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Los archivos del gringo que cruzó el territorio mapuche

"Los Araucanos" es uno de los títulos que reeditó recientemente Cagtén, un proyecto que busca rescatar relatos olvidados sobre La Araucanía, según explica Iván Alister, su editor general. El libro es el testimonio de Edmond Reuel, un estadounidense que en 1850 trabajó en Santiago y que después se fue a recorrer el sur.
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No era fácil ni nadie le sugirió la idea. A mediados del siglo XIX el territorio mapuche respondía a sus propios reglamentos, no estaba desarrollado el transporte para cruzarlo en la incipiente república. Cada tramo tenía su propio toqui, con el que había que negociar. Muchas ofrendas inútiles llevaba en su equipaje Reuel para lograr sus permisos, alimentación y comodidades en los precarios rucos, que siempre estaban hacinados. Solo existía entonces el relato de los escritores españoles que por allí habían pasado, pero de eso ya hacía un tiempo.

Más allá de la posteridad, el premio para Reuel, que había sido enviado a Santiago para trabajar en un observatorio que instaló el gobierno estadounidense en el cerro Santa Lucía, fue un viaje que realizó a caballo, absolutamente inolvidable, tanto en lo natural -con volcanes activos y tormentas de granizo- como en la idiosincrasia revelada: "Muchos de los indios que vimos en Collico tenían pintadas las caras de rojo y negro, y presentaban un gesto ceñudo que me inspiraba poca confianza. A pesar de su conducta cordial y respetuosa, no pude menos que pensar que había obrado con poca previsión al guardar mi revólver en la maleta; pero no demoró en desvanecerse este sentimiento. Sánchez, lo mismo que los otros que nos acompañaban, no llevaban más armas que un machete-cuchillo largo que todo huaso considera indispensable y lleva siempre para cortar carne, para la cocina, para operaciones veterinarias etc. al principiar mi viaje Sánchez me había aconsejado no llevar armas, y me aseguró que el territorio indio podría viajar con mayor seguridad que en cualquier otra parte de Chile; y el resultad demostró que tenía razón".

Sánchez es el compañero de viaje del joven científico, que acostumbrado a hacer negocios con los mapuche lo va guiando y entregando soluciones a las circunstancias del viaje. Engaña al principal toqui presentándole a Reuel como un hijo de un español querido, explicándole al viajero que el motivo de su trayecto -el conocimiento- será inentendible. El lacayo, pícaro, soluciona trabas también pequeñas, como cuando ve la cara del norteamericano frente a un animal ofrendado, el que se espera sea comido en su totalidad, cortando trozos para el público de aquella recepción, ávido de recibir algo del extranjero. Reuel, liberado parcialmente de buscar los modos de vincularse y avanzar, observa y registra todo, el pelo largo a los lados y corto en la coronilla como muestra de gallardía en los varones, la vanidad de las mujeres en su platería, la sangría aplicada hasta en los animales, los niños con sarna y la seducción a través del "lúgubre" sonido del trompe, entre muchas más costumbres. Debe alimentarse como uno más al ser figura de hospitalidad, mientras su compañero a veces lo observa riendo.

La edición original de "Los araucanos" (Editorial Cagtén) es de 1855, y como explica el prólogo de la primera impresión chilena (1914) escrito por el crítico Ricardo Latcham, que también estuvo a cargo de la traducción, el gobierno chileno de la época impulsó la circulación de distintos autores viajeros que habían escrito sobre el país en idiomas foráneos.

Iván Alister, editor general de Cagtén, explica que lo de Latcham es más que un traslado al español: "Del texto original sacó varios capítulos. Es que Edmond Reuel era muy científico en ciertos aspectos, se asentó en la octava región, en la zona del Bío Bío y el Laja, entonces muchas páginas del texto original se dedica a hablar de los volcanes, datos muy técnicos que no aportan mucho para lo que necesitábamos. Lo que hizo Latcham en esa época fue eliminar todo eso de la traducción, dejar varios capítulos de la zona del Bío Bío y concentrarse en La Araucanía". Este acto, propio de un traductor moderno, hace que Alister lo califique como un "avanzado en su época".

-¿Qué es lo que los motivó a reeditar este libro?

