Hoy se cumplen 30 años desde el día en que Chile recuperó su democracia, después de 17 años de gobierno militar, un período muy difícil para la convivencia nacional, deteriorada desde mucho antes del 11 de septiembre de 1973.
Hasta ahora el acento parece estar más centrado en esa fecha que en el 11 de marzo, algo propio de nuestra historia e identidad: los chilenos parecemos quedarnos más con los quiebres, que con los triunfos. Pero marzo de 1990 es una fecha mayúscula en la historia nacional. No solo porque el país recuperó la convivencia y la democracia, sino también porque lo hizo de manera pacífica y dialogada.
La imagen de Patricio Aylwin recibiendo la banda presidencial de manos de Augusto Pinochet fue muy potente simbólicamente, más allá del poder que obviamente cambiaba. Era la certeza de que las cosas sí podían hacerse de otra manera, con respeto y aceptación de la dignidad y la diferencia humana. Hubo solemnidad en esa escena impresionante.
En estas tres décadas hubo imperfecciones, como en toda obra humana, pero los avances, desde entonces, están a la vista, en especial para quienes visitan el país desde otras latitudes. La pobreza se empinaba a cerca del 70% y la inflación anual era de dos dígitos; mientras hoy Chile tiene el mayor PIB per cápita del subcontinente (se multiplicó por cinco), la pobreza es menor al 10% y la inflación está controlada.
En pobreza, educación, salud, medioambiente, en cualquier ítem, la nación muestra progresos y eso se debió fundamentalmente a la consecución de una república donde la base estaba cimentada en la conversación, la paz social, instituciones fuertes y respetadas, mejoras en educación y una apertura al mundo con base en la competencia.
Es cierto, hay importantes modificaciones que hacer -el malestar social lo ha dejado en claro- y es aquello lo que deben entender los políticos para enfrentar los próximos años de la mejor manera y sin obviar los contextos mundiales en desarrollo.
Chile ha tenido en estos 30 años, por lejos su mejor período en 200 años de vida independiente, decir lo contrario es ignorancia o faltar a la verdad. Sería tiempo de reconocerlo, lo que es tan importante como enmendar los errores que la ciudadanía percibe como urgentes de corregir, por lo pronto dejar de asignar al consumo un valor supremo y reconocer que la vida es mucho más amplia y compleja que eso.