Archivero
Julio Arriagada Herrera era un hombre que parecía avanzar del fondo de una biblioteca. Tenía los ojos del minero que trabaja en la oscuridad: sus minas eran los viejos libros, los papeles donde el tiempo se detiene y llora su amarillez. Andaba con el tino del que teme rodar: sus pasos traían muchas brumas: a los historiadores se les ensucia la sombra del olvido.
Arriagada entraba al Archivo de "El Mercurio" de Santiago y buscaba las noticias que dormían en el diario de cincuenta años atrás. Julio revivía lo que había sucedido en un día como el que ahora vivía. Tal vez este ejercicio le dio aquel aire de evadido de la realidad, aquella faz de ausente. Cuando los demás redactores escribían en presente, él trazaba "Hace medio siglo…" y volaban los episodios que en el pasado conmovieron al público chileno.
Le conocí en "Las Últimas Noticias". Julio entregaba los lunes un artículo de redacción, firmándolo con el seudónimo Gabriel de León. Con éste aparece antologado en "Selva Lírica", cuyos autores señalan que sus versos despiden "un hiriente perfume de romanticismo", declarando que con Roberto Meza Fuentes son los poetas que alzan "una personalidad artística de más seguros arrestos".
Julio existía en medio de dos pasiones: la dulzura de lo añejo y lo remoto, y el embrujo de la palabra moderna, brega visible en "La canción del juglar":
"Si yo fuera rey adornaría/ Vuestros cabellos blondos/ Con la más excelsa pedrería/ Que se forjara mi ambición".
Nacido en Concepción, viajó, muy joven, a Santiago. Lo acogió la Biblioteca Nacional y, luego, el diario, fijando la huella firme por su cordialidad, sabiduría y sencillez. De su charla nunca se escapó una vanagloria, jamás alardeó de su cultura. Cuanto estudiaba lo vertía hacia los demás. Sufrió dolores de hombre, acorralado por secretas angustias y los sobrellevó con nobleza y altivez. A veces se atrevía a confesarlo.
Este verano nos abrazamos. Se mostraba optimista. Su vida gozaba el cauce de la serenidad:
--A los setenta años está alumbrándome un bello sol. La claridad de ese bello sol habrá sido el último y más bello adiós de la vida que se inclinó a su muerte.
En cincuenta años más, Julio será una noticia de hoy.
Andrés Sabella. El Mercurio, Santiago, 1-X-1966