Apelo a mi imaginación y trato de trasladarme hacia la antigua Mesopotamia, con el complejo deseo de observar cómo se desarrolló en aquellos parajes la primera revolución humana, la de la domesticación de las semillas y consecuentemente, el nacimiento de la agricultura. Trato de obtener la capacidad de observar desde mi imaginación cómo se produjo el acto de clasificar y discriminar entre plantas productivas y plantas competitivas, como eso determinó el despeje y luego el descubrimiento de que una semilla podría originar una planta y ella, más semillas.
Esto a decir de Yubal Noah Arari, nacido en Kyriat Atta Israel, acerca de quién ya hemos hablado, nos habría llevado a una mutación, la mutación del árbol del saber, es decir a mutar desde lenguajes comunes entre cualquier tipo de animales e incluso insectos, a vocalizaciones de alerta, atención o cuidado, llegando a variantes más sofisticadas, denominadas por este mismo autor como "chismorreos", es decir vocalizaciones con sentido social, llegando hasta la capacidad de comunicar asuntos que nunca fueron vistos, tocados, olidos o saboreados. Es más, llegando paulatinamente a la capacidad de ampliar esa competencia hacia un colectivo, es decir muchos comunicando lo mismo aun cuando provenga de la imaginación de uno o algunos, configurando, quizás, lo que hoy denominamos mitos, dejamos esto abierto a la discusión.
Sobre esto, abramos un breve paréntesis, ¿Estamos hablando del desarrollo de la inteligencia?, ¿qué es eso? Eric Goles, chileno, antofagastino, nos ayuda con una cita extraída del genio de Alan Turing: "Sería incapaz de decir algo sensato, expresó, más allá de que se trata de una especie de un zumbido en la cabeza".
Ahora, retomando a nuestro ancestro consideremos un detalle, su cerebro no creció a expensas de otra cosa que las calorías que comenzó a ingerir a partir precisamente de la explosión tecnológica que apertura la agricultura, por lo tanto, si de un consumo medio de 2.000 kilocalorías en un ser humano medio, 500 kilocalorías son de consumo total del cerebro, la razón de ser de la presencia del humano que, desde el Ser (ontológico) y sus conjeturas, nos ha llevado a convertirnos en racionales, empíricos, existenciales, líquidos o, en suma y como nos plantea Byung Chul Han, en un escenario de modernidad tardía, a una situación que se encuentra más allá del capitalismo disciplinar, una que se ubica en el espacio de un capitalismo narcisista, donde cada uno es esclavo de sí mismo.
Un breve paso atrás, hacia nuestra historia, esa de un Chile que transita en medio siglo desde la pobreza absoluta, con todos los temores y horrores posibles, hasta convertirse en un destino de América y el Caribe, y mientras ello ocurre, nos debatimos entre teorías económicas, entre definiciones conceptuales, entre equidad, abuso, colusiones, crimen organizado, gremios politizados, educación que no funciona, salud menos, deserción escolar (de alto interés sería conocer si ya sobrepasamos los 200.000 estudiantes que no ingresaron o abandonaron el sistema escolar el presente año), agreguemos trenes del delito, toneladas de drogas que pasan por nuestro País, el desastre de Sename, eufemísticamente "mejor niñez", una generación y algo más bajo los efectos de las drogas y quien sabe que otros pavores ocultos o simplemente ignorados en este paraíso latinoamericano.
¿A qué viene todo esto?, a una simple idea que nos planteó durante los años 80 el Doctor Fernando Monckeberg cuando ideó el programa CONIN, la que quizás nos ayude a colocar el problema en su foco, esto es: no se trata de la economía ni de sus modelos, ni de izquierdas ni derechas: Se trata del cerebro, del cerebro de nuestros niños y jóvenes. ¿Qué podemos hacer para lograr ese zumbido genial?