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El carácter de la Reina

"Parafraseando palabras del libro de Boris Johnston (2010), hoy el Reino Unido no se puede entender sin el Factor Isabel II".
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Dice la leyenda que, Albert Eduardo VII (1841-1910) del Reino Unido de la Gran Bretaña -ex monarca de la casa Sajonia-Coburgo-Gotha o Windsor, como se prefiera-, al enterarse de la muerte de su madre, la reina Victoria (1819-1901), dijo: "La Reina ha muerto, ¡viva el Rey!". Un ejemplo de lo "canibalesca" que es la política en la "Union Jack".

La "Señora" o "Madame" como le gustaba que la llamaran, concluye uno de los reinados más extensos de los que se tenga registro. El récord lo tenía Isabel I Tudor de Inglaterra e Irlanda (1533-1603), que la actual monarca se propuso desde el comienzo superar.

Mujer inteligente, dedicada a su trabajo, a veces muy cariñosa, y también, muy dura a la hora de imponer su voluntad. Nunca le perdonó a su tío Eduardo VIII (1894-1972), el que abdicara en 1936, por amor. Eso iba contra su sentido del deber, que era uno de los pilares de su reinado. Tampoco pasó por alto el dolor que le provocó a su padre Jorge VI (1895-1952) al obligarlo a asumir como monarca. Si vieron la película "El discurso del rey" ("The King's Speech", 2010, director Tom Hooper), tendrán una idea de lo duro que fue para su progenitor.

Ni hablar de la relación que tuvo con su nuera Diana Frances Spencer (1961-1997) -ex princesa de Gales-, vulgarmente conocida como "Lady D". Hay varias series de televisión y películas "no oficiales" que dan cuenta de esa relación. De hecho, la reina -que se encontraba en Castillo de Balmoral (Escocia) su residencia de verano-, demoró dos o tres días en retornar a Londres sus nietos William y Harry, a los que retuvo deliberadamente, mientras su pueblo lloraba, y la prensa la "despellejaba".

Siempre en los actos públicos utilizaba sombreros vistosos que muchas veces incluían animalitos y vestidos de colores encendidos. Pero todo era fríamente deliberado: quería atraer la atención de sus súbditos, especialmente niños y niñas, y que la miraran a la cara.

Tuvo que convivir con primeros ministros "para la guerra" y "para la paz ", algunos de notable factura, y polémicos a la vez, incluidas tres mujeres (Thatcher, May y Truss, esta última por horas). Vio cómo su imperio se desmembraba, a veces pacíficamente, otras, de manera "no violenta activa".

Enfrentó casos de "espionaje sexual", como el caso del ministro "John Profumo" (1963); o de "espionaje idealista", como el "Círculo de Cambridge" (1944 - circa 1988?).

Y a eso hay que sumarle crisis políticas, económicas, huelgas, etc., imposibles de detallar en este espacio.

Pero ante todo fue una mujer valiente como pocas. Una "power girl", que supo enfrentar la primavera, el verano, el otoño y el invierno de su reinado, con integridad. Parafraseando palabras del libro de Boris Johnston (2010), hoy el Reino Unido no se puede entender sin el "Factor Isabel II".

Francisco Bulnes Serrano

Historiador UNAB

Ni plebiscito de entrada ni fojas cero

La voluntad del país de contar con una nueva Constitución ya quedó definida en las urnas, por lo tanto, no se requiere otra votación y tampoco desechar por completo el trabajo de la Convención Constitucional. Hoy el compromiso de la clase política con el país es converger en los acuerdos para respetar lo acordado e iniciar la labor constituyente lo antes posible.
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Poco se entiende que tras todo lo dialogado, conversado y acordado previo al plebiscito de salida vuelvan a reflotar dudas como si nada hubiera pasado. La gran mayoría, por no decir todos, coincidieron en que se debe seguir avanzando para contar con una nueva Constitución y que el mecanismo para llegar a ella debiera definirse una vez conocido el resultado del referéndum.

No había necesidad de llamar a otro plebiscito, sino que sentarse a definir el modo de llamar a una nueva convención constituyente, consensuar su composición e iniciar el trabajo de redacción.

También se coincidió en que la propuesta de la Convención Constitucional no se desecharía por completo. Se reconocía que en el contenido se encontraban aspectos importantes y que perfectamente podrían incluirse en el nuevo documento.

