Dios, el único justo
"Debemos comprender que el juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe en Él".
Hace algunos días en el país, fuimos golpeados por la muerte de Tomás y otros dos niños de manera violenta e incomprensible. Tres inocentes que ven truncadas sus cortas vidas por actos evitables. Son noticias de víctimas que sacuden y alertan sobre realidades que no quisiéramos se normalicen en una sociedad que clama por justicia en todo sentido.
La justicia a la que la mayoría se refiere y pide ante estos hechos es la que humanamente se espera pueda aminorar el daño causado, procurando que los responsables de un episodio impropio sean sentenciados a la pena más alta que nuestro sistema jurídico contemple. Pero, sin duda, que la justicia divina a la que aspiramos y atesoramos en el corazón de creyentes, es aquella en la que Dios con su infinita misericordia nos ofrece especialmente en el arrepentimiento.
La justicia se entiende también, que a cada uno debe ser dado lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios como juez. Para superar esa perspectiva legalista, sería necesario recordar que, en las Sagradas Escrituras, la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios.
Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la observancia de la ley, es en este sentido que debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y sus amigos dice a los fariseos que lo criticaban porque comía con los publicanos y pecadores: «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga y castiga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el grande don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación.
En este tiempo de Cuaresma y de preparación para la Pascua de Resurrección, debemos recordar que el sacrificio de Cristo es por amor. Nos lleva a comprender que, ante la injusticia, la cruz es la salvación. Debemos comprender que el juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe en Él que con su muerte y resurrección nos redime junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (Sal 51,11-16).
No obstante, la comprensión respecto de la justicia a la que apelamos ante estos casos dolorosos tiene respuesta en el Señor que nos revela el amor predilecto por los niños en quienes resalta su inocencia y en quienes debemos fijarnos para entrar al reino de los cielos. "Dejad que los niños se acerquen a mí... y no se lo impidáis". (Mt. 19, 13-15). La pureza, la simplicidad, la sinceridad de sentimientos, todas estas virtudes son las que Jesús valora más y nos impulsa a imitar para entrar al reino de los cielos. ¡Confiemos en el Señor!
Óscar Blanco Martínez
Obispo de Calama