Chile y el cronicismo de la anomia social
"Combatir el cronicismo de la anomia social que nos acecha depende de un fuerte rol del Estado con medidas proteccionistas". Mg. Alberto Torres Belma, Sociólogo y Académico de la Universidad de Antofagasta
El sociólogo Emile Durkheim planteó en el siglo XIX el concepto de "anomia" para describir la alteración del orden social en términos valóricos, estructurales, de convivencia y reglamentarios. Sin duda, nuestra República asiste a una anomia social imperante desde hace siete meses. El pesimismo respecto al devenir histórico de nuestro país, así como la prevalencia por los intereses individuales, han encontrado su agorero en las contingencias sociales que han dominado el espacio público en los últimos meses.
Lo anterior, se ha transformado en una "anomia crónica" con la aparición de la pandemia COVID-19, que en términos estrictos ha alterado nuestra cotidianeidad, reforzando el carácter sincrónico de los lazos sociales, pero a través de recursos tecnológicos, lo que puede representar una tremenda oportunidad, como también un riesgo, al promoverse el deterioro de lo palpable, el sentido de comunidad y la creación de consensos respecto a cómo interpretar nuestra realidad, a través de la interacción cara a cara, promovida por el "interaccionismo simbólico" enunciado por el sociólogo de la Escuela de Chicago, Herbert Blumer.
La primera fase de la anomia social se extiende desde el estallido social del 18 de octubre de 2019 hasta la aparición de la pandemia por COVID-19. En esta primera fase, las consecuencias fueron esencialmente la alteración del orden público, deterioro de la capacidad de diálogo, incertidumbre y poca empatía con las demandas ciudadanas, además de pequeños atisbos de aumento de desempleo y cierre temporal de empresas y/o emprendimientos, además de un aumento de los problemas de salud mental en la población.
La segunda fase de la anomia social de nuestra nación, devenida en crónica en forma involuntaria (y también "voluntaria", por el comportamiento irresponsable de muchos ciudadanos) por una crisis sanitaria inesperada, debuta en el mes de marzo de 2020, manteniéndose vigente y cuyas consecuencias aún son insospechadas.
No obstante, podemos enunciar algunas: desempleo in crescendo, incertidumbre, emprendimientos y empresas al borde del colapso; aumento en el número de enfermedades por efecto de la irresponsabilidad de los ciudadanos con sus semejantes; y cuarentenas casi forzadas como una forma de atenuar el pensamiento y conducta individualista de muchas personas respecto a la emergencia sanitaria.
Combatir el cronicismo de la anomia social que nos acecha depende de un fuerte rol del Estado con medidas proteccionistas, pero que a su vez estimulen la responsabilidad de las personas con la situación que vivimos.
Si esto último no puede ser cumplido corremos el riesgo que impere un Estado absolutista y en extremo paternalista. Hoy más que nunca, el sentido de comunidad es clave para superar el problema de la pandemia en nuestro país.
Nos aguardan tiempos complejos como país. La anomia social ha entrado en una fase crónica. Sólo con el concurso de todos los actores y la contribución de cada uno desde sus espacios, podemos lograr un mejor porvenir, evitando una "anomia terminal e irreversible". Nuestras autoridades no son las únicas responsables del devenir de nuestra nación.