El escritor y periodista argentino Martín Caparrós, radicado hace un buen tiempo en España, tenía anotado en su agenda un paso por Chile a mediados de marzo para presentar "Sinfín" (Random House) su último trabajo, una crónica distópica que nos presenta el derrotero de una civilización que consigue vencer a la muerte después de vivir todo tipo de plagas políticas, religiosas, sanitarias y tecnológicas.
-¿Dónde te pilló esta pandemia?
-Bueno, como sabes se fue declarando poco a poco según los lugares. Yo salí de España pocos días antes de que estallara allí, me fui a la Argentina con la intención de ir después a Chile y a Colombia, pero todo se precipitó y me volví a mi casa, en la sierra de Madrid.
-¿Estás en cuarentena? ¿Cómo estás funcionando en el día a día?
-Estoy, claro, como todos los españoles. Pero en el día a día no me molesta. Yo me paso la mitad del tiempo viajando, pero la otra mitad, cuando estoy en casa, vivo casi en cuarentena, escribiendo, leyendo, saliendo muy poco. Lo duro, ahora, es todo el miedo alrededor, la incertidumbre. Son momentos muy extraños, distinto a cualquier otra cosa que hayamos vivido, ¿no?
-¿Cómo surgió la idea de hacer esta crónica del futuro?
-Quería contar una crónica sobre hechos que no pudieran comprobarse, y se me ocurrió esta idea de situar mi historia dentro de unas décadas. A partir de allí empecé a entusiasmarme con el tema, con el desafío de armar un futuro posible, tanto en lo técnico como en lo social, en lo político. Fue un trabajo apasionante.
-¿Cuánto te demoraste? ¿Cómo se "reportea" el futuro?
-Trabajé en "Sinfín" un par de años en los que, por supuesto, también hice otras cosas. Y el "reporteo" fue muy interesante: me di el gusto de leer una serie de libros y artículos sobre las investigaciones que probablemente cambien nuestras vidas a mediano plazo. Y a partir de allí fui imaginando cursos de acción para armar, ese futuro posible. Lo más complicado del "reporteo" fue inventar un mundo coherente, sin contradicciones internas, posible, interesante.
- ¿Qué sensación te deja estar promocionando, en medio de esta situación tan particular, una novela donde justamente la condición de no morir es que aceptes estar absolutamente aislado?
-Bueno, promocionar es una palabra antipática, ¿no? Pero sí que me impresiona pensar que, en "Sinfín", la condición para vivir para siempre es el aislamiento definitivo; la realidad actual, más modesta, nos exige unas semanas de aislamiento para seguir viviendo unos años más.
-La historia de "Sinfín", situada en 50 años más, plantea una "imposibilidad lógica". ¿El coronavirus nos obligaría a salir de la lógica del provecho individual? ¿O sería una pretensión exagerada?
-Es una posibilidad, claro, aunque quizá no muy probable. Pero sí que estamos, pese a todo, en un momento fascinante. Imaginamos que el hecho de estar viviendo un momento tan excepcional va a producir, cuando termine, cambios excepcionales. Quizá sí, o quizá la fuerza de la inercia resulte tan grande que todo vuelva a ser casi como antes. Ojalá que no. Creo que es muy temprano para empezar a sacar lecciones de la pandemia, pero la primera, la ineludible, es que este sistema global, económico y político, que se presentaba tan sólido, era un castillo de naipes que se derrumba ante un pequeño virus. Espero que lo tomemos en cuenta, que nos dé la posibilidad de pensar ideas nuevas, mundos nuevos.
-¿El miedo colectivo a la muerte puede llevarnos a un cambio de paradigma?
-El miedo a la muerte explica buena parte de la historia de la humanidad. Explica tantas cosas y, antes que nada, el surgimiento de las religiones, que te ofrecen el pacto más primario: si me haces caso aquí, te prometo que seguirás viviendo allá, en el más allá, cuando te mueras. Ahora vivimos en uno de esos raros momentos en que muchos estamos desnudos frente a la muerte, sin el engaño de creer que hay una vida después; por eso, creo, algunos poderosos han puesto a la ciencia a investigar si puede colmar ese vacío y derrotar a la muerte. Esa es la base de esta novela; a partir de allí se desarrolla su historia.
-¿Qué te parece que hoy, con todos los avances de la ciencia, el mejor consejo que nos pueden dar los especialistas sea enjabonarse las manos y hacer cuarentena, que es lo mismo que nos podrían haber dicho hace 100 años?
-Es fuerte, es desalentador, y al mismo tiempo me impresiona cómo todo esto muestra el triunfo definitivo de la ciencia. Imagínate que hace unos años seguramente la primera respuesta a una pandemia como esta habrían sido rogativas, procesiones, pedidos a los dioses. Ahora eso no se le ocurre a nadie. Ya es algo, ¿no?
-¿El teletrabajo -derivado de la propagación del virus- cuánto puede modificarnos?
-Se habla mucho del teletrabajo; es otra instancia de este proceso de "desigualización" de nuestras sociedades. ¿Quién puede teletrabajar? La gente que tiene una computadora y una buena conexión en sus casas; son muchos, no son ni de lejos todos. Cada vez más distancias entre los que tienen y los que no.
-¿Viste el video del delfín en Venecia moviéndose en aguas más limpias? ¿Qué te pasa al ver cómo el planeta se descongestiona a partir de la reducción de las actividades humanas?
-Y si desapareciéramos no sabes cuántos animalitos y plantitas habría. Pero por suerte no desaparecemos. Estoy un poco harto de esta hipocresía. Nos hemos apoderado de este planeta y necesitamos usarlo para subsistir. Por supuesto, con la suficiente inteligencia como para no matar a la gallina de los huevos de oro. Pero con la intensidad necesaria como para que todos los hombres y mujeres coman todos los días. Y si eso supone que haya menos delfines en Venecia, lo siento por los delfines.
-¿Tenías ganas de venir a Chile? ¿Cómo has visto desde afuera el estallido social que partió en octubre?
-Sí, tenía muchas ganas de ir, y cierta necesidad, porque estoy trabajando en un libro -una crónica/ensayo- sobre Latinoamérica, y Chile es de lo poco que me falta. Tenía previsto mirar algunas cosas, charlar con alguna gente, pero no pudo ser. Espero poder hacerlo en los próximos meses. Y no hace tanto que no iba -estuve hace menos de dos años- pero, justamente por ese estallido, sospecho que ahora muchas cosas serán diferentes. ¿O no?
-En Chile, como en tantas otras partes, los medios de comunicación se están reduciendo de forma preocupante. ¿Se puede vivir sin medios de comunicación?
-Se puede vivir sin casi todo, pero sería una pena, viviríamos mucho peor. Lo cual no quiere decir que los medios tal como son sean ideales, ni mucho menos. Pero imagínate en esta situación de aislamiento y de zozobra, de lógico miedo, no tener esas ventanas al mundo que te permiten suponer que sabes un poco más y que no estás tan solo. Imagínate estos días sin medios; serían el horror más absoluto, la oscuridad perfecta.
La propagación del coronavirus impidió el viaje. Caparrós hoy está yendo de la cama al living en su casa de Madrid. Nada muy distinto, dice, a su rutina habitual de leer y escribir los textos que suele publicar en medios como El País y The New York Times.
"Este sistema global, económico y político, que se presentaba tan sólido, era un castillo de naipes que se derrumba ante un pequeño virus".