Hace años nuestras ciudades nortinas contaban con una conectividad aérea que facilitaba la vida de todos nuestros habitantes, lo que se ha perdido con las regiones vecinas, en especial Atacama, Tarapacá y Arica y Parinacota.
La explicación se sustenta en cuestiones económicas: tramos desde esta parte del país a Iquique, Arica o Copiapó, no parecen ser rentables para las empresas privadas de esta industria.
El problema es la lejanía existente entre estas comunas, las que sólo pueden unirse por tierra, cuando aún tenemos tramos importantes de una sola vía carretera, con los riesgos y tiempo que aquello exige.
Lamentablemente, la operación de una línea aérea boliviana que unió las ciudades de Arica y Copiapó, se vio afectada por el impacto de la pandemia de COVID-19.
Así, un viaje desde Calama o Antofagasta hasta Arica, (600 y 700 kilómetros, aproximadamente) debe hacerse viajando a Santiago, para desde allí tomar un vuelo directo a la puerta norte del país. Algo parecido ocurre si se quiere ir a Copiapó.
Un absurdo completo, mucho más evidente cuando ya se cuenta con vuelos diarios a Concepción, ciudad ubicada a dos mil kilómetros de distancia, pero facilitada por la necesidad de mano de obra minera.
El turismo podría verse beneficiado empujando la recuperación de estos tramos, lo mismo que abriendo otros nuevos como una conexión a Salta, lo que parece más cercano y posible, considerando que ya contamos -hace un buen tiempo- con vuelos directos a Cali, en Colombia y Lima, en Perú.
Podemos mejorar la conectividad, pero carecemos de una coordinación al respecto y el asunto es prioritario para miles de personas.