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"Hemos perdido, claramente, la capacidad de olvidar"

Con "La parte recordada", el escritor argentino Rodrigo Fresán cierra una trilogía que a lo largo de casi dos mil páginas escarba en los vericuetos de la mente de hombre que quiso ser escritor incluso antes de saber escribir. Por Rodrigo Fresán
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¿Qué hay en la mente de un escritor? Una de las respuestas a esa pregunta ha sido la ensayada por Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), en su trilogía de más de 2.000 páginas compuestas por "La parte inventada", "La parte soñada" y "La parte recordada", en que se interna en los recodos de su oficio, de las fantasías y los mecanismos del recuerdo para armar una especie de mapa mental de lo que sucede cuando se escribe.

No es tan extraño que haya sido Fresán quien emprendiera esta odisea. Radicado hace varios años en Barcelona, no solo ha escrito novelas y libros de relatos, sino también comenzó -en la época anterior a los libros digitales- a moldear un mosaico de escritores y referentes literarios que fueron señeros en la conformación del canon literario de comienzos de siglo. De esa labor -que él llama de "evangelista"- y de su vida como escritor, hablamos con Rodrigo Fresán.

-¿Recuerda cuándo fue el momento en que empezó a escribir?

-No tengo un momento porque no tengo conciencia de cuándo fue. No hubo un momento epifánico en que eligiera la literatura y descartara otras opciones. Nunca tuve un "plan B", tampoco. De hecho, para la primera parte de la trilogía -"La parte inventada"- necesitaba en la historia que el protagonista fuera atravesado por el relámpago de la vocación; yo, lamentablemente, no tuve eso.

Me recuerdo, eso así, a mí mismo, a los 4 años, contando los minutos para ir al colegio a aprender a leer y escribir para poder ser escritor. Quizás tuvo que ver con el hecho de que era el hijo de una casa de intelectuales porteños. Mi padre, por ejemplo, era diseñador gráfico e hizo portadas para libros de Cortázar o Borges. Después, mi misma vida me fue dando la oportunidad de ser escritor y al mismo tiempo negando cualquier otra opción.

-¿Y cómo empezó su trabajo como crítico literario?

-Nunca me sentí crítico literario. Diría que, más bien, me sentía un evangelista. A mi me tocó una época interesante, en que no existía Google, en que realmente había que buscar (y encontrar), es decir, tenerlo materialmente

-¿Cómo recuerda esa época?

-Era agónico, sufrido, pero al mismo tiempo extático, en éxtasis. Ahorraba para irme una vez al año Nueva York y volvía con 3 maletas llenas de libros que eran imposibles de encontrar en Buenos Aires. Sería horrible decir que disfrutaba de la carencia, pero sí había una especie de recompensa distinta. Eran, a la vez, los últimos años de la dictadura, que son grandes años para pasarlo bien.

Los superlectores

-¿Cree que puede ser visto como el creador de una constelación de escritores norteamericanos, por ejemplo?

-No lo veo como una novedad. Es, más bien, un rasgo bien general de la literatura argentina. La literatura argentina, me parece, está hecha por superlectores, incluso desde Sarmiento. Y, al mismo tiempo, la literatura siempre ha sido un tema central, tanto en Piglia, como en Borges o Cortázar. En mi caso, podría decir que es la virtud de no haber pasado por los claustros ni haber tenido ningún tipo de domesticación o formateo obligatorio. Y en la medida que ello haya contribuido a la gente que no tenía nada que ver con la literatura, y que supiera, por ejemplo, quién era John Cheever, lo veo como parte importante de mi obra.

-¿Por qué cree que existe esta tradición de "superlectores en Argentina?

-Tal vez tiene que ver con que la historia argentina es espantosa; la realidad es tan dura que me parece normal que la gente busque refugio en la ficción. He dicho alguna vez que buena parte de la literatura latinoamericana tiene sus raíces en el suelo, pero la argentina está aferrada a la pared de la biblioteca. Incluso, al haber tenido como escritor canónico a un cuentista/poeta, ni siquiera está esa exigencia de "la gran novela argentina". Todas las novelas argentinas son muy raras, fragmentarias, como "Rayuela", "Adán Buenosayres" o "Sobre héroes y tumbas": es esta necesidad, un poco inconsciente, de que las cosas empiezan y terminan muy rápido porque siempre son horribles.

