Cuando Hunter S. Thompson fue poseído por un dios hawaiano
En "La maldición de Lono" de Hunter S. Thompson, libro traducido hace poco al español, un placentero viaje a Hawái se convierte en una delirante aventura. El autor de "Miedo y asco en Las Vegas" se mete en la piel del dios Lono, teoriza sobre el periodismo y entrega el último destello de un talento que se apagaba lentamente.
A Thompson lo mandaron a reportear el combate del siglo, pero se quedó en el hotel; también se perdió el fin de la guerra de vietnam y la caída de saigón.
Es 1980 y Hunter S. Thompson (1937-2005) ya no busca escribir -como tantos otros- la gran novela americana. Ya publicó "Los Ángeles del Infierno: Una extraña y terrible saga" (1967), "Miedo y asco en Las Vegas" (1971) y "Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972" (1973). También, innumerables artículos, entre los que se cuentan los robustos "El Derby de Kentucky es decadente y depravado" (1970), "Poder freak en las Rocosas (La batalla de Aspen)" (1970) y "Algo está fraguándose en Aztlán" (1971). Todos ellos, los textos más trascendentes de su producción periodística. Ya existe el periodismo gonzo, su álter ego Raoul Duke y las ilustraciones de Ralph Steadman. Ahora se conforma con tener la fama y la vida de una estrella de rock consumida por su propio mito.
"Yo solía pararme atrás y observar las historias. Absorberlas. Ahora, en cuanto aparezco en una, me vuelvo parte de ella. La primera vez que fui a una conferencia de prensa con Jimmy Carter [Presidente de Estados Unidos (1977-1981)] tuve que firmar más autógrafos que él y el servicio secreto no tenía idea quién era yo. Creían que era un astronauta", se lamentaba Thompson en una entrevista recogida por el documental "Gonzo: Vida y obra del Dr. Hunter S. Thompson" (2008).
Según Jann Wenner, fundador y editor de la revista "Rolling Stone", la debacle periodística y creativa de Thompson se inició luego de dos viajes comisionados que él mismo le encargó. En 1974 fue a Kinshasa, Zaire -actual República Democrática del Congo- a cubrir el mítico combate entre Muhammad Ali y George Foreman. Thompson cambió las entradas a la pelea por cocaína y se quedó nadando en la piscina de su hotel. Intoxicado. No entregó ningún texto a Rolling Stone. Un año después, Wenner lo envió a Vietnam a cubrir el fin de la guerra. El periodista llegó cuando los otros periodistas eran evacuados. Luego se fue a Hong Kong a comprar una grabadora y se perdió la caída de Saigón.
Nunca fue el mismo luego de esos fracasos. Notó que ya no era el escritor que quería ser y se deprimió. Se encerró cada vez más en su rancho Owl Farm y se dejó consumir por las drogas, el alcohol y las armas. Rechazó innumerables ofertas de revistas famosas, hasta que recibió una carta de la desconocida "Running" que lo haría salir del retiro: su director lo invitaba, con todos los gastos pagados, a cubrir la maratón de Honolulú en Hawái. "Piénsatelo. Es una gran oportunidad para tomarse unas vacaciones", cerraba la carta del director Paul Perry.
Al parecer, a pesar del bloqueo narrativo, el olfato periodístico de Thompson seguía intacto. Aceptó la oferta de la revista e invitó a su novia y al dibujante Ralph Steadman, que se llevó con él a toda su familia. Después de la propuesta, el periodista le escribió a Steadman:
"Querido Ralph: Creo que esta vez nos ha tocado un incauto, viejo amigo. Un estúpido al que apellidaron Perry en Oregón nos quiere regalar un mes en Hawái por Navidades; y todo lo que tenemos que hacer es cubrir la maratón de Honolulú para su revista, una cosa llamada 'Running'.
Sí, ya sé lo que estás pensando, Ralph. Das vueltas por la sala de guerra de la Old Loose Court mientras te preguntas: '¿Por qué yo? ¿Y por qué ahora? ¡Justo cuando empezaba a ser respetable!'".
Ese viaje a Hawái, que iba a ser puro placer y descanso, se convirtió en una delirante y angustiosa aventura que terminó plasmada en el libro "La maldición de Lono", que la editorial española-mexicana Sexto Piso acaba de traducir por primera vez al español.
"¡Yo soy Lono!"
