Claveles en San Gregorio
Cumplir una promesa que tardó 57 años, es una muestra de lealtad con los principios y valores adquiridos en ese Chile de antes, donde la palabra empeñada se respetaba a rajatablas. Y sucedió hace unas semanas, con el lanzamiento del libro "Sangre obrera en San Gregorio".
Y agradecer por lo vivido allá, es un acto de nobleza. Porque hubo que superar obstáculos, desconfianzas, envidias, trámites y negativas, para sonreír y lagrimear de emoción estrechando manos y recibiendo abrazos de quienes quitaron las piedras del camino, que regalaron entusiasmo y pusieron de su propio peculio, para ver y comprobar que con ellos sí se puede contar y confiar.
La jornada fue vibrante de principio a fin. Desde la llegada misma, luego de sortear un centenar de kilómetros de desierto puro y pleno, hasta llegar a las ruinas de dicha oficina. Vibrante, porque se palpaba el entusiasmo de esa centena de entusiastas asistentes. La mayoría llegaba por primera vez al extremo sur del Cantón de "Aguas Blancas", pero todos ellos movidos por el interés de conocer detalles de la dolorosa matanza de obreros salitreros.
La magistral lectura del libreto, el bautizo sabelliano y unas palabras del autor, bastaron para preparar el epílogo. Los asistentes estuvieron en el sitio mismo donde cayeron las primeras setenta víctimas de la metralla. Otra vez abordo, para recorrer un kilómetro más hasta llegar al cementerio. Fue una romería donde el dolor no estuvo ajeno, así hubiese más de un siglo de distancia con la tragedia. Los claveles rojos prendidos a las cruces, saldaban una deuda con el olvido. Hubo manos que acariciaron las cruces, como consolando a los que cayeron en la refriega. Otros -en silencio- susurraron un "Padre Nuestro". Ojos enrojecidos, escondieron lágrimas derramadas, en un vano intento por regar ese pedacito de desierto.
Y en la hora del regreso, todos trajeron un ejemplar del libro, donde pudieron comprobar lo que escribió Luis Emilio… "Rompió el cañón el fuego y cien o más obreros/Cayeron victimados, ¡Oh, cuadro de dolor!/. La sangre allí corría por plazas y senderos/ Ardiendo en viva llama, del más rojo color".
Jaime N. Alvarado García