Boric y el sentido del poder
Gabriel Boric acaba de ganar las elecciones y ha logrado, él y quienes lo acompañan, hacerse del poder. El asunto es notable puesto que accede al poder una élite (Schumpeter decía que la democracia consistía en decir cada cierto tiempo qué élite nos gobernaría) incómoda con la realidad que tiene ante los ojos y dispuesta a cambiarla.
¿Serán las cosas más fáciles para ella ahora que tendrá el poder en sus manos?
A menudo se cree que el poder -tener poder, alcanzar el sitio que lo anida, empuñarlo- ensancha las posibilidades. Hay, se cree, una línea de continuidad entre lo que el poderoso desea y lo que puede hacer.
Pero el asunto suele ser al revés.
La primera experiencia del político no es la de ensanchar sus deseos, sino la de estrecharlos, hacerlo más delgados y menos ambiciosos de lo que eran cuando se los forjó a la distancia. Tener poder político es así disponerse a lidiar con la realidad, experimentar sus límites, reñir con ella. En este sentido, al alcanzar el poder el político se experimenta una repentina madurez. La imagen de continuidad entre el yo y el mundo -lo que Freud llama narcisismo primario- termina de pronto cuando se empuña el poder porque entonces se comprende que este último más que enfrentarse a la voluntad ajena, significa lidiar con la realidad, o, lo que es lo mismo solo que con otro nombre, con la escasez.
Muchos de los defectos que se atribuyen al político (decir esto y hacer lo otro, entusiasmar para luego defraudar, negociar con el adversario renunciando a parte de lo que se persigue, etcétera) no son defectos suyos, sino que son los caminos torcidos de la realidad que el político debe transitar día tras día en el empeño de alcanzar lo que puede dentro de lo que quiere. Por eso Azorín (en su famoso escrito El político) aconseja guardar silencio cuando no se sabe muy bien cómo servir a la justicia. En este caso, dice, "hay que dejar que la vida y la fuerza de las cosas se abra camino a través del tiempo". Con otras palabras (que han sido mil veces malentendidas) es lo mismo que dijo Aylwin cuando dijo que se haría justicia "en la medida de lo posible". No es que lo posible sea la medida del proyecto o del deseo, sino que lo posible, esto es lo que subrayó Aylwin, es el límite a los deseos. Así entendida la frase describe lo más propio del quehacer político.
El presidente Boric y el Frente Amplio surgieron en medio de la arena pública reprochando a la vieja Concertación haber recortado sus deseos, renunciado a ellos, prefiriendo, en cambio, acomodarse con la realidad. Ahora que deberán lidiar con la realidad harán la experiencia de que ella suele resistir los deseos y los proyectos, en vez de preparase simplemente para recibirlos. Pero no debieran desalentarse cuando eso ocurra, porque si la experiencia política casi siempre equivale a una rebaja de los propios anhelos, ello también es la oportunidad para que el gran político muestre aquello que es su verdadera virtud: conferir sentido a las dificultades y a los momentos amargos.
Raymond Aron, el gran filósofo y sociólogo francés, de la generación de Sartre (gracias a quien este último supo de la fenomenología) dijo alguna vez que la pregunta que toda persona debía hacerse antes de juzgar a un político era ¿qué habría hecho yo en su lugar? Obsérvese: no qué habría hecho en abstracto, sino en su lugar, rodeado por la misma realidad, atrapado en la misma circunstancia.
El presidente Boric tendrá muy pronto la oportunidad de convertirse en un político de veras, puesto que ello solo ocurre cuando se enfrenta el rostro impasible de la realidad que se pretende cambiar.