No era necesario partir de cero. Y esa fue la consigna de Apruebo para mejorar y Rechazo para reformar. Por lo tanto, cuesta entender que se retomen puntos que ya están definidos.

Hoy el compromiso de la clase política con el país es converger en los acuerdos para respetar lo acordado e iniciar la labor constituyente lo antes posible. Mecanismo y tiempo estarán entre los principales puntos que se deben abordar con prontitud de cara al nuevo proceso constituyente.

Previo al plebiscito hubo acercamientos entre derecha, centroderecha y centroizquierda que son dignos de destacar. Se pusieron bajo la convicción de votar Rechazo y lo hicieron con altura de mira desde sus veredas que en ocasiones estuvieron muy distantes. Ese es el ambiente que se espera reine en los sectores políticos, lejos de la polarización o enfrentamientos, que son dañinos como lo dijo el gobernador regional Ricardo Díaz.

Para muchos que creen que Chile perdió una oportunidad de reformar su Constitución y modernizar su contenido, es bueno precisar que la posibilidad sigue vigente. Puede que haya desgaste, pero no se ha perdido la convicción que se pueden hacer esfuerzos y reiniciar una labor que fue cumplida pero que no satisfizo a la mayoría de los chilenos quienes la rechazaron por alguna parte de su contenido y por la beligerancia y soberbia con que actuaron algunos convencionales.

Eso no puede volver a ocurrir. El mensaje ciudadano fue claro y no hay ambages en su interpretación.

Votaciones y sustento democrático

"La reaparición de un mundo político sumergido nos obliga a revisar propuestas y a reflexionar sobre la permanente obligatoriedad del voto".
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En estos momentos de reflexión e intento de aprender de la historia, he realizado una recopilación de datos que nos muestran el sustento democrático ciudadano, entendiendo por esto la cantidad de personas que votaron en relación con la población de mas de 15 años, de las soluciones políticas en distintos años de nuestra historia política en un contexto de crecimiento demográfico.

A saber, el año 1970 votaron para presidente de la republica 2,9 millones de personas correspondiendo al 54% de la población de más de 15 años. Así sucesivamente, el año 1989 votaron 7,2 millones correspondiendo al 80%, el año 1993 votaron 7,4 millones correspondiendo al 77%, el año 1999 votaron 7,3 millones correspondiendo al 68%, el año 2005 votaron 7,1 millones correspondiendo al 59%, el año 2009 votaron 7,3 millones correspondiendo al 56%, el año 2013 votaron 6,7 millones correspondiendo al 48%, el año 2017 votaron 7 millones correspondiendo al 48% para llegar al plebiscito de entrada donde votaron 7,5 millones correspondiendo al 48%, el año 2021 en la elección de constituyentes votaron 6,2 millones correspondiendo al 39%, para subir luego en las presidenciales del 2021 donde votaron 8,4 millones correspondiendo al 53% para finalmente llegar al plebiscito de salida con 13,1 millones de votantes correspondiendo al 82% de la población de más de 15 años.

Es posible apreciar que en el año setenta en la elección de Allende los votantes solo fueron un poco más de la mitad que la población mayor a 15 años, luego con el fin de la dictadura se subió al 80% para desde ahí iniciar una permanente caída que nos lleva a la más baja proporción con la elección de los constituyentes con solo un 38% de votantes con relación a la población mayor de 15 años.

En las presidenciales del año pasado se mejora en algo esa proporción de votantes llegando al 53% para finalmente saltar a 82% en el plebiscito de salida. En esta última elección por primera vez en la historia, todos los ciudadanos tenían la obligación de votar a diferencia de las anteriores en las cuales la inscripción en los registros electorales o el ejercicio del derecho a voto era voluntaria.

Legítimo en consecuencia es preguntarse si habíamos estado construyendo el camino o solución política con un real sustento ciudadano. Las cifras nos dicen que el primer gobierno de la concertación nació en un contexto de alta participación para luego ir dramáticamente cayendo para llegar a mínimos donde las soluciones políticas están poco sustentadas o validadas en el voto de la gente.

La democracia se debilitó. La reaparición de un mundo político sumergido nos obliga a revisar propuestas y a reflexionar sobre la permanente obligatoriedad del voto y la necesidad de tener a una población debidamente educada para ejercer ese derecho y obligación. Seriamos políticamente mucho más eficientes, a mi entender.

Marcos Simunovic Petricio

Magister en Economía Política