-Primero, que fuera relevante aún, que permitiera conocer de la región y el país. Es entretenido y ágil. Tenemos la idea llegar a los lectores menos habituados a la historia, el lector común, el lector de la "Historia secreta de Chile" de Jorge Baradit, el que está entrando recién en el conocimiento de la historia.

-¿Qué te parece lo más relevante del relato de Reuel?

-El conocimiento científico de este joven que quería conocer La Araucanía y hacer negocios. Muchos de los viajeros venían para hacer negocios, pero Reuel venía con otro sesgo, su enfoque principal era conocer. Había estado mucho tiempo trabajando en Santiago encerrado mirando las estrellas para el gobierno de Estados Unidos. Lo tenían casi esclavizado.

-¿Qué tipo de negocios va a hacer Reuel?

-Principalmente de cartografía y de conocimiento del territorio, por la formación que tenía.

-¿Qué prejuicio sobre los mapuche vence "Los Araucanos"?

-El tema del machismo del mapuche, que sigue instalado hasta hoy. Contiene parte de eso, pero Reuel va relatando que no es tan así, la mujer tiene un rol preponderante en la sociedad mapuche, al igual que los niños. De hecho lo sorprendía, a partir de la cultura que tenía en su país, que los niños anduvieran sueltos casi sin control y dieran vuelta por todos lados, lo tocaban, lo molestaban por la ropa. Además, escribe sobre lo educados que son los mapuche, porque la idea que se tenía en esa época es que eran pueblos bárbaros, indígenas que andaban matándose o agarrándose a combos unos a los otros. Reuel reconoce que tenían actitudes y características dignas de pueblos más "civilizados".

-¿Cuál te parece la más lograda de todas las descripciones de escenarios naturales?

-Hay una escena que me gusta mucho, la colocamos en la portada del libro, que es la descripción de un valle de fondo y la tumba de un cacique mapuche, que está con unos coligües largos, con una bandera hacia arriba que representaba el grado que tenía el mapuche, lo relevante que era el animal para el mapuche, con el cuero de su caballo favorito sobre la tumba. Eso me marcó muchísimo y es un aspecto es muy revelador. Reuel Smith narraba y dibujaba muy bien. Muchos alemanes que pasaron por La Araucanía no tenían esas habilidades. Entonces, lo que hizo Reuel fue retratar con su papel y su lápiz las imágenes que tenía en su mente y en su vista en el momento. El libro contiene ciertas ilustraciones adaptadas a hoy en día de lo que el autor vio ciento cincuenta años atrás.

-¿Qué diferencia propone la perspectiva de un norteamericano en contraste a las españolas?

-El español llevaba mucho tiempo luchando contra el mapuche, nunca pudieron doblegarlo y por eso esta región se llamaba La Frontera, tenían un sesgo que hasta el mismo Reuel traía y se dio cuenta que no era así, no era tal como se lo pintaba en el norte de Chile.

-Hay palabras que están en mapuzungun en el libro. ¿A qué atribuyes esa decisión?

-Al respeto que le tenía Reuel al mapuche en general, porque instaló una muy buena relación y le dieron muchas cosas. El toqui Mañin Hueno, el principal jefe entonces, lo nombró ahijado.

-Como el libro avanza en su profundidad, en uno de los últimos capítulos se revela la importancia simbólica del color azul verdoso, que es fundamental para la poesía de Elicura Chihuailaf.

-Eso tiene que ver con la portada del libro, del azul de la poesía de Elicura, que representa la pureza, la tierra, el pueblo mapuche. Por eso el libro es de ese color, porque habíamos pensado en otro, pero tenía que ser azul. Además, vamos a publicar con Elicura en un par de meses más. Estamos viendo un inédito o una antología con sus primeros libros, previos a "De sueños azules y contrasueños". Ni siquiera el poeta los tiene.

-Este año también tuvo otro afortunado rescate para la poesía mapuche, la reedición de "Ritos de viento y madera", de Luis Vulliamy, por parte de la Editorial de la Universidad de Valparaíso.

-Vulliamy era naturalista y tenía mucha poesía mapuche, era un tipo brillante. Nos hubiese gustado antes hacerlo nosotros que la Universidad de Valparaíso, pero nos ganaron.

iván alister, editor general de cagtén, una nueva editorial que busca rescatar la narrativa indígena desde el siglo XIX.


