La inquietud del hombre por descubrir las causas y los orígenes de los fenómenos, ha sido la fuerza dinámica que ha impulsado, sostenidamente, la creación de la cultura. En los comienzos del pensar filosófico, los griegos trataron de explicar el mundo basados en la razón; fueron los primeros en confiar en la capacidad intelectual del hombre para descubrir la verdad; con ello, abrieron nuevos caminos a la investigación.
Surgieron, entonces, los pensadores y los sabios que reemplazaron a los adivinos, profetas y sacerdotes en el importante rol de orientar a la sociedad.
El problema más importante de la época era la búsqueda del elemento original. Tales de Mileto, matemático y astrónomo-para algunos el primer filósofo y uno de los siete sabios de Grecia-, sostuvo que el agua es el origen de todo, el principio de las cosas. Partía del hecho de que todos los seres vivos; animales y plantas necesitan humedad, lo húmedo, del cual las cosas son alteraciones, condensaciones o dilataciones. El principio de la vitalidad de todo lo viviente es el agua. El semen que da origen a la vida es líquido y el mar lo rodea y lo cerca todo.
Anaxímenes, por su parte, afirmó que el aire es el elemento original e infinito; las nubes en distintos grados de concentración dan nacimiento desde las lluvias hasta las materias sólidas, toda materia puede aumentar o disminuir y presentarse en forma sólida, líquida o gaseosa, nuestra alma es también aire y el aire es el aliento del mundo.
Algunos estudiosos piensan que, por los vocablos empleados, el filósofo griego también pudo estar refiriéndose al aire como el alma del mundo.
Anaximandro elabora teorías más notables y más difíciles que la de su maestro Tales, partiendo del agua, como origen de todo lo que existe, llega a dos principios fundamentales: el frío y el calor, que son capaces de modificar el estado del agua.
El frío y el calor, para Anaximandro, nacen de la separación de una materia esencial que no tiene forma ni límites y que está presente en todo, y a la que denomina infinito. De infinito nacen las cosas mediante un proceso de división y retornan a él al desaparecer.
Este transcurso interminable de transmutaciones y desapariciones constituiría el ciclo del nacimiento y la muerte.
Para este filósofo los elementos del universo están dispuestos en relación con el mayor o menor peso de sus componentes: primero, la tierra, sobre ella, el agua y cubriéndolo todo, el aire y el fuego.
Los mundos nacen y desaparecen en el apeirón, principio y sustancia universal que está en todo y que hace que lo diverso sea esencialmente lo mismo.
El hombre de nuestro tiempo ya no busca la sustancia primordial o el elemento original porque las ciencias le dieron al aire, al agua y al fuego, un lugar definitivo dentro del saber humano.
Sin embargo, el agua continuará siendo el elemento purificador por excelencia, ella nos limpiará siempre de toda corrupción, de toda inequidad; el aire, como elemento dinámico que viaja y cubre la tierra, seguirá dándose a todos por igual y pareciéndose a la libertad, no sólo por la amplitud de sus ámbitos, sino porque ambos sufren modificaciones cuando son comprimido; y el fuego, que fuera luz inicial en la caverna, el calor que mantiene la vida, seguir representando con sus ardientes llamas los profundos afectos humanos: el amor y la fraternidad.