Uno de los síntomas más obvios de un conflicto político o familiar anegado de emociones, es el debate sobre lo que parecen nimiedades o lo que es casi lo mismo detenerse en los pequeños errores ocultando de esa manera el acierto. Subrayar el error para no reconocer el tino. Así, por ejemplo, suele ocurrir en una discusión que alguien acierta en lo grueso y el oponente, en vez de reconocerlo, subraya el error: sí, es verdad lo que aseveraste, pero en realidad mentiste puesto que las cosas no fueron exactamente así. O, en cambio, se dice sí, es verdad lo que afirmas; pero visto en un panorama más amplio es falso.
Es lo que acaba de ocurrir apenas ayer.
El presidente Gabriel Boric aseveró que los resultados económicos de diciembre mostraban el mayor crecimiento en once años. Resultó ser un error puesto que, en realidad, se trata del mejor resultado en seis años. Pero en vez de alegrarse por el resultado y sin perjuicio de ello mencionar el error (el presidente tiene razón al celebrar las cifras; aunque las exagera puesto que se trata del mejor resultado en seis y no en doce años, pudo decir), la candidata Evelyn Matthei prefirió derogar lo aseverado por el presidente:
"Hablemos con hechos: lamentablemente su gobierno se encamina al peor crecimiento desde los noventa….".
¿Qué puede explicar este rasgo del debate público?
Lo que ocurre es que en política no importa tanto la verdad, como la confianza. Es probable que E. Matthei convenga, al menos para sus adentros, que lo aseverado por el presidente es básicamente verdadero y haya motivos para alegrarse en lo inmediato. Lo que ocurre es que ella, o las fuerzas políticas que la apoyan o la ciudadanía a la que ella quiere convencer, no le tiene confianza al presidente. Lo que hay tras esta controversia no es, en consecuencia, un debate sobre hechos económicos, sino una disputa por la confianza de los ciudadanos.
¿No les decía que debían confiar en nosotros y que, al margen de los augurios, íbamos a crecer? Los resultados de diciembre prueban que pueden confiar en nosotros --dice el presidente Boric. Estos resultados no son más que flor de un día, un acierto que no desmiente la incapacidad que ha mostrado en su gobierno -retruca Matthei. Confíen en nosotros, dice Boric. No hay motivos para confiar, dice Matthei.
En suma, el debate político como suele ocurrir en estos tiempos no es acerca de hechos, ni acerca de ideas, ni menos de ideologías globales, ni siquiera de personalidades, sino acerca de la confianza: la que se reclama que alguien no merece y acerca de la que, a cambio, se cree merecer.
Es lo que ocurre cuando los gobiernos se acercan al momento final. Como se han desenvuelto durante varios años es razonable que los ciudadanos (e inevitable que los opositores que aspiran a sustituirlo) hagan la cuenta del debe y del haber no de los logros mensuales o anuales, la verdad sea dicha sino de las capacidades que ellos acreditan o aspiran a acreditar.
Cuando comenzó el gobierno de R. Lagos, la derecha desconfiaba en sus capacidades. Cuando concluyó las aplaudieron. Lo que muestra este debate entre Boric y Matthei es que el flanco débil del gobierno del presidente Boric (a diferencia de lo que ocurrió con Lagos) se revela cuando la vista se aparta de los hechos inmediatos y se dirige a las capacidades que se tuvo, o se mostró que se tuvo, para producirlos.