-¿Cree que también hay en este interés en la lectura una idea de literatura como juego?

-Sí. Soy un gran defensor de la literatura como juego. Por eso me gusta Cortázar, aunque se haya convertido en un escrito mal visto por algunos. Generalmente, se le tilda como un escritor para adolescentes, pero ser un escritor para adolescentes debe ser una de las cosas más gloriosas que hay.

-¿Cree que se mantiene esa idea?

-No lo sé, y no me preocupa en absoluto. Supongo que no, de todos modos, Conversaba con Alan Pauls, y recordábamos que cuando comenzamos a escribir no había festivales, ni traducciones, ni venir a presentar el libro a Barcelona. El orgasmo de la publicación lo alcanzabas en el momento en que te daban el libro y lo ponías en la biblioteca. No sé si era mejor o peor, pero me causa gracia que hayan escritores que hayan nacido con la idea de que hay una cantidad de pasos a dar o cuestiones que cumplir cuando publicas un libro.

Cómo olvidar

-"Mantra", una de sus novelas, fue un libro que escribió por encargo. ¿Es muy distinto escribir un libro así?

-Era una colección de ciudades. Yo había pedido Nueva York, pero mi editor, Claudio López, me dijo que era muy fácil. Entonces me propuso Ciudad de México y de ahí escribí "Mantra".

Fresán añade que "hay dos libros con los que tengo una sensación extraña. Uno es 'Esperanto', que escribí en una semana, y 'Mantra', que fue un encargo. Ante el encargo, es posible tener dos actitudes: una era hacerlo como un encargo; y la otra era que, como era un encargo, me podía atrever a hacer todo lo que no me atrevería en un libro mío. Curiosamente, en 'Mantra' empecé a poner en práctica varias cosas que se han perpetuado a lo largo de todos mis libros.

-Uno de los temas que más toca "La parte recordada" es el asunto de la memoria y el olvido. ¿Cómo cree que es vivido el olvido hoy?

-Hemos perdido, claramente, la capacidad de olvidar. En una parte del libro cuento ciertas discusiones de juventud, típicas conversaciones con amigos a las 3 de la mañana, de si Bill Murray había actuado en tal o cual película y que no podíamos resolver. Algo parecido pasaba con los cumpleaños: tú decidías olvidarte de algo. Te separabas de una novia y no podías ver en Facebook en qué estaba o qué hacía.

-Uno de los conflictos que más aparece en "La parte recordada" es entre el protagonista y su hermana ¿Tuvo algún referente?

-Creo que para mí viene Salinger y de la primera conciencia de la hermandad literaria y la familia, la figura del hermano santo. Creo que, en ese sentido, el libro es un agradecimiento a esa figura.

-Y sobre esa figura, ¿qué recuerda de tu editor, Claudio López?

-Era un amigo, pero en tanto editor me permitió hacer un montón de cosas. Cuando escribí "La parte inventada" no iba a ser una trilogía, y él me dejó hacerla. A su vez, sigo agregándole cosas a este libro (la edición de bolsillo tendrá muchas más páginas), y me dijo "adelante". No sé cuántos editores, teniendo en cuenta que no soy un multiventas, me hubiesen permitido hacerlo. Además, era un tipo muy receptivo de la literatura latinoamericana. Si bien yo no me siento un escritor latinoamericano -lo soy, por mi partida de nacimiento-, el creía muchísimo en ella.

La trilogía

-La trilogía, por la cantidad de páginas, por el ejercicio mismo, parece un reto, pero al mismo tiempo, un ejercicio de libertad. ¿Cómo concilió ambas cuestiones?

-No soy muy consciente de esas cosas. Quiero decir, hago un cierto esfuerzo por ser inconsciente, pues si tuviera mucha conciencia no hubiera hecho cosas que hice. No soy el tipo de escritor que entiende la literatura como una ciencia exacta o como una serie de fórmulas a desarrollar, o que antes de sentarse a escribir tiene todo perfectamente claro. Conozco a escritores que hacen eso, y algunos son buenos, pero para mí es un misterio: buena parte de la felicidad y de la gracia, de ser lector de ti mismo y escribir, es no tener ninguna conciencia de cómo iba a terminar.

