Los estatutos de ser persona
"Alguien ya dijo que la morada del ser humano siempre es la libertad y su corazón". Francisco Javier Villegas, Profesor y escritor
¿Hacia dónde podemos ir, o pensar en ir, cuando los ciclos se comienzan a descubrir como resultado de nuestras acciones? Dicen que hay gente que no puede realizar sus cosas o bien que no pueden dormir, siquiera. Lo que generamos en nuestro cuerpo viviente podría ser lo que nos regule o nos complique en otro estado de vivencias. Pero, no lo sabemos con certeza. Solo digo, en esta ferocidad de cosas e impulsos que ocurren en estos días, que sería provechoso afirmar que algo tenemos contra todo eso que aparece brumoso o nebuloso: la palabra. Esa única vocación humana que nos afirma en la sensibilidad y en el conocimiento, también, de las utopías.
La palabra, dicen, transforma el alma. Ya sea por distintas vicisitudes o reflejos, por la rueda del destino o de los sentidos, o como se le llame, o bien por ese ejercicio que nos puede aumentar como personas. Cuánto quisiéramos, a pesar de la inseguridad de los días, adherir a un mejor pasar o a un deseable tiempo para nuestro pobre cuerpo que se desgasta con prisa. Merecer un supremo estar aquí conservando la invención de los bellos momentos. Florecer en el diálogo a través de una copa abrazando el don de los buenos sentimientos. Merecer el aprecio como un regalo en este estatuto por ser persona.
De esta manera, si sirve de algo, puede ser distintivo preocuparse por la convivencia, por evocar viejas luces de buen trato e inventar algunas cosas que se nos han olvidado: la magia alegre de la infancia, el respeto a los mayores, el reconocimiento de los errores, el don maravilloso de la amistad, el escuchar los consejos, para que nos vaya bien, o el abrazar ideales de manera irreductible dando en ello, inclusive, la vida. Mientras camino por espacios de cemento, como un exiliado, pienso que, como dijo el poeta de Mello, solo vale la vida. La vida con sus días y sus calendarios. La vida que debiera purificarse a pesar de toda duda o desconfianza.
Si el principio activo siempre es el alma y corazón ¿se puede hacer más de las cosas, de manera lúcida y transparente, y más por el ser humano? Buscar la verdadera identidad, el mismo trato a todos y un mejor entendimiento de nuestras creencias o experiencias pudiera ser algo de la iniciación por una deseable vida, sonora y multiplicada vida, que en la habitación de país que tenemos pudiera abrir manos y ecos ante tantas ausencias que remueven la memoria. Alguien ya dijo que la morada del ser humano siempre es la libertad y su corazón. Aunque, ya sabemos, un poeta, también se equivoca.
Mientras tanto, allá lejos, en una atareada ciudad capital, un grupo de personas, denominados constituyentes, preparan también un estatuto. Un libro para poner al alcance del país las visiones de cómo acceder a ser mejor nación sin arriesgarnos a malas interpretaciones. Sin embargo, no se debiera olvidar la infinidad de planetas que somos los seres humanos y la autenticidad de quien confía en el otro para liberarnos del yugo de las oprobiosidades. En ese estatuto se debiera considerar la vida y la alegría, aunque sea volátil, y el deseo por ver las mañanas de cada uno de nosotros en un espacio más fértil y más confiados en justicia.