"Los araucanos"

Edmond Reuel Smith

Editorial Cagtén

253 páginas

$15.000

Por Cristóbal Gaete

cagtén

"El español llevaba mucho tiempo luchando contra el mapuche, nunca pudieron doblegarlo y por eso esta región se llamaba La Frontera".

La niña santa que vivía en la punta de un cerro

Con la novela "Jeidi", la ex bloguera Isabel Bustos debuta en la narrativa. En la maulina comarca de Villa Prat, la protagonista vive con su abuelo, una vaca, un perro y un caballo.
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Isabel Bustos, la autora de "Jeidi" (Libros del Laurel), es santiaguina, pero ha vivido en Paraguay, Estados Unidos y España. La selva paraguaya y el lado norte de Miami son los paisajes de su infancia, una muy entretenida, llena de libros y de juegos inventados. "El amor por los libros me viene de mi abuela paterna, que nunca me regaló otra cosa que no fuera un libro (desde Verne hasta Orwell) y siempre se preocupó de achuntarle a la edad, así que no fue ningún esfuerzo leer", comenta.

-¿Qué querías hacer saliendo del colegio?

-Yo siempre quería ser escritora, escribí mi primera novela a los doce, una novela que se leía en mi colegio, con nota y todo.

-¿Y cómo se llamaba?

-Es que el nombre es tan terrible que ni te lo quiero decir, no quiero que nadie se acuerde de eso.

Poesía y blog

Isabel Bustos entró al ciclo básico de Letras a la Universidad Católica. Ahí mismo cursó Estética, después hizo un máster en guión en la Universidad de los Andes y hoy es flamante alumna de Psicología. "Era mi sueño ejercer como psicóloga y la psicología de los personajes es algo que me fascina y que descubrí cuando estudié guión. Ahí me di cuenta de lo complejo que era construir personajes", explica Bustos, que el 2003 publicó "Zurda y muda" (RIL), un libro de poemas. "Jeidi" es su primera novela.

-¿Cómo llegaste a la poesía?

-También por mi abuela, que me regalaba antologías de poesía española. Yo era súper enamorada, como entre los 15 y los 20 lo que único que hacía era enamorarme, entonces la poesía era lo más cercano a eso. Después conocí a Parra y me volví loca, lo iba a ver a su casa.

-Llegabas a su casa de La Reina.

-Sí, me recibió como dos veces, tomamos té y estuvimos toda la tarde conversando, muy amoroso él.

-¿Hoy lees más ese tipo de poesía o los clásicos españoles?

-No, hoy rescato más la poesía que se aleja un poco del chiste. Llegué al humor por otro lado, porque es algo que siempre me ha atraído mucho como género, como todo, pero sentí que tenía que haber un lugar un poco más solemne en la literatura. Siempre escribo poesía, pero como que ya no tengo el ánimo de publicarla, es más íntima, uno se pone más triste, más profundo, más viejo, me da un poco de miedo ese contacto.

-Fuiste una de la blogueras más ilustres en la época de oro. ¿Cómo partió tu blog de "La muy perra"?

-Fue muy fascinante, porque casi no existían, fue como la primera red social que tuvimos. Me acuerdo que leí en una revista sobre los blogs y le dije a mi marido de entonces: "¿Sabís qué? yo voy a hacer un blog y voy a salir en la tele y de ahí me voy a retirar"; y él me dijo: "Estái loca, qué chistosa". Y empecé el blog y efectivamente salí en la tele. Fue muy entretenido. Lo escribía porque era una manera de estar en contacto con personas, de escribir, que se rieran y comentaran.

-¿Cómo ves ahora esa experiencia?

-Bien, pero los blogs amigos se terminaron cuando apareció Facebook, porque ya nadie quería ir a una página particular. En Facebook puedes bloguear desde ahí mismo.

-¿Y tienes Facebook?

-No, nada, creo que se abrió demasiado el abanico de posibilidades de lecturas y de memes y de todo. Participo más como un espectador, buscando saber quién está hablando. Creo que me puse vieja.

