Rubí de América
Entonces fue cuando Andrés Sabella dijo y escribió que "Chile era más hermoso que un Ruiseñor en la mitad de la noche. El arcoíris no es tan bello". "Y que Chile era como el Pan. Y el pan es el mismo Chile en nuestras manos. Ese pan nuestro que era el mismo cielo en nuestras manos, ese pan nuestro, pan de amor, pan mío y pan de todos, pan soñador, pan de los horizontes, pan de la luz". También Sabella dijo y escribió que "conocía a Chile desde su sombrero de piedra hasta sus finos pies australes, y habló de un país resplandeciente como una pira de astros, un perfil celeste y suspendido". Habló del "sol de la pampa, el sol que es un tambor ardiendo". Y nos dijo que Chile canta en lejanías, en cobre potente y en caliche". Y nos contó como era "que él conocía de su Chile todo eso, el desierto y la soledad, el mar y la maravilla de sus peces y sus olas".
De alguna manera Chile entero fue su casa: Santiago era para él la ciudad del corazón azul, los
suyos, y las islas, los canales, el viento y todos los pueblos de norte a sur. Y habló de "los barcos que le traían pedazos de horizonte y fantasmas de corsarios".
Del mar de nuestro norte, Andrés decía que "era rudo, pero también que acariciaba la soledad de nuestros desiertos. Él se sabía de memoria el mar, y les cantó a los niños pequeños acerca del Pez espada, el chungungo, los erizos y la playa.
Andrés Sabella tenía un cariño y alegría innata que transmitía abiertamente, con la sonrisa abierta de su saludo, con el abrazo fraterno, con la palabra siempre justa. Pero siempre sufrió mucho por aquellos desventurados a quienes les faltaba la comida, el trabajo, la salud. Soñaba con que algún día todo hombre fuese hermano de sus hermanos. Deseaba que no hubiese más miseria ni dolor.
Dijo "Yo vivo para un tiempo en que la estrella mostrará sus sueños /para un tiempo que no sea propiedad de la muerte / yo vivo para entonces".
Mientras soñamos con ese tiempo, Andrés, a ti te recordamos.
Cecilia Castillo, profesora, escritora