La comunidad loína acaba de perder a un hombre verdaderamente valioso. Me refiero al amigo, profesor y rotario Domingo Martínez Beltrán.
Queremos decir una palabra agradecida en nombre de tantos y tantos amigos presentes y ausentes dar gracias por haber conocido a Domingo, los que fuimos sus privilegiados amigos y compañeros, sus amigos de aventuras solidarias, siempre fraternas y de entrega generosa como fue su hermosa vida.
Sentimos un enorme vacío, y su partida fue como ver apagarse un faro. Domingo fue un verdadero amigo, porque la palabra amigo viene de amor, afecto, en último término de afinidad de espíritu, de comunidad de alma y fue sobre todo el gran señor de los afectos. Amigo en la más exquisita significación de esa palabra.
Nada de lo que ahora podamos decir logrará aumentar lo que fue su larga y brillante trayectoria; sin embargo, no podemos acallar sobre su calor humano, con ideas nuevas y con proyectos claros, que lo hacían aparecer como un soñador alegre tan necesario en este tiempo.
Conversar con Domingo sobre educación, sobre el servicio desinteresado, sobre nuestra Calama o sencillamente platicar la amistad, constituyó siempre para nosotros un profundo agrado y un gran enriquecimiento.
Con su práctica más que con su retórica, nos enseñaba que cada uno está llamado a convertir su trabajo en misión. Nunca dejará de acompañarnos su sentido de la decencia, su vocación de justicia, su preocupación por el prójimo. Lo vimos , en el aula Liga de Estudiantes, en el rotarismo, en el deporte.
En esta hora quizás el mejor homenaje habría sido el silencio. Pero no pudimos callar. Los que conocimos a Domingo necesitamos recordarlo, porque perdimos a un gran ser humano, a un representante de la generosidad y de la fraternidad sobre la Tierra.
Porque la lección de Domingo es una especie de canto a la vida en medio de un ambiente plagado de mezquindades, pequeñeces y egoísmos. La herencia que nos dejó son sus efectos, su sonrisa, su generosidad, su enorme entrega, su solidaridad, su profunda preocupación por los demás, su natural alegría y esa persistente e insistente esperanza con que habitualmente terminaba sus conversaciones y reflexiones.
Arturo Mardones Segura,
Rotary Club Chuquicamata