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Un Puerto a puertas cerradas

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Antofagasta, ¿Ciudad puerto?... A todas luces, ya no.

El puerto de Antofagasta es un ghetto, privadísimo recinto, amurallado, con celosa vigilancia y rigores que atemorizan. El puerto es "otro mundo" dentro de la ciudad. Un mundo ajeno para los antofagastinos.

Los enormes acopios de contenedores, impiden ver las naves. La mecanización de las operaciones ha minimizado al límite la presencia de los portuarios, que -años ha- conformaban un enjambre: movilizadores, estibadores, "poto mojado", tarjadores, wincheros. Los titulares, los "medio pollo" y los "cuarto pollo". Una abigarrada masa humana que compartía a bordo con los "vaporinos". Motonaves, y vapores, incluyendo los "cachos", como apodaban a los buques de escaso porte, se amarraban a las bitas para sus operaciones de carga y/o desembarque.

Pero las puertas estaban abiertas. Con la anuencia del personal de vigilancia, se podía ingresar hasta el sector donde estaban las goletas pesqueras, para adquirir pescado barato. Había facilidades para ingresar a pescar y una pléyade de aficionados se daba cita los fines de semana, para pescar congrios, sargos y cabrillas. Cuando entraban los jureles y los bonitos, se generaba un verdadero festival de enredos, griteríos, burlas, fraternizando todos en la linda tarea de parar la olla, con pescado fresco.

Lejanas están esas iniciativas que -años ha- permitían visitas guiadas al puerto. En mayo, las puertas estaban abiertas para los escolares, que conocían de cerca los buques mercantes que solo habían visto de lejos en aguas de la bahía, anclados en espera de sitio. Claro que eran otros años, porque hasta el club de fútbol profesional lo aseveraba en su nombre: "Antofagasta Portuario".

Hoy el puerto nos es ajeno. El próximo año se cumplirá un siglo desde que se iniciaron las obras, ganándole el derecho a Mejillones y a Coloso, que se disputaban el privilegio de tener una poza abrigada. Pero hoy, nos es negado. Cuando más, nos acercamos al Sitio "Cero", pero eso no nos permite empaparnos de la vida portuaria, de la que años ha, tanto nos enorgullecíamos.

Jaime N. Alvarado García, profesor normalista, periodista, escritor