Cultura obrera ilustrada
Gran parte de la identidad cultural del siglo XIX, se funda en la dicotomía barbarie y civilización. La superación de la primera y el acceso a la segunda habría de situar, a la humanidad en el camino correcto de la emancipación. Los motores del siglo XVIII, a saber, el reemplazo de la sobrenatural por lo natural, de la religión por la ciencia; el triunfo de la razón; la creencia en la perfectibilidad del hombre y la preocupación por el tema de la liberación de cualquier tipo de tiranía, como lo señala Roberto Bierstedt en El pensamiento sociológico en siglo XVIII, 1978, son los ejes centrales que mueve a esta mentalidad.
Este tipo de pensamiento, habría de amalgamar, a su modo, por cierto, en el pensamiento obrero. Según Deves, la cultura obrera ilustrada, admiraba la ciencia, la literatura y el arte, pero fue realizada por obreros que se daban su tiempo para escribir. Así, en la novela Tarapacá, el personaje Juan Pérez, encarna el modelo ilustrado del luchador social, trabajador y portador de una moral que lo sitúa por encima de sus iguales.
Un obrero valiente e ilustrado. Síntesis perfecta de un cuadro revolucionario. La edición de periódicos, práctica frecuente en la historia del movimiento obrero del norte, se grafica en el título de uno de ellos: "La Verdad". El nombre del periódico es también sintomático, y tiene connotaciones religiosas, pero es una verdad no clerical, sino racional y dirigida por una élite obrera.
Otro tópico tiene que ver con el anticlericalismo, que no debe ser confundido con anti-religión. De hecho, la fuerza del anticlericalismo tiene como base el observar la alianza entre el clero y las clases dominantes. En contraste con lo anterior, hay una actitud positiva respecto a la figura de Cristo, pero sólo como un hombre desconectado de su dimensión celestial.
El Norte Grande, gracias a su vigoroso movimiento obrero, fue capaz de producir una fuerte cultura ilustrada, administrada y reproducida por sus propios cuadros.
Bernardo Guerrero J., sociólogo, escritor