sentimientos contradictorios: cuando escucho que un diputado está contra el aborto y vota a favor de él; o que otros reconocen que el cuarto retiro es una pésima idea, pero dicen que no les queda otra posibilidad, se me cae el alma a los pies. Sin embargo, cuando veo la joven generación que se está formando me lleno de optimismo. Te pongo un par de ejemplos, aunque hay más. El primero es IdeaPaís, un centro de pensamiento de inspiración socialcristiana, de gente muy joven. ¿Qué hacen? Muchas cosas. De partida, forman a universitarios y fomentan entre ellos vocaciones de servicio público. Comenzaron su trabajo en 2010, un año muy simbólico, y ya han preparado más de un centenar de personas que trabajan en ministerios, municipalidades, en la prensa, o en otras actividades de repercusión social.
Basta con meterse a su página web y ver la revista que editan (Raíces), para tener una idea de la índole de sus preocupaciones. Las ideas que allí se recogen son refrescantes y se limitan a repetir las cosas que dicen otros. Están muy inspirados en autores como Mario Góngora, Gonzalo Vial o Pedro Morandé. El debate constitucional les ha entregado un especial protagonismo.
La segunda iniciativa es el Instituto Res Publica, fundado en 2011. Se trata de gente no ya joven, sino jovencísima, en este caso de inspiración conservadora. Sus programas de liderazgo y formación política llegan a innumerables estudiantes universitarios y de educación media. En su editorial publican libros especialmente bien cuidados, y también desarrollan una notable labor de difusión de temas constitucionales y de asesoría a convencionales de las diversas sensibilidades de Chile Vamos. Claramente influyen.
Estos proyectos salen adelante con poquísimos medios. Quienes trabajan en ellos podrían ganar muchísimo más si fueran al sector privado, pero allí están. No constituyen una flor de un día: están activos desde hace una década, tienen resultados notables que mostrar y contribuyen a establecer los cimientos para esa reconstrucción lenta y trabajosa que será necesaria para dejar atrás la crisis.Es verdad que Chile pasa por malos momentos, pero mientras el horizonte de algunos parlamentarios parece agotarse en la próxima hora, esta gente piensa en grande y a largo plazo. No se lamentan, prefieren sacrificarse por su país. Estos datos esperanzadores también deben ser considerados cuando hacemos un balance de la situación de Chile, porque el pesimismo puro y duro no se justifica. Además, no hay tiempo para el desánimo.