El respeto mutuo es un pilar fundamental de una sociedad saludable. Sin embargo, se observa con preocupación que en gran parte de las relaciones interpersonales se ha perdido provocando un deterioro en el entramado social.

En la familia, en las escuelas y en el trabajo, y hasta en el día a día hay experiencias negativas. Por ejemplo, la relación entre alumnos y profesores se ha vuelto más tensa, con un crecimiento en el número de educadores que reportan haber sido insultados o amenazados. El desafío de mantener un ambiente de respeto y aprendizaje se ha vuelto una tarea cada vez más difícil.

En la sociedad actual, la nueva generación se presenta como más transgresora, empoderada y con ideales claros. Aunque estas características pueden ser enriquecedoras, se corre el riesgo de pasar por alto la importancia del buen trato, el respeto a la autoridad (sin necesariamente ser obsecuente) y el respeto a los adultos.

La transgresión puede ser un motor de cambio positivo, pero es esencial que este cambio se base en valores de respeto y consideración hacia los demás. Su ausencia puede llevar a un desgaste de las relaciones y, en última instancia, perjudicar la cohesión social.

Las estadísticas proporcionadas por el gremio docente son preocupantes. Según estos datos, un 43% de los profesores ha declarado haber sido insultado, el 26% amenazado en persona, principalmente por estudiantes y apoderados, el 6% a través de redes sociales y el 10% ha sido víctima de golpes. Estas cifras reflejan una realidad preocupante que exige una atención inmediata.

La falta de respeto en la sociedad actual tiene consecuencias significativas. No solo socava las relaciones interpersonales, sino que también debilita el tejido social en su conjunto. Es esencial reflexionar sobre cómo abordar este problema y promover un ambiente de respeto y tolerancia en nuestras interacciones cotidianas.

El gran sociólogo polaco, Zygmunt Bauman calificaba como "Modernidad Líquida" a aquél fenómeno de los tiempos actuales en donde las relaciones sociales se basan en la superficialidad, la temporalidad, afectividades inestables y cambiantes siendo la única certeza la incertidumbre - es decir, el cambio constante-, lo anterior, en contraposición a la "Modernidad Sólida", prevalente durante gran parte del siglo XX, caracterizada por relaciones sociales estables, el valor de la palabra empeñada, las convicciones y el compromiso; por ende, de afectividades más duraderas y que difícilmente cambiaban. Para conocer la obra de Bauman es menester leer sus obras que versan sobre la modernidad líquida.

Pues bien, el concepto de lo líquido es perfectamente aplicable a la política nacional y local. Muchos personeros de ese mundo grafican con sus acciones y palabras la liquidez planteada por Bauman. En ese contexto, no es raro ser testigo de constantes cambios en el discurso, por cierto acomodados a las "modas" electorales o intereses personales; transformarse de enemigo de una persona en el mejor amigo de aquella; la política de la selfie y publicaciones en redes sociales - reflejo de egolatría, de la política sin sustancia-; de declaraciones verbales o escritas, difuminadas por diferentes medios de comunicación, a partir de lo cual se cree, ingenuamente, en el surgimiento de liderazgos que al parecer tienen la receta perfecta para todos los males de la sociedad, sin poner ojo en si efectivamente la ciudadanía creería en ellos, muchos carentes de probidad e inconsecuencia entre la palabra y la acción. Es decir, verdaderos "orgasmos mentales" a partir de declaraciones que sólo recuerdan el caso de Narciso en la mitología griega que, como sabemos, encontró la muerte cuando trató de abrazar su propio reflejo en un estanque de agua.

La política líquida parece ser el recurso más fácil de replicar en los tiempos actuales, lo que se ve reforzado por una ciudadanía y electorado que cuenta con mala memoria, que sólo retiene la información más reciente, incapaz de formarse opiniones acabadas sobre la trayectoria de algunos personajes que se han transformado en adalides de la buena política, aunque - por cierto - anticipando el beneficio personal y laboral al colectivo.

El panorama es aún más crítico si retomamos el planteamiento del sociólogo Max Weber, quien planteaba que "se puede vivir de la política o vivir para ella". Bastaría realizar un pequeño ejercicio mental, a nivel nacional y local, para percatarse que gran parte de nuestra élite política está motivada por el primer planteamiento de Weber. La política ya no es vista como una vocación - salvo pequeñas y honrosas excepciones - sino más bien como un trampolín para obtener beneficios personales y crecimiento del ego.

Por lo anterior, es imprescindible dignificarla, estableciendo sanciones reales y no irrisorias a todas aquellas personas que transgredan este arte, como también poner atención en la trayectoria profesional y de vida de las personas. En conclusión, ponderar la solidez y no la liquidez de los discursos y acciones políticas.