Error tipo IV: Interpretar la estadística a conveniencia
"El manejo de datos y su interpretación nos nubló, especialmente a los más jóvenes, y las consecuencias serán dolorosas". Dusan Paredes, Decano Facultad Economía UCN
La estadística nos permite realizar inferencias cada vez que no somos capaces de conocer la población de estudio o el proceso subyacente que la generó (DGP). Ocurre tanto con las biopsias para detectar un cáncer, los exámenes de sangre de rigor o el porcentaje de pases correctos de un jugador de fútbol: no necesitamos toda la información para tomar decisiones y nos basta una muestra para comparar entre pacientes o entre jugadores. Claro está que el ejercicio no es gratis. La predicción tiene un nivel de error, por lo que siempre deberemos dejar espacio a la mesura (Propiedad de Descomposición).
El verdadero peligro de la estadística no está en su error de predicción. El verdadero peligro está en la conveniencia del levantamiento de datos, así como en la interpretación sesgada de sus resultados. Este peligro es inminente cuando dichas estadísticas desnudan la precariedad y vulnerabilidad de los habitantes de un país que trabaja como un país desarrollado, pero que viven y mueren en una situación muy distante. La avaricia por demostrar que estábamos preparados, el deseo llevado a lo absurdo de ser un país líder en la región a cualquier precio o simplemente la incapacidad de defender a un sistema de salud enfermo, nos llevó a escuchar interpretaciones rebuscadas a una realidad terrible que era evidente: el conteo conveniente de muertes por COVID.
Cada país ha registrado las muertes a su conveniencia, intentando siempre ser el ejemplo. En Chile, solo contamos a los casos confirmados, descartamos a quienes morían con síntomas estadísticamente evidentes de COVID, pero cuyos exámenes no éramos capaces de procesar. Tampoco contamos como muertes a todas aquellas personas que no pudieron recibir ayuda médica en sus enfermedades debido al colapso del sistema. Esas muertes no se contabilizaron, pero sí contaron como contribuyentes toda una vida. Más aún, dejamos los exámenes PCR a la ley de la oferta y la demanda. Este manejo no es nuevo. Lo sufren las encuestas de empleos, de percepción política, los rankings de ciudades de Chile e incluso los dateadores de un Teletrak. Esta vez llegamos lejos: el manejo del dato permitió llevarnos algún palmoteo de espalda de la OMS, pero generó un efecto catastrófico en nuestra sociedad: nos dio una falsa sensación de seguridad. Nos hizo sentir inmunes. Inocentemente pensamos que Chile era una realidad paralela, que aquí no ocurriría lo que ocurrió en el resto de los lugares. No hay ranking ni reputación que tenga más peso que el derecho de una sociedad al avanzar en la verdad. Hoy en día intentamos rectificar, pero con un costo irrecuperable, una realidad insuperable en ficción.
Las estadísticas no mienten, pero quien las interpreta nos puede construir una realidad alternativa donde quienes menos conocimiento tienen de ella serán los que más sufren. Quizás desde las aulas, para quienes nos toca enseñar, podamos colaborar en evitar esta catástrofe en el futuro. Después de todo, la fiscalización es siempre el rol de nuestra sociedad y permitir desastres como el ocurrido en Chile es, por doloroso que sea, consecuencia de nuestra falta de comprensión de esta ciencia. Nuestra responsabilidad es crucial para entender, por sobre la estadística, que la dignidad de todos importa, y al menos cuando alguien muere, contarlo como corresponde y no dejarlo de lado para empequeñecer un numerador. No estamos para eso.