-Es como vivir en una perpetua infancia.

-Sí. De hecho, la infancia está en todos mis libros. A veces de una manera más notable, como "Jardines de Kensington", y en otras menos evidente. Quiero decir, mis libros están llenos de personajes infantiles porque me sentía un escritor antes de ponerme a escribir, y, al mismo tiempo, varios de mis escritores favoritos -J.M. Barrie, Fitzgerald o Salinger-, son escritores de la infancia.

-¿Y cómo se logra mantener esa inconciencia durante los años?

-La vocación literaria en su ADN viene dotada de una cierta parte de inconsciencia, en el sentido de que no es, salvo que te lo plantees como una carrera, un premio. Y hay modos de vida mucho más provechosos y sensatos. La odontología, por ejemplo.


"La parte recordada"

Rodrigo Fresán

Random House

768 páginas

E book: US 10


Con todo el pasado por delante

Cómo seguir -una vez que todo lo que ha de suceder ha sucedido- hasta alcanzar el final; siendo el final aquello que, recuerda él ahora, es lo único que falta por pasar, lo último a hacerse presente y por venir.

O mejor aún:

¿Cómo finalizar -una vez sucedido todo lo que había de suceder- cuando no se puede seguir?

¿Cómo detenerse pensando en que ya no hay nada más allá?

Nada por vivir o por decir o por escribir o por leer o por inventar pero, aun así, soñando con que todo aquello que resta por recordar sea inolvidable; aunque en verdad nada se desee más que el poder olvidarlo.

Sí, lo mejor de ambos mundos, se dice él, encima del mundo. En demasiados aviones olvidadizos hasta confundirse unos con otros. Volando sobre un desierto único e inmemorial que contiene a todos los desiertos.

Arribas y abajo.

Pero ambas partes como parte de una misma acción: como los dos movimientos, de entrada y salida y de ascenso y descenso. Como cuando se respira y se aguanta la respiración y vuelve a hundirse bajo el agua. Y se queda ahí hasta perder toda noción de espacio y tiempo. Y ahí permanece hasta que ya no se aguanta más pero sabiendo que debe ascenderse despacio y con cuidado hacia la superficie para evitar el burbujeo de la sangre y el hervor de las neuronas.

De nuevo, lo mejor, una opción en dos tiempos: The End / To Be Continued…

Y entre el adiós y el hasta luego -con todo el pasado por delante- él, ahí.

En el cielo azul y en el suelo amarillo.

Colgado de sendos signos de interrogación donde se enganchan un par de cadenas que descienden hasta ese asiento que las une. El sitio donde hamacarse a pensar en cómo seguir pensando en cómo finalizar pero recién luego de no haber comenzado -porque ése nunca fue su estilo para escribir, aunque sí fue su estilo como lector en más de una ocasión- al igual que lo hicieron tantas novelas escritas a mediados del siglo XX.

Empezar preguntando.

Con un personaje diciendo algo así como «¿Y qué haremos ahora para llevar todo esto que nos ha venido sucediendo no a buen puerto sino a buen aeropuerto?». Yendo hacia atrás para poder impulsarse hacia delante, columpiándose en la misma trayectoria breve pero amplia del péndulo que hipnotiza primero y después ordena hacer esto o aquello que jamás se haría en plena conciencia y por propia voluntad. Comportamientos impropios, actos inconscientes, creerse un perro aullando al final de una canción que habla de haber terminado de leer un libro, etc.

Por Cristóbal Carrasco

"Mis libros están llenos de personajes infantiles porque me sentía un escritor antes de ponerme a escribir".

fotos: Alfredo Garófano

"Hago un cierto esfuerzo por ser inconsciente, pues si tuviera mucha conciencia no hubiera hecho cosas que hice".

"Me recuerdo, eso así, a mí mismo, a los 4 años, contando los minutos para ir al colegio a aprender a leer y escribir para poder ser escritor".