El dibujante Ralph Steadman contaba que lo que más le atrajo a Hunter S. Thompson de la figura del dios hawaiano Lono fue que, aburrido y desconsolado luego de matar accidentalmente a su esposa, la reina Kaikilani Alii, se fue de la isla en una canoa para visitar "las tierras extranjeras", de las que volvería, según prometió, en el momento adecuado. Nunca volvió. "Era el tipo de libertad que Hunter quería para sí mismo", decía Steadman. Por lo mismo, La maldición de Lono avanza en sus más de doscientas páginas como un juego de espejos entre la visita de Thompson y la experiencia en Hawái del Capitán James Cook, explorador británico a quien los nativos consideraron en su momento la primera reencarnación de Lono.
Así, la narración en primera persona de Thompson se mezcla con extractos de Cartas desde Hawái de Mark Twain, Leyendas y mitos de Hawái (1881) del Rey Kalakaua, El diario de William Ellis (1850) y El último viaje del Capitán James Cook de Richard Hough. El autor de "La gran caza del tiburón" (1974) se mueve por Hawái con la misma violencia de las tormentas que la azotan en diciembre. Ahí, la postal no es idílica, sino de terror. La alienación de Thompson se ve disparada por el alcohol, las drogas, la climatología extrema, una idiosincrasia étnica compleja y una sociedad insular claustrofóbica devorada por la especulación inmobiliaria de los ochenta.
Esa mezcla le entrega a "La maldición de Lono" una complejidad sólo vista en los mejores trabajos de Thompson, con la fuerza de esos libros que se escriben en caliente y de un tirón. Luego de pescar un gran pez espada, el periodista llegó al puerto de Hawái borracho, extasiado y vociferando "¡yo soy Lono! ¡Yo soy Lono!". Una falta de respeto que lo lleva a esconderse en un santuario de la naturaleza a escribir el libro y huir de los isleños que no están dispuestos a aguantar que ensucien su fe.
"La maldición de Lono" no tiene la exuberancia de "Miedo y asco en Las Vegas" o "Los Ángeles del Infierno" y es, tal vez, uno de los libros más moderados de Hunter S. Thompson. Sería ridículo hablar de "madurez", como se hace habitualmente en estos casos. Lo cierto es que lo contenida de esta crónica pasa más por un tipo de tristeza o resignación en relación al oficio, a su corpus periodístico y literario, y a su misma figura. Esa conformidad, que podría ser vista como una renuncia, le entregan al libro una agudeza fina e insospechada.
Tejiendo redes sobre la obra de Thompson, "La maldición de Lono" podría leerse como un hermano menor de su primera novela "El diario del ron" (1998). En ambas se exponen ideas sobre el periodismo. Se desnudan sus vicios, su significado práctico, su compromiso muchas veces cínico. Thompson perfila muy bien esa triste sensación de que el optimismo de llevar un camino honesto en el oficio, un idealismo inquieto, no es más que un engaño. Una causa perdida.
"El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. (…) Ha llegado el momento de escribir libros, o incluso películas, para los que sean capaces de poner cara de póquer. Porque hay dinero en esas cosas, y no hay dinero en el periodismo. Pero hay acción. Y volverse adicto a la acción es muy fácil. Agrada saber que puedes levantar el auricular de un teléfono y viajar a cualquier parte del mundo que te interese… sin más condición que notificarlo veinticuatro horas antes y, sobre todo, con el dinero de otro. Eso es lo que os perdéis: no el dinero, sino la acción", teoriza Thompson en "La maldición de Lono".
La crónica también puede leerse como una despedida. Quizás, el último destello de un Thompson que se apagaba lentamente. Esa urgencia con que Thompson escribió el libro mientras lo buscaban los hawaianos contiene muy bien su espíritu: vivir la locura, macerarla y escribirla. Sumergirse en la paranoia sabiendo que el mundo siempre será peor que eso. Truman Capote decía que no hay nada más difícil que seguir despertando interés a pesar de repetirse. Y Thompson sí que supo de eso. Degenerar todo a su paso. Exprimir su cuerpo y su obra hasta que no quede más pulpa.
Por Javier Correa
"La primera vez que fui a una conferencia con Jimmy Carter tuve que firmar más autógrafos que él y el servicio secreto no tenía idea quién era yo".
AP
"El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele".