El presidente y octubre
El presidente Gabriel Boric acaba de declarar -apenas ayer, cuando se conmemoraron lo que podríamos llamar los "acontecimientos de octubre"- que lo que ocurrió no fue una revolución anticapitalista, sino que se trató de la expresión de "dolores y fracturas", esta fue la expresión que usó, de la sociedad chilena.
Hay que alegrarse de que esas palabras insinúen un tránsito desde el entusiasmo de la transformación total (de la que fue una buena expresión el proyecto constitucional empeñado en crear un Chile feminista, ecológico, no extractivista, antineoliberal y etcétera) a una versión más sobria de lo que se reveló en octubre. Cuando los objetivos y el diagnóstico son más sobrios y contenidos, como los que acaba de expresar el presidente, la realidad se ve con mayor claridad y mayor realismo, sin grandes deformaciones provocadas por el entusiasmo moral como le ocurrió a tanta gente (y no solo de la izquierda) luego de octubre.
Porque el entusiasmo utópico y moralizante (la idea que la realidad es injusta e inmoral y debe ser prontamente corregida) conduce a demasías, muchas de ellas violentas, como se vio en octubre y se ha visto en los días, semanas y meses que le siguieron. Después de todo, cuando se cree que la realidad es sucia y abusadora, una suma de estafas y de timos, de despojos violentos (como se cree por los grupos radicalizados de la Araucanía) ningún precio es demasiado alto y ningún esfuerzo demasiado para cambiarla.
Así entonces cuando el presidente comienza a morigerar el diagnóstico de lo ocurrido en octubre, no solo está emitiendo una opinión (que viniendo del presidente Boric ya es importante) sino que está orientando la reflexión y la acción y las políticas que debieran seguirle en un sentido distinto al que hasta ahora parecía haberse emprendido: desde la transformación total inspirada en diagnósticos globales (el cambio del capitalismo, el abandono de la sociedad de mercado, el fin de la vida concebida mercantilmente) a una mejora incremental centrada en los malestares, de diversa índole, que se manifestaron en octubre y que, aunque cueste creerlo, y mal que pese, son el fruto paradójico de la propia modernización: una mejor distribución del riesgo de la vejez y la enfermedad, mejora de la vivienda, atención a los grupos de inmigrantes, control del orden público, recuperación del monopolio de la fuerza en el sur.
Por supuesto esos objetivos y su logro no alcanzan la estatura de una épica ni de una revolución; pero son el tipo de cosas que la ciudadanía esperaría de un gobierno de izquierda preocupado de las grandes mayorías y no solo ocupado de alcanzar un papel redentor en la historia.
El presidente Boric (el presidente, no necesariamente todas las fuerzas que lo apoyan) puede encontrar aquí una agenda gubernamental que oriente su quehacer. Y es probable que el presidente así lo haya entendido. De ser así estaríamos asistiendo a un cambio en el rol que él ha alcanzado en la sociedad chilena. Como dirigente estudiantil y más tarde como diputado, ajizó a la opinión pública recordando una y otra vez los malestares que la aquejaban; pero ahora no es ni dirigente estudiantil, ni un Diputado más. Es ahora un político que tiene en sus manos el control del estado y que sabe que -sin renunciar al horizonte que lo anima y entusiasma- su tarea actual es proveer los bienes más básicos y modestos que aseguran y hacen posible la vida social.
Es la servidumbre del político de veras: atender la realidad, y encarar sin quejas el feo rostro de las circunstancias.