No perdamos la
LA REGIÓN QUE SOÑAMOS. Ignacio Ducasse, arzobispo de Antofagasta.
"La región, nuestra región, la soñamos y debemos comprometernos cada uno, con su desarrollo integral, material y humano, tecnológico y espiritual". Ignacio Ducasse Medina Arzobispo de Antofagasta
Todos tenemos sueños. A veces, construidos de pura fantasía; otras, con cierto realismo, apoyados en las capacidades personales, familiares, comunitarias o cívicas. Depende de qué tipo de sueño. Pero es importante soñar. El sueño nos transporta imaginariamente hacia ideales que están ocultos en nuestro inconsciente. Son, muchas veces, deseos de algo que hasta el momento no se ha logrado, pero que se anhela. Ser mujer u hombre de sueños no es lo mismo que ser iluso o "soñador", pues implica proyectarse en la vida, que ve futuro para sí mismo y para los demás.
"El sueño es un lugar privilegiado para buscar la verdad, porque allí no nos defendemos de la verdad", nos decía el Papa Francisco en una ocasión.
Es importante tener sueños para no caer en depresión al contemplar y contrastar la sociedad que soñamos con la que vemos a través de los medios de comunicación que tenemos a nuestro alcance en las últimas décadas y que nos permiten sentir cómo resuenan los instrumentos que señalan el deterioro de nuestro comportamiento cívico. A modo de ejemplo, podemos mencionar que las agendas noticiosas lamentablemente están marcadas por la drogadicción o el narcotráfico; por el crimen organizado, con amenazas de muerte a personas inocentes; y por el desfile de actos de corrupción por parte de autoridades de los distintos niveles de la organización social tanto regional como nacional. ¿No es esta una epidemia de perversidad ávida y cruel que deja en evidencia un vacío de principios nobles y morales en nuestra sociedad? ¿No sentiremos cierto temblor o miedo por la carrera armamentista, que extiende sus lucrativos mercados entre naciones, y por los episodios tremendos de guerras civiles que están sembrando la Tierra, signos de los que hablan las radios y periódicos del mundo? (Cf. Pablo VI, Audiencia General, 31-12-1975).
Pero esta situación, que vivimos y sufrimos con cierta impotencia, no nos puede ni paralizar ni hacer añorar tiempos pasados. Por el contrario, nos tiene que ayudar y animar a mantener en alto la mirada a la trascendencia, con las manos empuñando herramientas de trabajo e instrumentos de servicio y de paz, y el corazón abierto a las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres y descartados entre nosotros.
Para ello, no debemos olvidar que el sentido de la identidad nacional se desarrolla sobre la base del bien común, el que también va profundizando cada vez más la democracia que tanto anhelan los chilenos. Sin duda, la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en este campo puede iluminar el futuro de nuestra región y el país. El bien común exige un cambio radical de orientación: una ética que no sea individualista sino que tienda a la participación y a la comunión.
Para orientar las reformas sociales en este sentido, es preciso aplicar especial y correctamente los principios de subsidiariedad y de solidaridad. El primero exige que una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudar a coordinar su acción con los demás componentes sociales, con miras al bien común (Cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1883-1885). Por ello, el principio de subsidiariedad implica una reflexión concreta sobre la relación entre centralismo nacional y autonomías locales. Pero dicha reflexión debe superar ideologías y otros intereses que no conviven con el recto bien común al que debe aspirar un verdadero regionalismo.
Además, la solidaridad es una actitud que permite que las personas y la sociedad entera elaboren una verdadera cultura de los derechos y los deberes. Sobre todo de los relacionados con la participación en la vida civil y aquellos vinculados con las funciones de dirección y gobierno de la administración pública.
Esto exige un compromiso personal por la justa distribución de las obligaciones que surgen de la guía de la comunidad, y por una política de la ocupación y un modelo de desarrollo y bienestar social que sepan superar la lógica meramente mercantil y sin olvidar que el difícil camino de la renovación de la sociedad se basa en "una gran renovación de la propia responsabilidad personal ante Dios, ante los demás y ante nuestra misma conciencia" (Juan Pablo II, Discurso, 14-8-1993).
El Papa Francisco pedía en una de sus audiencias que no se perdiera la capacidad de soñar, la capacidad de abrirse al mañana con confianza, a pesar de las dificultades que puedan surgir. "No perder la capacidad de soñar el futuro: cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros: soñar con nuestra familia, con nuestros hijos, con nuestros padres… Soñar como sueñan los jóvenes, que son 'desinhibidos' a la hora de soñar, y allí encuentran un camino. No perder la capacidad de soñar, porque soñar es abrir las puertas al futuro. A ser fecundos en el futuro".
La región, nuestra región, la soñamos y debemos comprometernos cada uno, con su desarrollo integral, material y humano, tecnológico y espiritual. Una región que explote sus potencialidades y riquezas y las distribuya con equidad y justicia de cara al bien común regional y abiertos a la totalidad del país.