La lección de Chicago
Nuevamente mayo nos sale al encuentro, con su día dedicado a los trabajadores del mundo. Es que las huellas que nos legaron los mártires de Chicago, permanecen encendidas en el alma y la memoria de todos aquellos que se ennoblecen trabajando, sea cual fuere la faena.
Aquellos líderes del siglo XIX sabían que era necesario defender los derechos laborales. Que el trabajar de sol a sol era poco menos que inhumano. Y que ya Lincoln lo habría propuesto, con caracteres de firme sugerencia. Se daba por sentado que el derecho al descanso y al permanecer en familia es también parte de la existencia humana y que la máxima sentenciaba con meridiana certeza: "Hay que trabajar para vivir… Y no vivir para trabajar".
Engels, Fisher, Fielden, Parsons, Lingg, Schwab, Spies y Neebe, terminaron en la horca, cuando la represión yankee dispuso el envío de un fuerte contingente armado, para acallar las protestas. Pero las lecciones fueron aprendidas y los monopolios empresariales, las grandes industrias, debieron conceder las horas de descanso que -humanamente- eran propuestas por los trabajadores.
Nacía así el principio elemental de la jornada laboral: las ocho horas.
Chile, ya lo sufría en carne propia. Y muy cerca de nosotros, los primeros "calicheros" que se empeñaron en romper la costra del desierto, trabajaban de sol a sol "con el lomo al sol que nos achicharraba el espinazo", como lo describían en el siglo pasado.
Pero, las cosas fueron cambiando, aunque para ello, hubo que sacrificar vidas. Muchas vidas. Y las jornadas se fueron humanizando, hasta surgir los sistemas de trabajos "por turnos". Debe reconocerse que las luchas fueron sin dar cuartel… Pero surgió la luz, iluminada por la razón. Las mancomunales, los sindicatos y las federaciones quebraron lanzas por sus representados y -paso a paso- pudo saborearse el triunfo de aquellos argumentos que defendían a los trabajadores.
Desde 1886 en Chicago, hasta este 2023 en Chile, el tiempo ha hecho lo suyo. Y el diálogo, la palabra empeñada y la disposición, han permitido los logros que hoy disfruta la masa laboral chilena. ¡Felicidades, trabajadores chilenos…!
Jaime N. Alvarado García. Profesor Normalista, Periodista