Seis años en pencahue

"Jeidi" partió como un guión de cine. Cuando esta historia empezó a despuntar, ella vivía en Pencahue, un lugar de Talca hacia la costa que fue azotado con furia por el terremoto de 2010. Ahí pasó seis años y tuvo a sus dos hijas. Luego, regresó a Santiago.

"En Pencahue empecé a escuchar cosas divertidas, como que si andaba con ascos la guagua saldría muy velluda o que si te lavas el pelo cuando estás con la menstruación te vuelves loca. Todas las cosas que salen en la novela, como la señora que arrienda el ataúd y el niño que se llama Güindsurf, que es de Rupanco, donde veraneaba mi marido, son verdad", dice Isabel.

-¿Y la partera que se llama Juana?

-Sí, era una señora que vivía cerca de las acequias como con puros coipos.

-El personaje de Jeidi, ¿apareció como una voz, una imagen o un recuerdo?

-La Jeidi apareció como una voz, nunca me la he querido imaginar.

-¿Por qué situaste su historia en 1986?

-Porque como yo crecí en esa época, tenía las referencias más nítidas. Además, quería que fuera más realista esto de estar tan alejados y ser tan huasos. Hoy hay pocos caseríos como el de "Jeidi" en esos años.

-¿Qué te atrae y cuál es tu relación con Dios, lo místico y la fe?

-Siempre he tenido muchas dudas y me sentí muy traicionada cuando, como a los nueve años, caché que tenía todos los pecados mortales que se necesitan para ir al infierno: quería matar a alguien, hacer un par de cuestiones graves. Entonces dije "cagué, ya, chao, me voy", y de ahí me quedó esa cosa como medio infantil, media retrasada, media Jeidi en ese sentido, de confrontar: ¿cómo que Isaac vivió 120 años si nadie vive esa cantidad de tiempo? Pelear por leseras, detalles huevones y la virginidad, era todo un tema.

-¿Qué estás escribiendo ahora?

-Una novela que se llama "El concho de su madre", que también es chistosa, porque es el regalón de su mamá, es el último óvulo de una mujer. Lo tuvo a los 50 años y está puesto en un escenario que es todo lo contrario a "Jeidi": el concho es un niño de 12 años que vive en el Santiago de 1930 y es lo más elegante que hay, es así como "ya, broma que tiene ropa de terciopelo".

-Un pequeño dandy.

-Sí, es un pequeño dandy, elegantísimo, medio enano y medio terrorífico.

-¿Hay algún libro, escrito por otra persona, que te gustaría haber escrito?

-"Oración para Owen" de John Irving, las últimas páginas especialmente. Ese libro me encantó, me sacaba carcajadas. Es chistosísimo Owen, es como un antihéroe, porque es como un enano malvado, pero lo amaba, amaba a Owen. También me habría gustado escribir alguno de la Elena Ferrante y "Un mundo para Julius" de Bryce Echenique.

-¿Qué necesitas para ponerte a escribir?

-Necesito que sea de noche, escribo siempre de noche.

-Cuando todos duermen.

-Exacto, sí, como que no te llaman, aunque más que todo soy yo la que catetea a las personas, soy yo la que no suelta el teléfono, entonces a esa hora no puedo molestar a nadie.

Isabel bustos cuenta que "jeidi" comenzó a fraguarse cuando vivió en pencahue, en el maule, y conoció sus historias.


"Jeidi"

Isabel Bustos

Libros del Laurel

160 páginas

$10.000

Por Amelia Carvallo

Corre 1986 y Jeidi es la estrella del coro. Su canto es pura devoción en la misa y gracias a su extraña fe, como un juego de su soledad, comienza a dialogar con un viejo pañito amarillo que encarna a un Dios temperamental que le hace trampas, pero la protege. Sin madre ni padre, a punto de cumplir once años y criada por un abuelo de pocas palabras, comparte largas jornadas con sus amigos Vicky y Ariel por las orillas del río Mataquito, alternadas con un VHS de Terminator, hasta que un suceso místico altera el cotidiano del pueblo de Villa Prat, que aguarda un milagro de santidad. En su casa viven además la vaca Pituca, el perro Vladimir y el caballo Casorio.

juliet gapol