Andrés Sabella, oculto en los relojes
En estos tiempos de tormenta y tempestad nos hace falta Andrés, querido duende que todo lo compone, arreglando los relojes de los malos tiempos.
Nos hace falta su cuota de esperanza ante la adversidad, su grito de defensa ante las injusticias y su caudal de palabras para la belleza, convenciéndonos de la bondad del nuevo día y de la fe en la dignidad de la frente humana.
Estaría escribiendo diariamente su columna para que no bajásemos los brazos ante este encierro tan difícil de entender plenamente, ante esta rabia sorda que crece y que transforma la esencia de lo que somos.
Estaría contándonos de la fuerza imparable de la voluntad del ser humano y del libro como herramienta que ensangrienta por dentro.
Estaría escribiendo para levantar banderas por la vida, para mirar el envés de la página todavía no escrita donde las palabras blancas esperan su turno para levantar la voz y su correo de la poesía, diría que siempre hay oportunidades a la vuelta de un verso, duende milagroso que todo lo sana.
Estaría distribuyéndonos tareas para hacer oro de este tiempo que se nos regala y se nos roba, porque la vida no se detiene ni espera la poción mágica que nos devolverá la sonrisa debajo de la máscara. Hablaría de un nuevo modo de entender el péndulo que marca los minutos que se van, de los niños que no estrenarán su traje dieciochero, de un final de año sin abrazos, de la sala de clases solitaria. A todo ello le torcería la nariz y se ocultaría en un reloj que canta las horas, no las cuenta.
Estaría brindando por la biografía de las gaviotas, por la poesía, por sus amigos, por el agua de Toconce, y sonreiría como si la muerte no existiera.
Su palabra no perdería fuerza para convencernos de que cada uno en su trinchera sigue siendo insustituible para este planeta herido que no debe continuar sin nosotros.
Debes estar oculto en los relojes, querido Andrés, todavía y siempre.
Patricia Bennett Ramírez, miembro de la Academia Chilena de la Lengua