Septiembre es un mes consagrado a nuestra patria. Un tiempo donde año a año nos reunimos en diversas instancias para agradecer a Dios por los dones que nos ha dado y para pedir por nuestra tierra y por nuestro país. En el corazón del desierto, donde el Sol y la aridez parecen imponer su dureza, encontramos la fuerza y la esperanza en el amor de Dios, y en la solidaridad que nos une como comunidad nacional.
Vivimos en un territorio donde las condiciones no siempre son fáciles, pero es precisamente en este periodo donde descubrimos el verdadero valor del bien común: las Fiestas Patrias nos hacen reconocernos como miembros de una familia, ya sea porque hemos sido acogidos en ella o porque nacimos en un mismo suelo.
Y es aquí en el desierto donde hemos experimentado y aprendido que sólo trabajando juntos podemos sobrellevar las dificultades. Es que el bien común no es una idea abstracta, es nuestro esfuerzo diario, personal y comunitario -en los diversos niveles de la convivencia social- por dar una mano al prójimo. El compartir lo poco o mucho que tenemos y buscar juntos el bienestar de todos.
Por eso duelen e indignan tanto los casos de corrupción que día a día estamos conociendo a través de los medios de comunicación. Y es que cuando el interés particular y el beneficio propio es lo único que importa, a la larga se pasa a llevar a toda la comunidad.
En contraposición a estas personas y grupos, debemos reconocer a los hermanos y hermanas que, aun en medio de las dificultades, actúan con ética y honradez para sacar adelante a sus familias. Ellos son luz de esperanza, personas que saben discernir lo que es bueno y justo, haciendo de este un mejor país.
En estas fechas, al celebrar un nuevo aniversario de nuestra patria, hacemos un llamado a construir una sociedad más justa, desde esta realidad. Una mejor patria no depende sólo de las autoridades civiles y el mundo político, sino también de lo que hacemos o dejamos de hacer cada uno en nuestros barrios, en nuestras empresas, escuelas y oficinas, en nuestros pueblos, comunas y ciudades. Niños y niñas, jóvenes, adultos y personas mayores.
No podemos celebrar la conformación de la primera Junta de Gobierno, ese hito que inició el camino hacia la independencia de Chile, si no trabajamos por una sociedad donde cada uno de nuestros hermanos y hermanas tenga acceso seguro a una vida desde su concepción hasta su muerte natural, donde nadie sea olvidado ni marginado. La justicia social, como nos enseña el Evangelio, es el camino para construir una patria donde cada persona pueda florecer y vivir con dignidad, incluso en los lugares más áridos y alejados.Durante el fin de semana.