El presidente Boric eligió un matinal para hacer un anuncio que ha despertado una viva polémica. De ganar el rechazo, dijo, habrá que repetir el proceso constituyente.
Las palabras del presidente no fueron dichas en el aire puesto que poseen sustento jurídico. Después de todo, la decisión de contar con una nueva constitución y hacerlo mediante una Convención fue lo que la ciudadanía decidió en el llamado plebiscito de entrada. Y si gana el rechazo es obvio que esa decisión, y las reglas dispuestas para cumplirla, no quedan sin efecto.
Pero al margen de la cuestión jurídica, quizá sea de interés examinar la dimensión política del problema.
Porque lo que está en disputa estos días es si -en la hipótesis que gane el rechazo- habrá reglas o en cambio habrá contingencia.
Me explico.
Las reglas (según enseña una amplia literatura) tienen por objeto suprimir la contingencia, disminuir la sombra del futuro. Un contrato, una ley, dibujan el futuro y suprimen la contingencia. Si usted celebra un contrato sabe que hay dos alternativas: o le pagan o podrá forzar al deudor. Por eso se dice que las reglas permiten saber a qué atenerse. La mera contingencia en cambio es la situación en que cualquier cosa, o casi, podría ocurrir. En una situación contingente la última palabra la tiene la política; cuando hay reglas en cambio, se puede apelar al derecho.
Ahora bien, si miramos hacia atrás y preguntamos cuál fue el significado de los acuerdos que se alcanzaron en la reforma constitucional de diciembre del año 2019, la respuesta es obvia y compartida por todos quienes concurrieron a ellos: el acuerdo consistió en transitar desde la mera política donde cualquier cosa podía ocurrir, al derecho donde lo que ocurriría sería previsible.
Si se tiene en cuenta lo anterior, se comprende fácilmente lo que aquí (cuando se lo mira con imparcialidad) está en juego para el evento que gane el rechazo: nada menos que o volver a la política desnuda o continuar aferrados al derecho.
La primera alternativa (volver a la política desnuda porque no existirían reglas para cambiar la constitución) parece ser la alternativa que prefiere la derecha. Y la prefiere porque ha de pensar que si gana el Rechazo estará fortalecida y podrá imponer sus términos, por ejemplo, entregando la reforma al Congreso o a una comisión designada con la colaboración de los partidos (una fórmula análoga a la que empleó Alessandri para la constitución del 25).
Al gobierno y a la izquierda, en cambio, le conviene, y ha de preferir, aferrarse al derecho porque de esa forma puede tener la conducción del proceso y si fuere necesario negociar de mejor forma. Si el presidente mantiene la tesis que relató en el matinal (conforme a la cual hay un procedimiento ya acordado por la ciudadanía) podrá negociar, incluso en medio del triunfo hipotético del Rechazo, con las reglas de su lado y de esa forma morigerar el entusiasmo que invadiría a la derecha.
En suma, si el presidente cede a la tesis de que en el evento de triunfar el Rechazo no hay reglas y todo está sometido a negociación, se habrá condenado a la futilidad, o casi, porque entonces todo estará entregado a los partidos, especialmente a los que, en esa hipótesis, celebrarán el resultado como suyo.