El retorno de la Decé
De todo lo que acaba de ocurrir con la elección de gobernadores -la baja votación, el estrepitoso fracaso de la derecha, la frustración del Frente Amplio- quizá lo más relevante para el tiempo que viene sea el buen resultado que obtuvo la Democracia Cristiana.
Como el tiempo en política corre rápido -y el olvido, o la imitación del olvido también- ya casi nadie quiere recordar que hace apenas unas semanas la DC era un partido al que sus viejos aliados abandonaban. El PS y el PPD habían decidido ir a primarias con el Partido Comunista y el Frente Amplio, desechando la alianza con la que gobernaron desde la transición en adelante.
Pero ahí tiene usted. Apenas pocas semanas más tarde los líderes que habían decidido empujarla por la borda, visitaban la sede del Partido Demócrata Cristiano para felicitar su buen desempeño electoral.
Ese saludo puede ser un signo que la DC tiene hoy la oportunidad de recuperar un papel que es clave en el sistema político. Y que en el Chile contemporáneo está vacío.
Se trata del centro.
Si algo enseña la historia política del siglo XX chileno, es cuán importante es el centro. Durante toda la vigencia de la Constitución del 25 (se la llama así a pesar de que su vigencia efectiva comenzó el 32) siempre gobernó el centro, a veces aliado con la derecha y otras veces con la izquierda. Solo una vez ganó la derecha (con Alessandri) y una vez la izquierda (con Allende). Durante un largo periodo de cuarenta años el sistema político se estabilizó gracias al papel de mediador que cumplió el centro. La democracia chilena (conjeturó Arturo Valenzuela en un famoso ensayo) se vino al suelo cuando el centro quedó vacío, sin nadie que moderara los intereses más extremos de la estructura social.
Por supuesto hay muchas formas de desempeñarse como el centro político.
Una de ellas consiste en definirse como una tercera vía entre dos extremos. Este fue el caso de la Democracia Cristiana de los sesenta cuando optó por el camino propio, la tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. Pero hoy día en que el comunismo no existe, esa definición carece de todo sentido. La otra consiste en ser una fuerza moderadora, una fuerza reformista, una fuerza que sin abandonar el horizonte de cambios recuerda a sus aliados una y otra vez que en política hay que dar un paso cada vez, que el respeto a las instituciones y las formas es fundamental y que la esfera pública posee un límite invisible que se llama cultura al que hay que atender a la hora de las reformas. Por eso tuvo algo de razón Claudio Orrego cuando refiriéndose a su triunfo en la región metropolitana, dijo que la ciudadanía había elegido entre dos formas opuestas de hacer política. Y es que una fuerza de centro aporta a la izquierda un sentido de realidad del que el aliento utópico -que en el caso de la izquierda es una huida de su propia obra de treinta años- suele carecer.
Hoy día la DC -apenas hace unas semanas un partido que a socialistas y pepedés les parecía de apestados- está en una actitud de espera que es una forma sobria de manifestar que, a pesar de las apariencias, no olvida que apenas ayer los mismos que hoy la abrazan habían decidido abandonarla.
No pasará mucho antes que la DC nomine a su propia candidata -será sin duda Yasna Provoste; pero lo más relevante no será ese nombre sino el lugar que la DC reclame para sí, mediante sus ideas y sus actos, en el sistema político.
Después de todo, la existencia de un centro al que allegarse, es por definición indispensable para que exista la centroizquierda. Y para que al menos por efecto de demostración se empiece a construir también una centroderecha.
"La DC tiene hoy la oportunidad de recuperar un papel que, a la luz de la historia política del siglo XX, es clave en el sistema político. Y ese papel en el Chile contemporáneo está hoy vacío.