Simonetti viaja hacia su propio origen en Hiroshima
Dos abuelos con los que habló poco inspiraron al periodista y escritor Marcelo Simonetti a escribir su novela "Dibujos de Hiroshima". Una historia que deambula entre el Japón actual y el azotado por la bomba atómica.
Un Valparaíso que tiene la irregularidad de una ostra. Allí habita desde los años 30 el abuelo Ryu Nakata, quien al morir lega a su nieto Yasuhiro la obsesión por viajar a su tierra natal: Hiroshima. El nieto debe descubrir por qué su abuelo nunca se refirió a esos primeros años de su vida. Ese es el punto de arranque de esta novela que Marcelo Simonetti dedicó a la memoria de sus abuelos Américo y Liborio.
Cuenta que este proyecto partió el 2014, como parte de una antología de cuentos que conmemoraban los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su relato, narraba la historia de tres niños que en 1935 dibujaron algo similar a un hongo atómico, un hecho inexplicable que no recuerda dónde escuchó o si es invención propia.
"Sentí que había algo en la historia que no estaba de manera implícita y aguzando el oído empecé a ver lo que era. A la par empecé a trabajar en un proyecto teatral que recogía mucho del imaginario japonés que está vinculado a la novela. Se llamó "Nakamoto (Hiroshima/Santiago)" y ganó el año pasado la XIX Muestra Nacional de Dramaturgia. Finalmente, y para cerrar el círculo, escribí ahora una pequeña novelita que se llamará 'Árboles de Hiroshima', que recoge la historia de unas semillas de árboles sobrevivientes a la bomba que llegaron a Chile hace cinco años y las plantaron en Valdivia", cuenta el autor.
Simonetti recuerda que la primera vez que vio una foto del hongo atómico fue cuando era un niño, hojeando una enciclopedia donde además le dieron escalofríos los y cadáveres famélicos de los asesinados en campos de exterminio nazi.
-Los abuelos están presentes desde la dedicatoria. Los padres casi no están. ¿Por qué?
-Esta novela la escribí al alero del recuerdo de mis dos abuelos, con quienes tuve una relación casi no vivida. No los conocí en profundidad por distintas razones, conversábamos poco, eran bien ermitaños. Mi abuelo paterno, Américo, tenía una casa dentro de la casa en que vivíamos. Era como al llegar a la pieza de los castigados, vivía separado de todos. Su pieza y estaba llena de recortes de boxeadores… Con mi abuelo materno, el abuelo Liborio, tampoco hubo una gran comunicación ni la posibilidad de escuchar sus historias.
-Te pasó lo que al protagonista de tu novela.
-Claro, tampoco conocía al suyo a cabalidad y esta historia sirve un poco para recomponer, para reconstruir desde la ficción esta relación que no tuve con los míos.
AFINIDAD CON oriente
Simonetti cuenta que nunca ha estado en Japón, pero que investigó y se documentó bastante para armar el paisaje de Hiroshima, tanto antes como después de la explosión atómica. También leyó mucho sobre autores nipones claves de la narrativa contemporánea.
-¿Qué podríamos aprender de los japoneses?
-Creo que la forma en la que han preservado sus rituales y tradición, a pesar de vivir tragedias históricas. A fines de 1870 inauguraron una nueva era y decidieron abrirse a Occidente, luego de estar por 600 años encerrados. En ese abrirse a Occidente asimilan una serie de ideas y conceptos; eso genera una contradicción, un problema de identidad, los japoneses se debaten entre su tradición y ceder a lo nuevo y lo occidental. También el tema con el respeto a la naturaleza es bien importante: el budismo habla que lo trascendente es aquello que permanece y los ritmos naturales están por encima de todas las cosas.
-También reflexionas sobre el haikú…
-Lo del haikú es bien interesante porque tiene relación con otras formas literarias. Por ejemplo, con el cuento. Un haikú está compuesto por tres versos: uno de cinco sílabas, el segundo de siete y el último de cinco también. Lo más importante del haikú, eso es lo que plantean los maestros japoneses, es que hay un cuarto verso que no aparece, que no está. Ese cuarto verso en esta novela se cuenta a partir de los silencios, de lo que no se dice. Y eso lleva al lector a ser una especie de coautor de la ficción. Desde el punto de vista de la escritura me parece que es una forma súper interesante porque implica la participación del otro. También me interesó la brevedad: es poderosa esa síntesis y el hecho de que cualquiera puede hacer un haikú habla de su nivel democrático.
-Hay algo del aquí y el ahora que pone encima el haikú
-Sí, y eso también se encuentra en la narrativa japonesa porque tiene otra concepción del tiempo. Los occidentales decimos que a ratos la narrativa japonesa es un poco "demorosa", como que le cuesta, como que le falta acción. El presente, disfrutarlo simplemente, es algo muy importante para ellos y permea toda su producción artística.
-Un poco para "echarle pelos a la leche". ¿Qué te parece la beligerancia japonesa, por ejemplo, ante la China?
-Bueno, algo de eso aparece en la novela en la parte de las cartas a la abuela Midori. Los japoneses también empezaron una carrera armamentista, súper fuerte. Buena parte de las autoridades militares llevaron a Japón a un camino belicista, a ser claramente una potencia militar, preparada para la guerra. No sé si esos afanes están en la totalidad del pueblo japonés, es parte de su contradicción. Y eso los hace interesantes. A ratos se desafían mundos antiguos y mundos más occidentales. Hay un espíritu donde se debate esa fuerza bélica y la actitud más zen, más pacifista, con que también identificamos con los japoneses.
Marcelo Simonetti en este libro viaja desde Valparaíso hasta los orígenes de sus ancestros en Hiroshima.
"Dibujos de Hiroshima"
Marcelo Simonetti
Emecé Editores
200 páginas
$13 mil
Por Amelia Carvallo
david gomez