¿Por qué es la tolerancia una virtud suprema que debemos practicar en todos los momentos de nuestra vida? ¿Cuáles son sus efectos sociales positivos? Estos interrogantes sólo pueden ser contestados si miramos la realidad en la que actuamos y luchamos; las condiciones mismas de la organización de la sociedad y, más aún, los caracteres esenciales de la naturaleza humana.
Las personas actúan en distintos planos de actividad y de trabajo; sus ideas respecto a los diversos problemas y creencias, a sus opiniones o dogmas, son distintos y opuestos; sus puntos de vista, nacidos de las preferencias ideológicas y políticas lo inclinan a una sistematización que muchas veces adquiere intención sectaria y beligerante.
Se encasilla generalmente en sus propias ideas y convicciones, creyendo que estas son las auténticas y mejores, escudado en un absolutismo egocéntrico que lo hace intolerante con las ideas ajenas y con todo lo que no se avenga con su concepción personal del mundo y de las cosas.
Esta posición cerrada e inflexible, al ser falsa, resulta negativa para los fines de convivencia humana y de cooperación.
La tolerancia, como virtud individual y colectiva, no es oposición huraña e intransigente de la persona que convive en un medio naturalmente sociable, sino todo lo contrario: exige el respeto de las ideas ajenas, el acercamiento afectuoso y la comprensión reflexiva para aquellos modos de ser individuales y actitudes mentales que no se condicen con los propios. Si del terreno de las ideas pasamos al de las actividades creadoras, ocurre con frecuencia que, en el ejercicio de las profesiones, de los negocios y en el cultivo de las artes notamos la misma sistematización.
Se desconocen o menosprecian las ocupaciones o tareas que no sean las de nuestra preferencia y dedicación. Nos aislamos así en lo propio o ignoramos o no valoramos debidamente el esfuerzo y las condiciones de los otros.
En el plano ideológico, somos islas hostiles, cerradas a toda comprensión y a todo reconocimiento del ajeno modo de pensar. De ahí los males sociales que se derivan de la intolerancia y las luchas, guerras, odios y malestares de distinta índole que se generan en el mundo cuando no somos capaces de elevarnos y corregir los efectos funestos de esta equivocada posición espiritual.
La tolerancia -en cierto modo-se relaciona e identifica con el ejercicio de las libertades humanas, a tal punto que algunos moralistas - y, entre ellos, Gabriel Compayré - la consideran como condición primordial de la libertad en todas sus formas.
La tolerancia para con las ideas opuestas es condición ineludible de la armonía y paz sociales. Su violación o ignorancia da lugar a un estado de conciencia favorable al desencadenamiento de las guerras, a la hostilidad y conflictos permanentes entre los pueblos y los individuos.
La historia está llena de ejemplos elocuentes del mal que provoca la intolerancia. Puede afirmarse -y la experiencia lo confirma- que, en general, las guerras que, como un azote terrible, ha sufrido la humanidad con aterradora periodicidad, son las consecuencias de la intolerancia que en las relaciones internacionales ponen en práctica los dirigentes de los estados o las parcialidades políticas que actúan en función de sus propios credos.
Guerras de intolerancia religiosa, política, social o por prejuicios raciales, han ralentizado el progreso de los pueblos y derramado mares de sangre. En lo social e internacional, sólo es dable la convivencia humana cuando las personas son capaces de comprender a otras personas, acercarse a ellas no como amigos, sino con el gesto cordial y humano que les permite considerarse como iguales, con todos los fueros con que escuda su manera particular de pensar, de sentir y de obrar. Solo cediendo algo de lo propio, podemos entrar en el ámbito de las otras almas para aquilatar en ellas lo que tienen de noble y de grande, de afirmativo y de estimable.
Solo con la tolerancia en su más amplio sentido podemos dignificar la vida y hacer de ella un estadio de bien y de justicia en el que impere el derecho, la libertad, el amor fraternal que nos vincula a todos los seres en un afán de progreso indefinido y de armonía creadora.
En el claroscuro de la personalidad existen siempre inesperadas sorpresas.
Personas capaces de bien, de justicia, de heroísmo y de sacrificio: no hagamos con nuestra indiferencia, que en este caso sería miopía funesta para penetrar en su ámbito de luz, que se malogre aquello que puede dársenos como una dádiva maravillosa.
Y, abiertos a toda comprensión, respetuosos, cordiales, amplios, olvidados de nosotros mismos, de nuestros problemas, de nuestros quehaceres, de nuestros dogmatismos, hagamos que se acerque a nuestra alma su propia alma y tendremos así el milagro de inesperadas revelaciones.
Rotary -puede afirmarse sin dubitaciones- es una escuela de tolerancia. Eso explica su unidad de miras y de fraternidad que figura uno de sus fundamentos sustanciales. Sin un sentimiento tolerante y amplio en las relaciones fraternales, no podrían compartir la misma mesa -en actitud de franca camaradería -personas de las más dispares ideologías, de diversas ocupaciones y posiblemente de mentalidad opuestas. Pero sobre estas discrepancias de temperamento e ideas, nos acerca una admirable fraternidad y una común unidad de ideales y propósitos con que se atenúan las distancias temperamentales para cultivar la fraternidad, hacer el bien y pugnar por el progreso y el bienestar de la Humanidad con altruismo y desinterés.
La tolerancia afirma un significado ético superior y es como el cañamazo donde se bordan las más nobles y positivas conquistas morales y sociales.
Terminemos con los siguientes conceptos del pensador Gabriel Compayré:
"La esclavitud toma en su conjunto a la persona humana y la sojuzga toda entera; la intolerancia no atenta más que contra una parte de la personalidad, pero tiraniza lo que hay de más elevado, más noble en nosotros, nuestros pensamientos, nuestras creencias; quiere hacer conciencias esclavas"…
Salvémonos, pues, del peligro que entraña esta última afirmación, reaccionando contra todo aquello que pretenda arrebatarnos ese bien inestimable, ese atributo de seres libres, el pensar con libertad y también el dejar pensar con libertad… habrá madurado así en nosotros una conciencia recta y tolerante.