El presidente Boric ha sostenido que ni él ni el gobierno que preside son neutrales en la cuestión constitucional. Ha comunicado así -sin mayores precisiones- su apoyo al trabajo que la Convención comunicará a la ciudadanía y que se someterá a plebiscito.
La decisión presidencial no parece sorprendente; aunque su sentido o significado no es del todo claro.
Veamos.
El presidente es uno de quienes promovió el acuerdo constitucional y es natural entonces que espere que el trabajo de la Convención tenga éxito. Desde ese punto de vista el presidente no debe ser neutral, como nadie debe serlo: todos debemos abrigar esperanzas en el resultado de la Convención.
El problema surge, sin embargo, a la hora de saber qué ha de entenderse precisamente por éxito de la Convención. Como es obvio, sería absurdo sostener que cualquier texto con cualquier contenido equivale a un éxito. Por éxito de la Convención no puede entenderse el simple hecho de entregar un texto -cualquiera sea su contenido- a la ciudadanía. En ese caso el éxito estaría garantizado -porque texto habrá de todas maneras- pero esa forma de apreciar el éxito sería simplemente estúpida. Si el texto que la Convención confecciona fuera, por hipótesis, descabellado, o tonto, o absurdo o fantasioso, decir que por el hecho que se logró terminarlo se trata de un éxito y que hay que apoyarlo, es un perfecto sinsentido.
Así entonces habrá que descartar que cuando el presidente dice que es no neutral, se está refiriendo a su simple anhelo de que la Convención concluya su trabajo. Algo así sería subestimar el talento presidencial.
Tiene que haber otra mejor interpretación de sus palabras.
Lo que el presidente debe querer decir cuando afirma que no es neutral frente a la Convención, es que el confía que esta última compondrá un texto a la altura de los desafíos que la sociedad chilena y el país experimenta; pero en tal caso el deber presidencial es explicitar qué texto sería ese, qué principios habrá de respetar o formular, qué contenido mínimo debería, a su juicio, poseer, principios que si el texto respeta, formula o posee, permitiría decir que el trabajo de la Convención fue un éxito.
Esa es la única forma de dar sentido a la declaración del presidente: él no es neutral y apoya el trabajo de la Convención porque abriga la confianza que el texto que se someterá a la ciudadanía será un buen texto, un texto que reflejará las ideas y principios que él, el presidente, juzga mejor.
Pero en ese caso ¿no será mejor esperar a saber qué texto es el que finalmente se someterá a consideración de la ciudadanía antes de manifestarle un apoyo irrestricto? ¿cómo se podría ser no neutral, o tomar partido, ante un texto aún no acabado? Solo la fe puede ser ciega; pero ¿ceguera en política?
Y lo que vale para el presidente, vale también para quienes se apresuran a rechazar el texto sin conocer todavía la totalidad de su contenido. Sin perjuicio de asistir al debate que se está llevando adelante y sin perjuicio de discutir los contenidos conforme se vayan conociendo, lo correcto y lo racional es esperar que el texto esté concluido antes de decir si se lo aprueba o se lo rechaza.
Ningún texto, es obvio, reflejará la totalidad de las propias preferencias: satisfará algunas, sacrificará otras y será indiferente en muchos aspectos, de manera que un balance y una ponderación respecto de la totalidad es racionalmente imprescindible.
Por eso cualquier decisión formulada antes que el texto esté concluido (sea el entusiasmo no neutral del presidente por aprobarlo, o el entusiasmo opuesto por rechazarlo) no está a la altura del desafío que exige de los ciudadanos un discernimiento frente al texto en vez de una confianza ciega o una desconfianza igualmente ciega en lo que los convencionales o convencionistas (esta última forma es la correcta, dicho sea de paso) serán capaces de escribir.