El poder
Romano Guardini, a mediados del siglo pasado, consideró que la tarea cultural del futuro, o si usted quiere, el problema central de la obra humana sería el del poder. Y aunque le inquietaba la idea de su crecimiento progresivo e inalterable, es la sujeción, es decir, el recto uso del poder lo que más le preocupaba -pensemos que estaba en la posguerra-.El poder es ambiguo y, por lo mismo, necesita contornos, a fin de que el ejercicio no dañe la dignidad humana ni la creación. En consecuencia, los perfiles delimitantes del poder no pueden estar enraizados en las mayorías circunstanciales ni en el derecho únicamente o en meras estructuras. Hemos sido testigos del desajuste normativo en la sociedad, por lo mismo, es indispensable, además, que las personas puedan sentirse vinculadas desde dentro mediante modos que vayan más allá de la sola coacción.
Dejar atrás aspectos metafísicos y morales en el uso del poder ha tenido costos altos para nuestra convivencia. Si esta configuración del poder sigue a una forma de razonar, hay que decir que esa razón afirma tan solo una parte del todo de la realidad. Si es que quiere ser ilustrada, tiene que dejarse ilustrar por otros. El poder "a secas", que responde a una forma de razonar, ve solo pesos y contrapesos, mecanismo y procedimientos, pero enmudece ante la verdad, el bien y la belleza. Sin embargo, no se piense que la revelación es fuente de la verdad política, sino su levadura.
Apartarse de las grandes fuerzas morales y religiosas de la propia historia conduce al suicidio de una cultura y una nación, comentaba Ratzinger. Sin ellas no es posible hacer memoria en nuestro ser de lo que está sumergido como verdad y bien. Por eso, el ejercicio del poder, si quiere ser servicio a los demás, necesita -además de la estructura- una agencia ungida de evidencias morales esenciales (conciencia recta), en unión con una apertura a lo no evidente (Dios), de quien recibe su fundamento y juicio. De modo contrario, el poder estará desnudo y será ejercicio bruto, capturado por el capricho y el interés personal. Como dijo Tácito, seguirán ejerciendo el poder de un rey, pero con alma de esclavo.
Alejandro González Hidalgo Cura
Fascismo
Recientemente, en el programa Sin Filtros, la panelista Magdalena Merbilhaa señaló tajantemente que "los nazis y los fascistas son de izquierda… si no lo entendiste: socialismo, Estado, individuo".
Fuera de lo meramente anecdótico y pasajero, la afirmación demuestra estar de espaldas a las principales definiciones y teorías del fascismo en las tradiciones anglosajonas no marxistas.
Siguiendo las interpretaciones de autores canónicos como Ernst Nolte, Stanley Payne, George Mosse, Emilio Gentile y Roger Griffin, el "mínimo común fascista" es el mito utópico del renacimiento ultranacionalista/racial, también denominado como palingenesia. Este sería el corazón del fascismo, del cual diferentes variedades se extendieron por Europa y el mundo en el periodo de entreguerras (1919-1939).
El fascismo tuvo ideas y fue revolucionario (algo que niegan las interpretaciones marxistas de este), pero fue una alternativa de derecha violentista antibolchevique (tesis de Mosse) y fue reivindicado en la posguerra por neofascistas de todo el mundo (desde Julius Evola a Alain de Benoist). Por ende, la afirmación de Merbilhaa carece de respaldo y fuerza explicativa. Es decir, aseverar que nazismo y fascismo son de izquierda es no comprender históricamente el fenómeno fascista y desconocer las conclusiones de los principales historiadores y cientistas políticos de los estudios fascistas comparados.
Camilo Barría-Rodríguez
Flautista
Tratemos de recordar el cuento del flautista de Hamelín, al que se le encargó que tocara la flauta para que los ratones lo siguieran y se ahogaran en un río. Eso es similar al nuevo proyecto de Constitución, el cual se ha formado bajo el influjo de un flautista que nos induce a seguirlo para ir a la perdición, bajo el dominio de ideas indigenistas, separatistas y desquiciadas, cuyas consecuencias ya están a la vista, pero que aún no se visualizan con precisión. Pero como algunos ratones hemos despertado de ese influjo, ahora el flautista recula y trata de embolinar a los ratones con cosas totalmente distintas, ofreciendo quimeras, todo al revés. Seguramente, cuando estemos desprevenidos, nos querrán volver a encantar.
Hay que cuidarse de cualquier flautista que nos emboline con el paraíso terrenal para hacer lo que se le antoja en un marco de democracia.
Guillermo Díaz Orellana